Libre en el Sur

Vecinos en cuarentena / El tapabocas

POR SANDRA SÁNCHEZ

Ayer caminaba en mi calle y vi de frente a una pareja con un perro. Ellos se cruzaron la acera y yo también, porque estaba justo frente a mi casa. La señora jaló a su esposo y a su perro y se volvieron a cambiar de banqueta. El hombre y yo la miramos extrañados.  Ella soltó a su marido, hizo un ademán con la mano y dijo ¡no trae tapabocas! Fue hasta ese momento noté que, además del tapabocas, también traían puesta una máscara protectora, a diferencia de mi y del perro que nomás traíamos un collar.

Este viernes caminé a mi trabajo por lo del no circula. Las calles están vacías, pero me encontré con los de siempre: conserjes barriendo la banqueta, empleadas domésticas con la compra, a mi vecina Alma que da acogida a perros desahuciados y los pasea todo el día, a los motociclistas de la farmacia, al barrendero de mi rumbo, a los albañiles de la obra en curso y a mis compañeros de trabajo. Aun con la certeza que me da verlos, el panorama es desolador.

Así de triste se veía también hace casi tres años cuando el terremoto de 2017. Entre mi casa y mi oficina se cayeron cuatro edificios, y justo en esa ruta se cerraron las calles durante ya no me acuerdo cuánto tiempo.

Sin embargo, durante aquella tragedia y desde el primer minuto, no pude ver otra cosa que gente solidaria, interesada en otros, volcados en ayudar. En aquélla triste época, caminé la ida y vuelta a mi trabajo. Por la mañana me tropezaba con voluntarios ofreciendo tacos de canasta, una torta, café, jugo; por la noche, con los cascos y chalecos de los que ya se habían ido a descansar dejados en los quicios de las ventanas sin miedo a que se los robaran, al ejército, los constructores, la cruz roja, los brigadistas… y gente, siempre gente haciéndose humana.

Hasta ahora, no me había sentido obligada a usar el barbijo, pero veo que ya es necesario y me da miedo pensar que no me lo pueda quitar. Porque la distancia social a la que nos obliga esta pandemia es un arma de dos filos que por un lado es absolutamente necesaria para acabar con ella y por el otro puede hundirnos en las pulsiones del miedo y alejarnos de lo que nos hace humanos.

No quiero ser la señora del tapabocas, quiero ser su perro, o mi vecina, o mis colegas, o el albañil o la empleada doméstica o mi gato o la costurera que ahorita va a poner punto final a este texto y se irá a coser una telita para la boca, que no le tape los ojos.

*Vecina de la colonia Del valle Norte. Costurera, periodista, fotógrafa y
directora en la empresa de monitoreo Medialog.

Compartir

comentarios

Salir de la versión móvil