MC apostó por el estilo estridente de la ex alcaldesa en Cuauhtémoc y la postuló al Senado en 2024.
Entre informes de inteligencia, portales de narcopolítica y la confesión de sus malos gustos sentimentales.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
Sandra Cuevas nunca se resigna al silencio. La exalcaldesa de Cuauhtémoc —recordada más por sus desplantes autoritarios y sus espectáculos mediáticos que por resultados tangibles— sigue hallando maneras de permanecer en escena.
Tras su fallida candidatura al Senado por Movimiento Ciudadano, regresa ahora al ojo público por lo que más la incomoda: los presuntos vínculos con el crimen organizado.
La historia viene de atrás. En 2023, la Secretaría de la Defensa Nacional elaboró un expediente en el que se le vinculaba con la Unión Tepito a través de familiares de “El Lunares”.
Durante su gestión en Cuauhtémoc, contrató a Antonio Vallejo, alias El Toño, con historial de extorsión. Más tarde, su nombre apareció en la plataforma Narcopolíticos, que documenta supuestas conexiones entre políticos y cárteles.
El episodio más sonado fue su relación sentimental con Alejandro Gilmare Mendoza, “El Choko”, líder de La Chokiza, capturado este año. Cuevas no lo negó: lo calificó con desparpajo como uno de sus “malos gustos”.
De la Cuauhtémoc a la pasarela naranja
En la alcaldía Cuauhtémoc convirtió decomisos y operativos en espectáculos de “mano dura”. Desde ahí se proyectó hacia Movimiento Ciudadano, que la postuló como candidata al Senado, en fórmula de mayoría por Ciudad de México.
Ahí está la contradicción: un partido que prometía una política fresca y diferente terminó apostando por la imagen estridente de Sandra Cuevas, convencido de que la forma sustituiría al fondo.
Fue una apuesta frágil y fallida. Su votación en la Ciudad de México fue bajísima y refrendó lo endeble del cálculo. MC creyó que el ruido mediático podía transformarse en votos, y se topó con la realidad: el electorado capitalino no confundió espectáculo con proyecto político.
Cuando parecía quedar fuera de foco, Cuevas intentó recuperar reflectores con una caravana motorizada presentada como fiesta ciudadana.
Terminó en bochorno: la policía decomisó decenas de motocicletas irregulares y el evento se convirtió en un nuevo ridículo.
Paralelamente, Reforma documentó en varias ocasiones sus costosos atuendos, bolsos de diseñador y accesorios incompatibles con el salario de una alcaldesa.
Su guardarropa terminó siendo parte del personaje: la política que hablaba en nombre del pueblo, pero se vestía como influencer en pasarela europea.
Lo que falta: un proceso
Pese a todo, hay un dato esencial: Sandra Cuevas nunca ha sido procesada ni se han presentado pruebas ante autoridades judiciales que acrediten los vínculos que se le imputan.
Los expedientes han quedado en el terreno de la inteligencia militar, las investigaciones periodísticas o las pesquisas financieras, pero jamás se han traducido en acusaciones formales.
Ese vacío judicial no borra el patrón de relaciones, amistades y estilos de vida que la han colocado en la narrativa de la narcopolítica, pero sí subraya la distancia entre la sospecha y la sentencia.
Lo curioso —y lo revelador— es que la historia de Cuevas también desnuda a Movimiento Ciudadano.
El partido que se presentó como una “nueva forma de hacer política” terminó usando los mismos recursos de siempre: el espectáculo, la frivolidad y el marketing.
Apostó por un personaje polémico, sin proyecto, confiando en que las cámaras suplirían las ideas. El resultado fue tan pobre como previsible.
Y ahí se entiende mejor el doble discurso de MC: decir que se hace política distinta mientras se calzan tenis naranjas como el gobernador de Nuevo León y se postula a Sandra Cuevas como senadora.
Al final, la diferencia no estuvo en los contenidos, sino en los accesorios.
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