Porque la doble jornada dejó de ser una metáfora para convertirse en una agobiante realidad sin tregua y sin horario. Porque si reportear jamás fue un oficio con tiempos establecidos, en el confinamiento se tornó permanente, insomne, planetario.
POR IVONNE MELGAR
Aun no perdí la pésima costumbre de tocarme la cara, pero he aprendido a cocinar con chile ancho y guajillo y varias modalidades de arroz. Y me temo que, en esta prolongada espera por un regreso a la nueva normalidad, algún día cercano me saldrán en su punto los frijoles, mejoraremos la receta del pozole y terminaré animándome a emprender la aventura de un mole hecho totalmente en casa.
Es, en medio de la incertidumbre, un gran regalo de la vida: instalarme en la cocina y valorar, como nunca, la industria invisibilizada del cuidado a través del diseño, la creación y la confección de las viandas que van a la mesa.
Y al sumarme a esa industria del cuidado desde la cocina de mi casa, he sido más feminista que nunca, también, tomando conciencia sobre el cisma cultural que esta pandemia representa para darle su lugar a las protagonistas del cuidado, ese bien intangible y tan mal pagado que el Covid-19 nos obliga a dimensionar.
Ha sido una experiencia que llegó para quedarse: me refiero a la preparación de la comida y a la reivindicación de los cuidados como requisito indispensable de una sociedad paritaria, en la que todos nos hagamos cargo de los otros y de la generación de la principal riqueza: la de reproducirnos cotidianamente.
Y llegó para quedarse el gozo de entender las propiedades del chile ancho y el serrano, y las veleidades del ajo y las especias, como la necesidad periodística de darle cobertura a esta realidad oculta: el peso invaluable que los trabajos del cuidado tienen en una sociedad desigual.
Porque a mayor invisibilidad menor paga y a menor paga, mayor peso…
Palpar desde el encierro esta realidad y dimensionarla desde mi conciencia de reportera feminista ha sido una vivencia que marcará por siempre mi antes y después de la pandemia.
Porque la doble jornada dejó de ser una metáfora para convertirse en una agobiante realidad sin tregua y sin horario. Porque si reportear jamás fue un oficio con tiempos establecidos, en el confinamiento se tornó permanente, insomne, planetario.
Quizá con la careta y el cubrebocas como indumentaria inevitable para volver a la calle, logre desprenderme de la manía de tocarme la cara.
No podré, sin embargo, y de eso estoy cierta, mirar como antes la vida cotidiana: las banquetas limpias, los hospitales funcionando, los mercados abiertos con la fruta del día, las barras de café hecho por nuestros baristas, las cocinas económicas con sus banquetes mexicanos…
Periodista y feminista. Grupo Imagen Multimedia.
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