No soy optimista. El gobierno es parte de una tendencia mundial que no ofrece cifras ciertas sobre contagios y víctimas y aunado a ello se resistió a hacer miles de pruebas aunque, sobre todo, decretó una nueva normalidad cuando el número de contagios y muertes estaba en aumento.
POR MARCO LEVARIO TURCOTT
El Coronavirus provocó la peor pandemia que ha padecido el mundo en la historia moderna.
Si necesitábamos un ejemplo contundente del significado de la globalización ya lo tenemos. Número de muertos, interrelación de los adelantos de la ciencia para evitar desequilibrios que atentan contra la propia humanidad, cooperación entre los Estados e interdependencia de actividades económicas.
Desde finales del siglo pasado hasta la época reciente se estaba expandiendo la creencia en que las vacunas eran recurso del capitalismo para mantenernos controlados (quién sabe de qué o para qué) o para incrementar sus ganancias a partir de provocar enfermedades y luego idear las vacunas.
Ese fanatismo atraviesa por una crisis de credibilidad y qué bueno. No obstante, hay gobiernos que aún expresan ese tipo de creencias contrarias a la ciencia y, sobre todo, a la salud. México es un ejemplo de ello cuando su presidente menospreció los efectos del Coronavirus y desestimó a la ciencia (aunque en su discurso diga lo contrario) enarbolando amuletos o rezos contra el contagio (dentro de esos excesos también señaló que las personas corruptas eran más propensas a contagiarse.
En el anverso de la moneda está la posibilidad de revalorar a la ciencia y alentar a la existencia pronta de una vacuna. Y, junto con ello exigir a los gobiernos la dotación suficiente. Pero acaso sobre todo: vivir o sufrir la pandemia implica esperar políticas públicas que fortalezcan el sistema de salud y, en particular en nuestro país, desarrollar una estrategia eficaz para las personas con enfermedades crónicas así como políticas preventivas por ejemplo la diabetes mellitus, una de las principales causas de fallecimientos y que, en modo alguno se debe sólo a la ingesta de refrescos como pretendió justificar el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell.
Estamos ante una situación que exige de los gobiernos y los ciudadanos responsabiliad. No soy optimista. El gobierno es parte de una tendencia mundial que no ofrece cifras ciertas sobre contagios y víctimas y aunado a ello se resistió a hacer miles de pruebas aunque, sobre todo, decretó una nueva normalidad cuando el número de contagios y muertes estaba en aumento. A ello hay que agregar la incredulidad de muchos mexicanos sobre la existencia del coronavirus. El presidente es un reflejo de esa ignorancia al resistirse a usar el cubrebocas.
Lo más terrible de vivir la pandemia es que implica contar diario el número de muertos.
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