Entre pasillos de especulación circula una palabra omnipresente en CDMX: departamentos.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
El Teatro Manolo Fábregas ya no se levanta como un sitio de encuentro cultural, sino como un vestigio marcado para desaparecer. La Alcaldía Cuauhtémoc colocó un aviso oficial de “DEMOLICIÓN” en su entrada: una sentencia sin mayores explicaciones, un golpe seco a la memoria escénica del país.
El procedimiento administrativo se mueve como dicta el manual: existe una Cédula de Publicitación Vecinal abierta del 21 de noviembre al 11 de diciembre de 2025, plazo para que los vecinos presenten inconformidades. La lógica del trámite: si no hay resistencia suficiente, el teatro se irá abajo. La lógica de la ciudad: siempre hay alguien esperando el terreno.
La justificación pública es conocida: abandono, deterioro, riesgo. Una narrativa repetida hasta la normalización; se deja a morir un espacio cultural, luego se “rescata” la propiedad con un derrumbe. La superficie afectada —2,352.86 m² entre la planta baja y el primer nivel— muestra la magnitud del fin: no habrá fachada ni símbolo qué preservar.
Pero lo más inquietante es el silencio. Nadie ha comunicado oficialmente qué se construirá en su lugar. Entre pasillos de especulación circula una palabra omnipresente en Ciudad de México: departamentos. Un negocio rentable que prefiere la historia demolida que la historia restaurada.
En la colonia San Rafael —barrio teatral por excelencia— la noticia ha desatado nostalgia, indignación y la sensación de que se vence otro brazo del patrimonio frente a la especulación. Actrices, técnicos, vecinas, críticos: todos preguntan lo mismo, todos con la sospecha de que la decisión está tomada desde hace tiempo.

No es solo el edificio: es lo que representaba. Ahí sobrevivió una parte del teatro de revista, de la dramaturgia popular, de la cartelera sólida que llenaba noches y fines de semana. Ahí se encontraban generaciones. Y ahora la burocracia lo traduce en metros cuadrados reciclables.
La Ciudad de México presume cultura en los discursos, la usa como credencial en escenarios internacionales, pero a la hora de decidir entre legado y negocio, el telón cae siempre del mismo lado. Se invoca la modernización para justificar el olvido. Se pretende progreso eliminando lo que nos hacía permanecer humanos: los espacios donde nos reunimos a sentir.
Si nada cambia antes del 11 de diciembre, el Teatro Manolo Fábregas se convertirá en polvo. Y en su ausencia quedará la pregunta: ¿Quién está escribiendo la ciudad, si no quienes la habitamos? Cada demolición le arranca una página a nuestra memoria. Tal vez llegue el día en que ya no haya libro, solo constructoras contando historias de concreto.
comentarios