FRANCISCO ORTIZ PARDO
El legendario mural Los Danzantes, pintado en paneles de madera por el artista guatemalteco avecinado en México, Carlos Mérida, ha vuelto a lucir ante el público en la misma esquina en que funcionó como telón del viejo Cine Manacar.
Efectivamente, en el vestíbulo de la nueva y piramidal Torre Manacar, obra póstuma del arquitecto Teodoro González de León, que fue amigo del propio Mérida, el mural ha sido colocado para ser admirado en toda su dimensión de 294 metros cuadrados, tras una minuciosa restauración por parte de expertos del INBA.
La pista del mural se había perdido desde 1995, cuando el Cine Manacar fue desmantelado para poner en su lugar varias salas de la cadena Cinemex. Lo ocurrido fue que el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) no informó sino hasta mediados del 2016, ya en curso su restauración, que la obra le fue donada en 1999.
Tan solo uno de los proyectos de Los Danzantes en formato pequeño, que se conserva en la galería Arvil, del curador Armando Colina, está valuada en unos 40 mil dólares. “Hay quien ve en Mérida una pintura muy fácil; no es cierto, su trabajo era de una minuciosidad tremenda”, dijo en una entrevista Colina a este reportero, al tiempo que mostraba la maqueta de Los Danzantes.
El experto –que trató cercanamente al artista, montó sus más importantes exposiciones en México y comercializó su obra en los últimos años de su vida— explicó que cada mural suyo era dividido en diferentes fragmentos (la obra del Manacar consta de 12 paneles) y para cada una de esas partes Mérida realizaba cuando menos cinco proyectos.
Contó que el pintor tuvo un interés particular en fusionar el arte con la arquitectura, a través de los que llamó “integración plástica”. “La desgracia –acota— es que prácticamente todos los edificios que contenían su obra han desaparecido. Por eso fue que el arquitecto Gonzalez de León encontró todo el sentido en integrar Los Danzantes a la Torre Manacar.
Mérida nació en Quetzaltenango, Guatemala, en 1891 y murió en la Ciudad de México en 1984. Aunque más reconocido por su pintura abstracta, no sólo realizó murales y obras de caballete, sino que también fue crítico de arte e hizo viñetas para libros, tapices y… coreografías para ballet.
De ahí la temática de su telón del Manacar, realizado en 1964, donde plasmó figuras dinámicas de unos bailarines, pintadas con colores armoniosos en pintura acrílica, que rompían con la monotonía de la sala de cine, según recuerda el historiador Eduardo Espinoza Campos.
Tras una paciente restauración por parte de especialistas del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble del Instituto Nacional de Bellas Artes, Los Danzantes llegó a su nueva sede a través de un acuerdo de comodato. De esta forma puede ser apreciado por cualquier persona que se acerque a la entrada de la torre.
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