SALDOS Y NOVEDADES/Cajón de ropa
Los setenta. Foto: Gaceta UNAM.
“La informalidad ha ganado terreno, a veces demasiado, en muchos ámbitos y el de la vestimenta es de los más fáciles de capturar o ¿cómo explica usted que unos jeans rotos y deshilachados se vendan como nuevos y a precios de artículos de lujo?”
POR GERARDO GALARZA
El escribidor tiene la certeza de ya haberlo escrito en estas páginas, pero -por las dudas- lo repetirá: por su arbitrario juicio cree que los años sesenta del siglo pasado (o mejor dicho algún hecho ocurrido entre 1955 y 1974, o todos en su conjunto) serán considerados como un parteaguas en la historia de humanidad; es decir, el fin de una era y el inicio de otra.
En los sesenta (para llamarlos genéricamente) del siglo pasado ocurrieron muchos hechos que provocaron profundos cambios en los ámbitos político, económico, social, religioso, cultural, artístico, deportivo y más en todo el mundo, sin contar porque se nos olvida fácilmente que fueron los años en los que la que la tecnología que hoy disfrutamos comenzó a hacerse presente en la vida cotidiana.
Un sobrevuelo rápido e incompleto, de memoria, pues: la explosión musical provocada por Elvis Presley y Los Beatles, precedida por los blusistas negros y, muchos años después, Woodstock; el “aggionarmiento” de la Iglesia católica con el Concilio Vaticano II; la guerra de Vietnam y las protestas por ella en Estados Unidos; la lucha por los derechos civiles de Martin Luther King y el Black Power; el movimiento hippie y su demanda de amor y paz; también el triunfo de la revolución cubana; los movimientos estudiantiles y su represión en varios países, especialmente en México, Checoslovaquia y Francia; Cassius Clay-Mohammed Alí y Pelé, Brasil fue campeón mundial de futbol tres veces en 12 años; la crisis de los misiles; los asesinatos políticos como los de los hermanos Kennedy; la carrera espacial y la llegada del hombre a la Luna; la violencia y asesinato contra deportistas judios en el Olimpiada de Múnich; el caso Watergate y la caída de Nixon de la presidencia de su país; los movimientos de protesta de diversos sectores sociales: en México, por ejemplo, los ferrocarrileros y los médicos y otros más; los que usted quiera agregar.
Años convulsos, los llamaría un cronista clásico, pero también divertidos e importantes, porque cambiaron al mundo en todos sus ámbitos.
Escribamos hoy de la apariencia personal, de la ropa y las modas. Por ejemplo:
Elvis presley comenzó a ser imitado en sus movimientos de cadera a la hora de cantar y bailar y en sus patillas; su ropa no era la del diario, pero utilizaba saco y corbata. Luego, Los Beatles impusieron el pelo “largo” (que hoy podría considerado casi de Primera Comunión), que palideció ante las frondosos cabelleras rizadas de los hombres y mujeres del Black Power (¿alguien se acuerda de Ángela Davis?). Y, bueno, de la música ni se diga.
Y con el pelo largo, las patiilas y, en algunos casos, la barba vinieron los cambios en la vestimentada “aceptada” socialmente.
Cuando el escribidor entró a la primaria a principios de los años sesenta, en su pueblo -es lo que vivió- los niños más pequeños iban a a la escuela con pantalón de peto y tirantes “para que no se les cayera”; el pantalón a la cadera y con cinturón era para los “grandes”. Era el status que daban: “niño chico” y “niño grande”; claro, a veces había uno grande que usaba pantalón de peto a pesar de no ser ya de su talla y por las perneras cortas para sus piernas se les llamaba “de brincacharcos”. Ofensa grande para nosostros (que no podíamos quejarnos) era cuando nuestras madres decidián convertir un pantalón largo en corto (ya fuera de peto o de cinturón) debido a los hoyos en las rodillas.
Pero, peor aún era usar ropa deshilachada, sin “componer”. Nuestras madres usaban un instrumento que se llamaba máquina de coser y remendaban nuestra ropa y la suya y, a mano, colocaban los botones que se habían desprendido de las camisas. ¡Era imposible salir a la calle con un pantalón roto o una camisa sin botón o botones! ¡Una verdadera vengüenza que desprestigiaba a toda la familia! Los remiendos era una especie de versión del vestido de aquella frase de “pobre, pero honrado”.
Las niñas, invariablemente iban de vestido, no falda; vestido y calcetas a la mitad de la pierna y con olanes, y zapatos.
Allá los mayores, utlizaban pantalón de dril o gabardina y camisa, algunos camisolas (así se le llamaba a las que tenían la marca del producto o fábrica que representaban) y, en épocas de “fresco” (así decían; el frío era como para los débiles o algo así), chamarras.
Las mamás y las tías, todas, utilizaban vestidos (al parecer las faldas eran más bien para las fiestas) casi siempre ampones, debajo de la rodilla y nunca tenis; chanclas sí, pero no tenis. Todavía usan el rebozo como prenda básica.
El rock and roll, el a gogo, la nueva música requirió de cambio de vestimenta y entonces aparecieron los pantalones entallados, de tubo, en sus versiones masculina y… femenina; ¡mujeres en pantalones!; los tenis comenzaron a popularizarse, las chamarras de cuero y pocos años después la minifalda, que ha sobrevivido a todos los escándalos; las cantantes folk y las hippies trajeron las faldas largas y de amplios vueltos, junto con los huaraches. Y hubo hot pants.
Las mujeres ganaban espacios y utilizaban el pelo como cada una quería; se acabó el estigma de “las pelonas” de las décadas pasadas con el que se castigaba a aquellas que osaban cortarse el pelo y no llevar trenzas.
Y de pronto invadieron los jeans, masculinos y femeninos, que se convirtieron en artículos de lujo, sobre todo los Levi´s, cuando pocos años antes se llamaban pantalones de mezclilla y los utliizaban obreros y vaqueros (aquellos que cuidaban y ordeñaban vacas, no los de las películas). También existían en su versión de peto y tirantes, estilizados para mujeres, y amplios para los hombres, definidos como “robapollos”. Todavía ahora el escribidor conserva a un amigo que desde entonces lleva el apodo de “El Robapollos”, a causa de esos pantalones.
Los colores de la ropa también se transformaron y se adaptaron los llamados psicodélicos y la moda correspondiente.
En un intenso cambio, aparecieron los pantalones acampanados (creo que todavía se utlizaron en la película “Fiebre de sábado por la noche”).
Luego, uno creció y tuvo que ceñirse al mundo laboral: mínimo corbata y saco, sobre todo en las grandes ciudades, para inspirar respeto. ¡Quién iba a imaginar a un médico, abogado, arquitecto, periodista, gerente bancario y otros más en pantalones de mezcilla y camisieta del algún equipo deportivo o de una caricatura! ¡Pos´no les quedaba!, como diría Chava Flores.
A los padres y abuelos de hoy, los años nos trajeron de regreso la estupefacción que vivieron nuestros padres y nuestros abuelos por nuestras modas.
La informalidad ha ganado terreno, a veces demasiado, en muchos ámbitos y el de la vestimenta es de los más faciles de capturar o ¿cómo explica usted que unos jeans rotos y deshilachados se vendan como nuevos y a precios de artículos de lujo? ¡No puede ser se decía hace 65 años como también se dice ahora!
Más: vestidos y faldas están en peligro de extinción; el pantalón es ahora la prenda femenina más popular, sin discusión.
Desde siempre, por una extraña e inexplicabe razón, al escribidor le “dura” mucho la ropa. Hoy mismo tiene en su clóset (ya no hay roperos, carajo) varias prendas de muchos años atrás, de vestir y casuales. Entre ellas encontró dos plantalones de mezcilla muy usados, que datan de entre ocho o 10 años, mínimo, y decidió reciclarlos, pero ¡oh, sorpresa!: están desgastados, pero no están rotos ni deshilachados, según le explicó uno de sus nietos.
Así que tuvo que recordar aquella frase de sus padres y abuelos: de la moda, lo que te acomoda.
















