POR ROBERTO CASTILLO
Hace unos meses circulaba una noticia, Juana Santiago, de 85 años, murió en el mercado público de Villa de Etla, Oaxaca, a donde diariamente acudía para poder vender maíz, frijol y algunas verduras que traía desde su casa en San Juan Bautista Jayacatlán, ubicada a casi dos horas de distancia de Villa de Etla. El cuerpo de Juana estuvo postrado en la vía pública por horas antes de que alguien se percatara de su muerte, de acuerdo con el reporte, murió por causas naturales. En las redes sociales, los comentarios iban en todos sentidos, muchos de indignación, pero también otra cuantiosa cantidad se centraban en admirar el esfuerzo y las ganas de trabajar de Juana a su avanzada edad.
En México Juana no es la excepción. En nuestro país, es común que los ancianos sufran de marginación y abandono, de acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) en el año 2017, cuatro de cada diez personas mayores, el equivalente al 41.1% de la población, se encontraban en situación de pobreza. En total, 34.6 % vive en pobreza moderada y 6.6% en pobreza extrema. Ante un sistema de pensiones en México que es incapaz de garantizar una vejez digna, cada vez más adultos mayores se ven forzados a seguir laborando a edades avanzadas exponiéndose a empleos precarios, salarios bajos, condiciones inseguras y sin prestaciones de ley.
Por ejemplo, una situación que ya hemos normalizado es ver a nuestros abuelos y abuelas como empacadores (cerillitos) en los supermercados. En México, más de 32 mil personas mayores de 60 años laboran como empacadores en tiendas departamentales, donde se ven obligados a realizar varias actividades que exceden el de empaquetar productos, pues tienen que acomodar carritos, limpiar cuando productos se caen, rompen o derraman en el piso, “apoyar” como cargadores cuando así lo requieren, y en general estar a disposición de un patrón que no les paga, pues el cien por ciento de su ingreso son las propinas y además sin que exista un contrato de por medio, dejándolos así sin derechos, en la indefensión y sin acceso a prestaciones laborales. Para los supermercados esto es una gran oportunidad para contar con trabajo gratuito que los obliga legalmente a muy poco, para los cerillitos de la tercera edad es la única forma de conseguir un ingreso que les garantice lo suficiente para poder sobrevivir, aunque esto implique riesgos, discriminación y precariedad.
Además de trabajos precarios, las personas mayores se enfrentan a condiciones de abandono que agravan las condiciones de riesgo. Es común que sean despojados de sus bienes, abandonados por sus propias familias o condenados a situaciones inhumanas en las miles de casas de retiro que no cumplen con las condiciones mínimas de salubridad, personal capacitado o infraestructura decente para funcionar.
El 7 de junio del 2013, María Rosa Andrade Rojas de 68 años perdió la vida al ser arrollada por un autobús que invadió la banqueta frente a un Chedrahui en Puebla donde se desempeñaba como empacadora, pudo ser reconocida por la credencial del INAPAM que portaba con ella, con su muerte, dejó en el desamparo a su nieta.
Después de trabajar toda una vida, personas como María Rosa y Juana nunca pudieron acceder a un retiro digno con pensiones suficientes para afrontar la tercera edad. Tristemente las condiciones que ellas enfrentan son comunes en el país como en nuestra ciudad. Hoy el gobierno federal y local tienen todo para hacer que esta situación empiece a cambiar, el programa de pensiones para adultos mayores y la reforma laboral son buenos primeros pasos, pero falta mucho por hacer.
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