El arte de Toledo será visto por las siguientes generaciones de esos poetas del beis que son los aficionados cuando les enchina el alma la belleza de la danza de un gran doble play.
POR FRANCISO ORTIZ PARDO
Circula por las redes sociales un video que es auténtico donde se escucha a los fanáticos del “rey de los deportes” abuchear al presidente Andrés Manuel López Obrador. El único asunto es que, como es tiempo de campañas electorales, vino bien para opositores acomodarlo acompañado de un mensaje en que se hace creer, ahí sí falsamente, que ese hecho ocurrió durante alguno de los dos encuentros históricos que sostuvieron domingo y lunes recientes los Yanquis de Nueva York y los Diablos Rojos del México.
El real abucheo al presidente ocurrió donde menos lo esperaba, dada su conocida afición al beisbol, durante la inauguración del majestuoso Estadio Alfredo Harp Helú, en terrenos de la deportiva Magdalena Mixhuca, obra que en su momento fue cuestionada por vecinos de Iztacalco por implicar la tala de árboles. En realidad ese espacio ha sido intervenido de forma habitual e incorrecta para construir por ejemplo el Foro Sol y mucho más atrás el Autódromo Hermanos Rodríguez, donde ocurre el Gran Premio de México, el mejor negocio del espectáculo en esta capital; además del uso de enormes espacios para que sobre una tierra desperdiciada se estacionen los vehículos de los “usuarios”, que es el término amable con que el capitalismo llama ahora a la clientela.
Efectivamente, en aquel 23 de marzo de 2019, hace justamente cinco años, López Obrador esperaba una ovación al dirigirse al “montículo” para lanzar la primera bola acompañado del propio empresario oaxaqueño Harp Helú, que además de ser dueño del estadio lo es de las franquicias de los Diablos y de los Guerreros de Oaxaca. Se lo dijo a sus cercanos, que estaría entre “amigos” complacidos por el apoyo inusual que su gobierno estaba dando al beisbol. Pero no fue así y los gritos de “¡fuera, fuera!” no cesaban, mientras el Presidente aguantaba el primer momento incómodo –tras ganar la elección nacional con un número mayor a los 30 millones de votos–, agachando levemente la cabeza y sonriendo con nervios evidentes. Apresuró el lanzamiento y solo el cántico del Himno Nacional (el civismo escolar le llama a eso “entonación”) paró la rechifla.
Damos por sentado que López Obrador fue invitado esta vez en que los Yanquis se presentaron tras una ausencia de 56 años, desde que jugaron en el fatídico año del 68 en el legendario diamante del Parque Deportivo del Seguro Social, en la colonia Narvarte. Lo cierto es que durante el primer partido en que los de Nueva York fueron derrotados por solo una carrera, Harp estuvo sentado al lado de su pariente el magnate Carlos Slim Helú que, hasta ahora me entero, también es muy aficionado al beisbol. Ambos portaban la casaca y las gorras de los pingos, el equipo con más campeonatos ganados en la Liga Mexicana de Beisbol; de la misma forma que Yanquis es el más triunfador en la historia de las Grandes Ligas.
Si a Carlos Slim le podemos exigir el pago de deudas morales con el país por ser tan adicto al poder político (sea de cualquier signo siempre que le dé beneficios sus empresas), Harp, que fue dueño de Banamex, ha optado por un discreto distanciamiento y aportado los últimos años el tiempo y el esfuerzo a su verdadera pasión: el beisbol. No podemos negar que sin su empuje esta ciudad no tendría ese dignísimo y hermoso estadio, donde bien podrían jugar los Aztecs en un ensueño de Ligas Mayores. La verdad es que Harp se la ha jugado por el beis en un país donde las televisoras prácticamente decretaron su extinción para sacar mayor raja al negociazo que es el futbol, con todo y su mediocridad.
El beisbol es un deporte refinado para todas las clases sociales. Su afición suele ser reconocida por mentar madres al equipo contrario pero como con cariño, y que aplaude a sus rivales ante una jugada magnífica, como un “atrapadón”.
Entre tantas leyendas del beis y del arte –que son casi la misma cosa– hay la de un día lejano que ahora recuerdo. El gran pintor, y también escultor, Francisco Toledo, llegó a los portales del centro de la ciudad de Oaxaca –ya codiciado pero con su aspecto humilde– para sentarse a tomar un café, cuando fue impedido por el capitán del negocio, que le alegó que no podía entrar con sus huaraches. El artista juchiteca, tan sencillo y callado siempre, retraído, tomó el impulso de la dignidad para sacar un fajo de dólares y preguntarle al empleado que cuánto había que pagar. En esos tiempos donde el sub comandante Marcos todavía no se asomaba y el racismo era más descarado, el gran Toledo se impuso como hablando por muchos. Pero además demostró que el dinero no es necesariamente algo que esté ligado a las razas o al aspecto de las personas.
Pues a propósito de aquella historia, Harp Helú, el millonario, contrató a su paisano Toledo para diseñar la reja exterior del estadio, una excelsa representación de bates y pelotas en lámina con aspecto oxidado. Ya solo entrar por ahí, entre la muchedumbre, es un hagazajo que anuncia la emoción de lo que está por llegar. El arte de Toledo será visto por las siguientes generaciones de esos poetas del beis que son los aficionados cuando les enchina el alma la belleza de la danza de un gran doble play, entre la agitación de güeros y de morenos y admirando a los peloteros negros que nacieron para volarse las bardas.
Durante los encuentros contra los Yanquis sorprendió el poderío al bat de los Diablos con el que se apuntó una nota sin precedentes –anécdota para la historia, si el lector así le quiere llamar– con triunfos en los dos partidos. Lo cierto es que se trata un poco de realidad virtual: Los Yanquis no traían a sus estrellas, sino a los prospectos, en un momento en que hay “corte de caja” tanto en los equipos mexicanos como en los gringos. Así, jugadores de los Diablos hicieron su mayor esfuerzo para ser vistos ante los buscadores de los Yanquis. Y los de los Yanquis fueron a sus últimos partidos de pretemporada para ser refrendados por el equipo que tiene la nómina más costosa en Estados Unidos.
Tal vez –lo admito— haya algo de mi orgullo herido al decirlo porque desde niño vi volar las pelotas en el parque de beis, fanático por herencia familiar de los Tigres, el equipo acérrimo rival de los Diablos que ahora juega en Cancún, y también de los bombarderos del Bronxs. “Así es el beisbol”, solía decir el entrañable cronista Pedro El Mago Septién.
En fin que el video de la rechifla a López Obrador no es de ahora. Pero estoy seguro que moría de ganas de estar ahí… sin abucheos.
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