La humanidad es responsable de todo lo que ocurra con el planeta tierra y todos sus habitantes. Hemos acumulado tanto conocimiento durante toda nuestra historia, logrado cambiar climas, mover ríos, cosechar en lugares imposibles, que sí, la tierra es nuestra responsabilidad y todo ser que habite en la misma.
POR RODRIGO CORDERA THACKER
Mi perro está enfermo. Esto para algunos parecerá como algo sin importancia. Pero para las personas que hemos tenido perros toda la vida, cuidado de ellos, convivido con ellos y los hemos querido, es un momento complicado. Un momento de dolor y angustia.
A Trotsky lo adoptamos hace cuatro años. Justo después del sismo del 17. Mi esposa y yo (entonces mi novia) vimos que estaba en adopción un perro mestizo, blanco, desalineado, pero con una cara de diversión y pingo que nos convenció inmediatamente. Con toda la franqueza les digo que ha sido de las mejores decisiones de mi vida.
Un perro te obliga a salir por las mañanas, te fuerza a caminar las calles de tu colonia, te lleva a socializar con la comunidad local perruna. Y en la pandemia carajo, Trotsky se volvió una compañía importantísima para mí. Un compañero en esos momentos de angustia y tristeza, una compañía que solo se recuesta en ti, no te juzga, y de vez en vez genera un ruido lleno de ternura que hace que te olvides por un momento de la vida política y social que acontece todos los días.
Los perros están ligados a la vida humana. Y son responsabilidad nuestra. De hecho, la humanidad es responsable de todo lo que ocurra con el planeta tierra y todos sus habitantes. Hemos acumulado tanto conocimiento durante toda nuestra historia, logrado cambiar climas, mover ríos, cosechar en lugares imposibles, que sí, la tierra es nuestra responsabilidad y todo ser que habite en la misma. Como los perros, como los animales que sí nos comemos, debemos de cambiar de un sistema de abuso, maltrato, y franca voracidad, a un sistema de corresponsabilidad y entendimiento cabal de la naturaleza, sus tiempos y sus límites. La vida humana no va por buen camino. Estamos destruyendo nuestra casa, y acabando con el futuro de la humanidad. Que, si bien puede llegar a ser grotesca, existen creaciones, momentos, y gestos que ameritan que le echemos ganas para seguir viviendo en este planeta.
En cuanto a las muchas políticas en torno al bienestar animal, mi postura es la de escuchar a los biólogos, veterinarios, científicos, ecologistas. La búsqueda de un mundo en donde no nos acabemos los unos a los otros, en donde los otros seres de este planeta cuenten con el mismo respeto, por el hecho de habitarlo con nosotros. Pero en torno a temas de salud, sustentabilidad y demás, confío en la academia y ciencia para guiar el camino.
Pero el tema de hoy es Trotsky, mi perro. Mi amigo con el cual he aprendido mucho sobre los instintos animales, nuestras muchas diferencias y nuestras grandes coincidencias. Y en esto pues mi experiencia es una de cariño, diversión y empatía. Amistad pues.
Mientras estábamos en el encierro total de la pandemia, Lila y Trotsky fueron los seres con los que mi esposa y yo más convivimos. Nos volvimos una manada de la Narvarte, encerrados todos, saliendo por lo indispensable, paseando con ellos mientras no entendíamos qué carajos pasaba con la pandemia. Me atrevo a decir que nuestros perros nos ayudaron a mantenernos un poco más sanos en esos momentos de tanto desasosiego y confusión generalizada.
Y en especial generé un vínculo de amistad con Trotsky. Todas las noches mientras todos dormían en la casa, Trotsky y yo nos mudábamos al estudio, yo me ponía a leer, jugar algún videojuego y tomar un trago. Mientras él me acompañaba silenciosamente, y cuando ya era demasiado tarde se levantaba y me esperaba en la puerta para que nos fuéramos al cuarto a dormir. Un amigo fiel. Tengo más que claro que un perro no es un hijo, pero también que las amistades entre diferentes especies existen y son enriquecedoras. El sentimiento de tristeza que tengo al ver a mi amigo caer en una enfermedad de la cual no sabemos si la va a librar, no lo puedo ni siquiera imaginar con un hijo. Pero el dolor es dolor, y el amor es amor.
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