Año Nuevo: ¿propósitos o rituales para no perder la cabeza?
De platos rotos en Dinamarca a cebollas griegas que despiertan niños: un recorrido por los rituales más raros del mundo.
Mientras unos corren con maletas, en Asia temen despertar con cejas blancas si duermen antes de las doce. ¿Qué tan lejos llegamos por un poco de suerte?
STAFF/LIBRE EN EL SUR
Mientras el mundo se prepara para despedir el 2025, la humanidad vuelve a sumergirse en esa extraña mezcla de esperanza, melancolía y rituales que, vistos de cerca, rozan lo cómico. El fin de año no es solo un cambio de dígito en el calendario; es el momento en que el pensamiento racional se rinde ante la superstición. Si usted cree que salir a la calle con una maleta vacía para viajar más —tradición muy nuestra en Latinoamérica— es lo más extraño que se verá esta noche, prepárese para un viaje por las costumbres más singulares y ligeras del planeta.
La vajilla voladora de Dinamarca y el estruendo de la amistad Si mañana por la mañana usted encontrara su puerta llena de platos rotos, probablemente llamaría a la policía o pensaría en un acto de vandalismo. En Dinamarca, sin embargo, llamaría a sus amigos para darles las gracias. La tradición dicta que hay que guardar la vajilla que se ha despostillado durante el año para estrellarla contra las puertas de los seres queridos la noche del 31 de diciembre.
Existe una lógica social detrás de los escombros: entre más grande sea la pila de cerámica rota en su entrada, más popular es usted y más amigos leales tiene. Es, básicamente, el antepasado analógico y físico del contador de “likes” de las redes sociales contemporáneas, pero con mucho más estruendo y la necesidad de usar una escoba al día siguiente. No es vandalismo, es una declaración ruidosa de afecto.
La cebolla como despertador y el espíritu de regeneración en Grecia En Grecia, la abundancia no llega necesariamente con uvas, sino con un elemento mucho más humilde y picante: la cebolla. Tradicionalmente, se cuelga una cebolla grande (llamada Kremmida) en la puerta de la casa como símbolo de regeneración y salud, dado que estos bulbos son capaces de brotar por sí solos incluso bajo condiciones adversas.
Pero lo verdaderamente peculiar ocurre la mañana del día 1 de enero. Lejos de despertar a los niños con un tierno abrazo, los padres griegos suelen despertarlos dándoles ligeros golpecitos en la cabeza con esa misma cebolla que colgaba en la puerta. Es un “despertar” simbólico a la vida y a la salud. Nada dice “Feliz Año Nuevo” como el aroma de la familia Allium impactando la frente a primera hora del día, recordándole a los más jóvenes que la vida requiere fortaleza.
La vigilia coreana contra las cejas blancas En Corea, la transición al año nuevo es un asunto de resistencia física. Existe una superstición ancestral que se toma el descanso muy en serio, o mejor dicho, lo prohíbe. Se cree que si alguien se queda dormido antes de la medianoche del 31 de diciembre, despertará al día siguiente con las cejas blancas, un signo de envejecimiento prematuro o de haber “perdido” el tiempo del nuevo ciclo.
Como resultado, las familias mantienen todas las luces de la casa encendidas (costumbre conocida como Surye) y luchan contra el bostezo en una vigilia colectiva que haría palidecer a cualquier estudiante en época de exámenes finales. Si por descuido algún niño se duerme, los adultos suelen jugarles bromas poniéndoles harina en las cejas para hacerles creer que la maldición se ha cumplido.
Japón: El menú de los 108 pecados y la limpieza del alma Mientras en Occidente el cierre de año suele ser sinónimo de excesos y brindis desenfrenados, en Japón el Oshogatsu es un asunto de purificación profunda y orden. Los templos budistas de todo el país hacen sonar sus campanas de bronce exactamente 108 veces en un ritual llamado Joya no Kane.
¿Por qué tal precisión numérica? Según la cosmogonía budista, el ser humano posee 108 deseos mundanos o tentaciones (conocidos como Bonno), que son la raíz de todo el sufrimiento y el apego. Cada campanada tiene el poder místico de borrar uno de estos pecados acumulados durante el año. Es una limpieza espiritual exhaustiva y sonora que prepara al individuo para entrar al año nuevo con el “contador en ceros”. Es el equivalente espiritual de un “borrón y cuenta nueva” que resuena por todo el archipiélago.
El “First Footing” escocés y el carbón de la suerte En Escocia, la celebración del Hogmanay es quizá más importante que la Navidad. Una de las tradiciones más respetadas es el “First Footing” o la “primera pisada”. Se dice que la primera persona que cruza el umbral de su casa tras las doce campanadas determina la suerte de todos los residentes para los próximos doce meses.
El visitante “ideal” para asegurar la prosperidad debe ser un hombre alto, de cabello oscuro (un recuerdo de los tiempos vikingos, donde un hombre rubio en la puerta solía significar una invasión inminente) y, preferiblemente, guapo. Este invitado debe portar regalos simbólicos: una pieza de carbón para asegurar calor, pan para la comida, una moneda para la riqueza y, por supuesto, whisky para la alegría. Si usted es bajito o rubio, en Escocia es probable que le pidan esperar afuera hasta que un amigo moreno entre primero.
Sudamérica: El lenguaje de la ropa interior y las maletas En países como México, Colombia o Venezuela, el color de la ropa interior es una declaración de principios. El rojo es para quienes buscan el amor apasionado, mientras que el amarillo es el uniforme de quienes priorizan la estabilidad financiera. Es un código secreto que se lleva bajo la ropa, esperando que las fuerzas del universo lean el mensaje cromático.
A esto se suma el ritual de las maletas. Apenas suenan las doce campanadas, miles de personas salen a la calle a dar una vuelta a la manzana cargando equipaje. No importa si la maleta está vacía; lo que cuenta es la intención. En la mente del entusiasta, cada paso sobre la banqueta con esa maleta garantiza un sello nuevo en el pasaporte durante el año entrante. Es el optimismo llevado a la acción física.
El plomo alemán y los zapatos checos En Alemania y Austria, se practica el Bleigießen o molienda de plomo. Se funde un poco de este metal (o cera en versiones modernas por seguridad) en una cuchara sobre una vela y se vierte rápidamente en agua fría. La forma que tome el metal al solidificarse predice el futuro: un corazón significa amor, un barco significa viajes y una estrella, buena suerte.
Por su parte, en la República Checa, las mujeres solteras realizan una prueba de calzado. Se colocan de espaldas a la puerta principal y lanzan un zapato por encima del hombro. Si el zapato cae con la punta hacia la puerta, significa que habrá boda en el año que comienza. Si cae con el tacón, deberán esperar al menos un ciclo más para llegar al altar.
Conclusión: Un brindis por la esperanza compartida Más allá de lo pintoresco de estas costumbres, lo que subyace es una necesidad humana universal: el deseo de controlar lo incierto. El fin de año nos recuerda que, a pesar de los avances tecnológicos y la vida moderna, todos buscamos un poco de magia para enfrentar el futuro.
Al final, lo más importante no es si el zapato apunta a la puerta o si las campanas borraron nuestros pecados, sino la capacidad de reunirnos, compartir un plato de bacalao bien sazonado y brindar por la oportunidad de empezar de nuevo. Porque cada 1 de enero, el mundo entero se concede a sí mismo el beneficio de la duda y el regalo de la esperanza.















