POR ARGEL GONZÁLEZ
Si algo nos queda claro es que Sergio Mayer no necesita ser Sócrates ni intelectual para presidir la Comisión de Cultura en la Cámara de Diputados, como él mismo declaró a los medios de comunicación cuando lo cuestionaron sobre su escaso perfil en la materia. Lo que sí requería el ex integrante del grupo Garibaldi era que el dedo del gran Tlatoani lo colocara al frente de esa responsabilidad, práctica que en el sistema político mexicano se conoce como “dedazo” y que como hemos atestiguado a lo largo de la historia de nuestro país, en vez de combatírsele y erradicársele, se ha convertido en tradición, independientemente del partido que gobierne.
Con esta aportación antidemocrática del PRI a la praxis política mexicana, Morena decidió resolver los diferendos por esa vía. Sergio Mayer no llegó a la Comisión de Cultura por mérito alguno, eso nos queda claro. Quizás es que en el repertorio musical de Andrés Manuel López Obrador, además de El Sapito, que interpreta Belinda, La bolita o Banana sean otros de sus hits y por eso premió al inexperto legislador con una responsabilidad de ese tamaño. Cabe la posibilidad.
A mí en lo personal, me indigna muchísimo que un hombre cuya trayectoria consista en haber hecho playback en la televisión comercial haya alcanzado una curul en la Cámara Baja y que después, como si se tratara de un mal chiste haya sido ungido Presidente de la Comisión de Cultura y Cinematografía. Me indigna exactamente igual que cuando Carmen Salinas, actriz sin preparación académica ni experiencia en la política o la administración pública, se convirtió en legisladora.
Yo me pregunto por qué Morena llevó a gente sin perfil a cargos de elección popular cuando se trata de una responsabilidad de primer orden. Si algo requiere este país con urgencia es gente preparada para afrontar la grave situación política, económica, social y cultural que vivimos; diseñar políticas públicas encaminadas a la resolución de problemas añejos que permitan destinar un mayor presupuesto a la ciencia y la cultura para atender las demandas de la comunidad cultural y artística -obligada a hacer maravillas con tres pesos-, y reparar, ampliar y actualizar los museos, bibliotecas, teatros, centros de investigación y escuelas en los que hace décadas no se invierte un quinto, entre otras tareas urgentes.
A nadie nos queda la duda que al ahora diputado federal de Morena, Televisa lo reclutó hace varias décadas para mostrar sus atributos físicos. Mayer aprendió unas cuantas coreografías y en poco tiempo se convirtió en un producto más de la televisora de Azcárraga. Eso no es de sorprender, ya que ese es el fin de las empresas que están detrás de la telebasura: vender.
Lo que sí es de sorprender, es que en el tan prometido cambio que se ha anunciado tras el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador siga imperando un modelo que le ha hecho mucho daño a México, el de la recomendación, del amiguismo, del compadrazgo que termina en dedazo, donde un personaje con poder selecciona a alguien cercano para asignarle cierta responsabilidad en vez de aplicar un criterio que revise la capacidad, preparación, talento y experiencia de las personas que aspiran a ocupar cargos en alguno de los tres poderes.
Me pregunto también si realmente la oferta de candidatos del partido encabezado por AMLO era tan pobre que tuvieron que optar por Mayer. ¿Cuántos gestores y promotores culturales, historiadores del arte, escritores, museógrafos, músicos, artistas plásticos, performanceros, bailarines, actores, talleristas, en este país, pudieron con todo el bagaje que tienen, convertirse en diputados y encabezar dicha comisión? Yo creo que había una enorme gama de posibilidades para escoger, pero AMLO y sus operadores optaron por el ex Garibaldi.
Cuando voy a diplomados, seminarios, coloquios, congresos o conferencias, me encuentro con un montón de gente talentosa cuyo trabajo en el ámbito cultural está a toda prueba y que ha dedicado muchos años para prepararse, que plantea discusiones teórico-metodológicas de alto nivel y comparte sus experiencias y vivencias, así como los logros obtenidos en el trabajo con la comunidad, a pesar de los pocos recursos que se les asignan. Su compromiso y creatividad los han llevado a obtener resultados interesantísimos: formación de orquestas experimentales, montaje escénicos en centros de reclusión o colonias marginadas, ediciones independientes de libros en lenguas indígenas, circuitos de Poetry Slam con niños y adolescentes, y un largo etcétera. Ninguno de ellos fue convocado a la tan cacareada “Cuarta Transformación”.
El caso de la Comisión de Cultura y Cinematografía en la Cámara de Diputados es sólo un ejemplo de cómo se manejan los asuntos políticos en el país. No podemos ser ingenuos, el dedazo, sea de la izquierda o de la derecha, o de sus remedos, seguirá ocurriendo si los ciudadanos lo permitimos, si seguimos el juego votando por candidatos como Carmen Salinas, Ernesto D’alessio, Lili Téllez o Cuauhtémoc Blanco. Yo creo que nuestro país merece gente preparada si lo que se pretende realmente es cambiarlo. Sergio Mayer sólo es una pieza que “alguien” colocó de manera estratégica y aunque quizás él tenga buenas intenciones, la cultura y el arte en este país requieren más que eso.
Si no eliminamos de nuestra vida política la práctica del dedazo en cualquiera de sus versiones, desde la light hasta la más cínica y descarada, seguiremos obteniendo deficientes resultados en cualquiera que sea la tarea que emprendamos. La ineptitud e inexperiencia de los funcionarios terminan por frenar el desarrollo de una nación. Y los ciudadanos estamos cansados de que el poder se use para privilegiar a unos cuantos por encima del bienestar común.
Bajo esta realidad, es decir, la del dedo omnipotente, con toda seguridad el diputado Sergio Mayer no necesitará ser ni Sócrates ni intelectual para continuar en la presidencia de la comisión que encabeza. Enrique Peña Nieto tampoco lo necesitó para ser presidente de México. Otro selectivo dedo lo colocó en Palacio Nacional y los mexicanos pagamos un precio muy alto por llevar a la primera magistratura a alguien que aún no ha leído ni tres libros. Desde aquí me gustaría preguntarle a Sergio Mayer, ¿Cuáles son sus tres favoritos?
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