Libre en el Sur

DAR LA VUELTA / El azul del Cielo en el Estadio

La primera final la ganaron antes del horror pandémico, y hoy regresan para una nueva prueba, testimonial, diría, del esfuerzo colectivo, qué a pesar de los pesares, se consiguió llegar nuevamente, ¡júbilo puro!

POR DIEGO A. LAGUNILLA

Domingo 3 de julio por la mañana, 7.15 am para ser exactos, puerta 1-B, frío y humedad inundan el ambiente, dejamos a mi hijo con su escuadra para que emprendan una segunda cita, formal, para coronar el campeonato de fútbol. Clase 2011. La primera final la ganaron antes del horror pandémico, y hoy regresan para una nueva prueba, testimonial, diría, del esfuerzo colectivo, qué a pesar de los pesares, se consiguió llegar nuevamente, ¡júbilo puro! Faena que une a padres e hijos, a maestros y amigos. Compartimos lo más bonito que hay en nuestras vidas, y esto se reafirma una y otra vez que nos vemos, sin necesidad de decirlo ni pensarlo, el simple hecho nos abraza cálida y contundentemente. Me siento emocionado, cuento si están todos, faltan algunos, tristemente, como “Maro Maro”, tocayo del gran Camoranesi, ese que en este mismo lugar escribió páginas notables con la Máquina, con esa misma que odio y amo, valga la paradoja, valga mi afición. Mauro se ve afectado por lo que se supone ya no está. Me duele no verlo aquí y a los demás también (Iker y Rod). Los niños se encaminan, dirigidos por Opo, el Profe, hacia la escalera-túnel, por esa que baja de modo implacable hacia las entrañas del titán. Corremos hacia el otro lado, a la puerta 13, para entrar en las tribunas; a pesar del maltrato, aprecio mucho este espacio, crecí aquí acompañando a mi Papá y a su adorado Atlante, a ese que vimos con Bernardo el pasado diciembre, a ese que había olvidado su popular arrastre, su empuje sin demagogias, ni oropeles, simplemente el equipo del pueblo. La afición cargaba fotografías de los que ya no están para que estuvieran, me enojo por no haberlo hecho, hubiera sido un gran detalle, traer a mi viejo, aunque fuera en papel, sé que se hubiera puesto muy contento por ello, pero en su lugar nos acompañó el otro abuelo, mi querido suegro, don Justo, de voz profunda y corazón gigante. Mejor representante no pudo haber. Recupero la consciencia para perder la compostura, veo a los nenes, los animamos a todo pulmón, una y otra vez, otra y una vez, llegan más amigos a apoyarles, agradezco con todo su presencia y compañía. Primeros 25 minutos, 2-0 arriba…  ¡algarabía total!… Mi hijo quiere meter gol de cabeza y casi lo logra, ¡pega en el poste! carajo ¡siempre los postes!… segundos 25 minutos, 2-2 empate… ¡puf! ¡penales!… la paso mal, muy mal… Mi mujer me ve como si estuviera loco… El gran Borjita, nuestro arquero, para el primer tiro, quiero brincar, quiero correr, quiero volar, como sólo él lo hace, como lo hacía mi ídolo de pequeño, el gato Marín… ¡Portero! ¡portero! ¡portero!… nuestro turno, mi Nico le pega con todas sus fuerzas y manda el balón a la tribuna… nuevamente quiero brincar, quiero correr, quiero volar pero para abrazarlo, para levantarlo del césped, del pasto “sagrado” como le digo a la cancha, a esa cancha en especial, pero no puedo, no se puede, simplemente le grito, le gritamos para levantar el ánimo, de hecho acababa de meter un golazo a la distancia, eso es lo importante, eso es lo que deseo que se lleve; cruzo la mirada con mis amigos, con sus padres, también les quiero y me duele el traspie. Turno de ellos, meten el segundo, reconozco que son un gran equipo, sobre todo, Valentina, formidable jugadora que supo neutralizar a nuestra “estrella”, goleador del torneo, Brunito, zurdo implacable, 10 indiscutible… Nuestro turno… mi hijo camina y se para al lado del manchón; el tiempo se trastoca, el tiempo se desarticula, el tiempo se desquicia, Derrida dixit, pido a las alturas, pido a lo celeste que cubre al Azul que caiga el gol, pita el árbitro, veo que se enfila, y…. silencio… el balón se dirige al infinito, pasa arriba del travesaño, no era la línea, no era lo esperado, no era lo deseado, veo caer de espaldas a mi hijo al césped, llorando sin parar… mi ánimo implosiona… lloro con él y me sumo en la butaca… tristeza, desazón, pesadumbre me inundan, camino cual autómata hacia la zona de premiación, en la portería sur, mi hijo y sus compañeros lucen desolados, les dan la medalla de subcampeones y el trofeo de “pichichi” a nuestro aplaudido extremo izquierdo, salimos, lo único que alcanzo a decirle a Bernardo es “estás cosas pasan pero fue un gran partido”, me ve entre ternura y enfado, con un “hay Papá mejor cállate”, y eso hago… se me van las palabras… queda un día completo de lamer heridas y dar mucho cariño, que nos llega en primer momento con unas ricas enchiladas que los amigos nos brindan y acercan. Recuerdo la enseñanza que me dio en su momento el renombrado (y perdido por mí -no sé de él hace mucho tiempo-) escritor tijuanense Heriberto Yépez, “debes saber diferenciar dolor de sufrimiento”, por lo menos hoy reconozco que ni uno ni lo otro, todo esta revuelto, repruebo en mis emociones y ¡repruebo gacho! ¡para mí son lo mismo! Día siguiente, lunes, a entrenar se ha dicho, necesitan (necesitamos) terapia de choque, les sirve, nos sirve, ayuda y mucho reencontrarse con el balón, a pesar de los reclamos por la falla del día anterior, así nos curtimos, así maduramos, así nos levantamos, todo bien hasta que Edu, otro amigo-Papá, me cuenta que justo antes de que mi hijo tirara, escuchó al entrenador del rival gritarle que ¡la iba a fallar!… ¡a un niño de 11 años!… ¡que poca abuela!… siento que todo regresa, además con un enojo implacable, pero con alivio de no haberlo escuchado el día anterior, no sé qué reacción hubiera tenido… fantaseo en haberle dado unas buenas cachetadas mientras le invitaba a cambiar de profesión, por su bien y de los niños por supuesto…  Recupero la compostura, me repito otra vez, “La gente siendo gente” … no hay más…. no hay menos… pero ¿por qué?… Dubitativo abrazo a mi hijo y pienso en las alegrías que nos dieron estos nenes, ¡sirva de homenaje a ellos! (Verdu, Mini, Pablo, Nico, Neto, Sánchez, Posho, Borja, Bruno, Roberto, Mauro, Iker, Bernardo, Pato GT, Rodrigo) y ¡a los entrenadores! (Opo, Marquito y Edu). Y por supuesto, a mi ¡Estadio Azul!, ¡qué sigue en pie!

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