Sé que ésta es una discusión bizantina. Que los anti y los pro jamás hallaremos un punto de acuerdo. Finalmente, esto nos define como seres pensantes, siempre hermanados por nuestras coincidencias, pero también distanciados por nuestras discrepancias.
POR RICARDO GUZMÁN
Cuando empecé a reportear para El Norte tuve que cubrir toros. La idea me pareció repulsiva porque desde niño he estado en contra de “la fiesta brava”. Yo estoy convencido de que todo tipo de maltrato contra los animales debe ser proscrito e incluso penalizado.
Como reportero tuve que familiarizarme con el ambiente taurino y en particular con la Plaza México. Conocí a empresarios, ganaderos, novilleros, toreros y representantes. Fui a corridas, sorteos y entrevistas. Me abrí a la posibilidad de conocer algo que me era ajeno y quizá cambiar mi opinión, sin embargo, toda esa experiencia sólo sirvió por alimentar más mi aversión hacia esta cruel práctica.
Sí, ya sé que los taurófilos dirán que en los rastros pasan cosas horribles (lo cual es cierto). También que si yo critico a los toros debería ser vegetariano (argumento francamente ridículo) y también dirán que soy incapaz de apreciar un arte tan hermoso (pues sí, también hay a quien le gusta el reguetón).
También dirán que sí vale la pena hacer sufrir a un animal si eso tiene como fin disfrutar del ambiente de la plaza y quizás apreciar una gran faena. Allí es donde creo que se equivocan. No. El fin jamás justificará a los medios y en la tauromaquia esto se ve claramente.
¿Está bien matar animales si es por “el arte”?, ¿en verdad creen que el toro también puede defenderse?, ¿sí creen el cuento de la lucha por la vida?… caray. En verdad ¿jamás les ha cruzado por la cabeza que esos animales sufren (y mucho)? ¿en verdad no les significa nada provocar tanto dolor de manera intencional a otro ser vivo?
Qué crueldad y que poca empatía. En estos tiempos donde la empatía es tan necesaria, para la afición taurina no hay más interés que su derecho de pasársela bien, cueste lo que cueste.
Sé que ésta es una discusión bizantina. Que los anti y los pro jamás hallaremos un punto de acuerdo. Finalmente, esto nos define como seres pensantes, siempre hermanados por nuestras coincidencias, pero también distanciados por nuestras discrepancias.
También sé que habrá otras prohibiciones y que estas serán levantadas, porque en estos duelos de intereses siempre ganan los poderosos, quienes por cierto abundan en el ambiente taurino que también es conocido por su nada despreciable derrama económica.
Hoy, los taurinos defienden la libertad porque dicen estar en la contra de las prohibiciones. Yo también defiendo mi libertad de expresarme, y de decirles que lo que yo vi fue espantoso.
Alguna vez en callejones pude oler la sangre, ver el detalle de la mirada desesperada del toro que sufre, sangrando a borbotones y que no sabe dónde se esconden sus elusivos asesinos que lo matan lentamente. El toro grita, aterrorizado, está cada vez más débil y cansado. Al final ya ni siquiera puede levantar la cabeza y lo matan después de tres o cuatro estocadas fallidas.
El toro no tuvo a nadie que saliera a defenderlo. Su despiadado rival sí tuvo muchos aliados que lo defendieron. Unos dentro de la arena para evitar que lo lastimaran tanto como él lastimaba al toro, los otros aliados en las gradas gritándole, emocionados, perpetuando la más terrible de las tradiciones que los españoles trajeron a México y la cual dicen que es un “arte”.
Por allí alguien dijo que los anti taurinos “estamos ardidos” porque un juez finalmente les dio la razón a ellos. Tampoco estoy de acuerdo. Más que “ardido” yo desde que soy niño me siento resignado y decepcionado.
Para mi estar “ardido” es llorar la derrota de un equipo o candidato, tal como aquella campaña del América que decía “ódiame más”, diseñada como un traje a la medida a los “ardidos” que sufrían por ver a su equipo más odiado celebrar un título. Así es esto, se festeja por ganar, pero también por despertar el odio de los otros.
Si ese fuera el caso yo opino que hay ardidos en ambos bandos. A los pro taurinos les arde saber que ellos son cada vez menos. Que sus argumentos ya no convencen a las nuevas generaciones. Que se saben incomprendidos. Que personas de su entorno más íntimo los critican a sus espaldas. Les arde saber que son una especie de cofradía en extinción y que su pensamiento se dirige inevitablemente al basurero de la historia.
El divulgador de la ciencia Neil deGrasse Tyson decía que cuando la sociedad se resistía a aceptar que la Tierra no era el centro del universo, sólo fue cuestión de dejar pasar el tiempo para que la gente adoptara el nuevo conocimiento. No es sencillo estar contra la corriente, y menos si ésta emana desde la casa o las instituciones.
El engaño tarda en morir porque las nuevas generaciones, que ya abrieron los ojos, prefieren no confrontar a aquellos que alguna vez influyeron en sus vidas. Solo esperan a que las ideas del pasado literalmente se mueran con la gente que las defendía y entonces sí, iniciar un pensamiento nuevo.
Yo espero que con los toros pase lo mismo. Que sea cuestión de tiempo para que se imponga la verdad. Que entre todos nos hagamos más humanos y comprendamos la necesidad de evitar el sufrimiento de todos los animales. Que respetemos la vida. Toda la vida.
Sólo entonces podremos dejar en el pasado lo que ya no tiene cabida en el futuro. Confío que el tiempo nos dará la razón.
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