Guanajuato se caracteriza, entre otros muchos encantos, por sus callejones, generalmente aderezados con alguna leyenda. Se calcula que existen unos tres mil 200 de ellos, varios con nombres insólitos y sorprendentes historias, que dan atractivo adicional a la ciudad.
POR REBECA CASTRO VILLALOBOS
Desde que inició la pandemia, en marzo del 2020, si bien recuerdo, Paco se ha reencontrado por zoom con un grupo de amigos del norte del país, casi todos de Chihuahua o Ciudad Juárez, a quienes los unió el quehacer periodístico. Por el tiempo transcurrido desde la última vez que se reunieron presencialmente, es de imaginarse que ya hace varios años, se hicieron llamar “Los Carcamanes” (Los viejos).
Al escuchar el nombre de dicho clan me vino a la mente que en mi terruño hay una calle con ese curioso nombre. Es una de las más céntricas e importantes vialidades, que incluye una plazuela. Pero eso no es todo: también hay una leyenda, considerada como una de las más trágicas y que en realidad poco o nada tiene que ver con el significado del nombre.
Así, la historia trata de dos hermanos, Arturo y Nicolás Karkamán, quienes llegaron desde Europa a la ciudad de Guanajuato para establecerse en el entresuelo de una casa, cerca de la Plazuela de San José. Ambos eran comerciantes conocidos y la fortuna les sonreía. Hasta que conocieron a una hermosa joven que vivía en uno de los pisos de la misma casona, con la cual sostuvieron relaciones los dos amorosas al mismo tiempo.
Un día de junio de 1803, Arturo no soportó los celos. Esperó a su hermano y lo retó a un duelo a muerte. Nicolás quedó tendido mientras que Arturo, pese a también estar herido, tuvo la fuerza suficiente para ir al lecho de la mujer y darle muerte, para después suicidarse.
Con el paso del tiempo, el apellido Karkamán se convirtió en Carcamán. De ahí el nombre de la calle y la plazuela, donde aún se encuentra la casa que fue escenario de la tragedia. Dice la leyenda que si se acude de noche a dicho lugar se corre el riesgo de encontrarte con alguno de los tres espectros… quien aún lamenta su suerte.
Las historias y tradiciones de Guanajuato son una de las expresiones más significativas de la identidad y cultura de sus habitantes. A las ya tan famosas del Callejón del Beso, de la Bufa o de la Llorona, se suman leyendas con nombres poco común o inusuales, como es el del “Tanganitos” (en un lenguaje coloquial son los huesos que integran los dedos de las manos). En este callejón, que da a la plaza de Mexiamora, se encuentra una casita de minúscula fachada, donde a mediados del siglo XVII habitó un hombre llamado Dionisio, a quien todos los conocían en el barrio como “el encuerado” porque habitualmente vestía un traje de charro de gamuza color café…
Este malhechor era tuerto, ya que perdió un ojo en una riña y cubría el hueco de su cuenca con su alborotado cabello. Tenía como esposa a una mujer abnegada, que con frecuencia era blanco de sus satánicos corajes. En una ocasión llegó dando unos gritos a su esposa quien se encontraba moliendo maíz en un metate. Le dio tremendo bofetón que la hizo caer de espaldas sobre el brasero. La mujer se arrastraba suplicando clemencia con gritos desesperados, pero Dionisio no la escuchaba. Entonces, el infame le cortó de varios golpes los huesos de las manos; luego la abandono a su suerte. Después de un rato la mujer murió. Dionisio fue atrapado y luego fusilado.
En sí, Guanajuato capital cuenta con tres mil callejones. Entre todos ellos destaca asimismo el del Infierno, uno de los más famosos y cuya leyenda inicia en el siglo XVIII, la época de oro para Guanajuato. Por la abundancia de las minas, pero derivado de la riqueza que dejaba esta industria, surgieron centros de vicio como las tabernas, en las que los capitalinos bebían hasta perder la conciencia. También jugaban y apostaban.
En el callejón de Robles se instaló un bodegón en el que se ofrecía este tipo de diversión para los mineros en forma de pago por su trabajo. Este lugar era atendido por un hombre ocurrente y maldiciente a la vez. Dicho establecimiento cerraba sus puertas al toque de queda para dar comienzo al juego de cartas y baile. Uno de los clientes más asiduos era Florentino Montenegro, un barretero de la mina de San Juan de Rayas. Era un galán atrevido que despilfarraba su dinero en vino y amor. Siempre salía del lugar a las tres de la madrugada, casi sin conciencia de lo que sucedía a su alrededor.
Una noche, Florentino se retiro más temprano que de costumbre, alrededor de las doce de la noche; al llegar a una esquina distinguió la silueta de una persona abrazada a una puerta, como si estuviera esperando a alguien. Era una mujer hermosa y de buen vestir a la cual persiguió. Al llegar al callejón de Perros Muertos (otro del cual me referiré) dieron vuelta a la izquierda y entraron a un callejón lleno de misterio, donde las sombras de la noche eran más densas. Llegaron hasta el fondo, ella abrió una puerta y pasaron hasta el interior que estaba iluminado por un resplandor rojo.
El barretero comenzó a tener un sentimiento raro, pues él no conocía nada de lo que veía a su alrededor; pero la echó la culpa al alcohol que había estado bebiendo. Después bajaron a una escalera en forma de espiral y en un momento Florentino se dio cuenta de que la bella joven había cambiado de apariencia y se asemejaba a una mariposa negra que aleteaba rápidamente.
Al levantar la vista pudo observar un punto negro, que era por donde habían entrado. Las piernas le empezaron a temblar, perdió el equilibro y se resbaló. No supo el tiempo que duró la caída, pero al llegar al fondo se sorprendió por lo que estaba viendo: eran unas figuras grotescas que estaban bailando en torno a una enorme antorcha que iluminaba todo el lugar. A los lados había galerías en donde se encontraban multitudes de hombre y mujeres encadenados, en otros había oro y plata, ahí hombrecillos de estatura diminuta se entretenían en inyectar e la roca el oro y la plata que otros similares extraían de la antorcha. En otro sitio había cadáveres de pie petrificados y formando una fila interminable. Florentino no podía soportar ese espectáculo y comenzó a gritar, cuando dos gigantes lo sujetaron y le colocaron una cadena. Así prisionero quedó en el antro infernal. La mujer que lo había llevado lo convidó con un brebaje mediante el cual quedó profundamente dormido.
La aurora del amanecer no terminaba de disiparse cuando la ronda municipal encontró un hombre dormido y titiritando de frío. Era Florentino, a quien uno de los vigilantes despertó. El pobre borracho entumecido se incorporó y les dijo: ¡Acabo de llegar del infierno, He pasado una noche en aquellas profundidades…! ¡Allí está la puerta de entrada!, les señaló un cuartucho todo ruinoso. Los guardias no encontraron nada en el lugar, ni siquiera el agujero para que le creyeran. Años después, envejecido y achacoso, Florentino se sentaba afuera de su casa en el barrio de Terremoto, para contar a los transeúntes el suceso que había vivido ese día.
Otra de las historias no muy conocidas, se refiere a un callejón conocido como “El Meco”. Cuenta la leyenda que en tiempos pasados, se acostumbraba dedicar a algún Santo ya sea: un tiro, un campo de labor o hasta toda una mina que se encontraba en su mayor apogeo. Ésta fue encomendada a la Virgen patrona de esta ciudad, en el día de la conmemoración de su llegada, el 9 de agosto. Por tal motivo se le envío en una diligencia altamente custodiada, un cofre de madera preciosa, que contenía en su interior un riquísimo lote de joyas.
Mas para la mala suerte de quienes enviaban la ofrenda a la Virgen, un muy conocido y ambicioso bandido, el cual era el terror del estado de Jalisco, se enteró de aquel fabuloso tesoro, mismo que previamente había sido bendecido por el cura del lugar; sin embargo, más tardo en llegarle la noticia que él en organizar una banda de cuatreros y asaltar el carruaje que lo transportaba.
Tal sacrilegio fue conocido y condenado en toda la región. Se organizaron búsquedas para intentar dar con los rufianes y rescatar el valioso tesoro, más a pesar de las ganas, de los múltiples esfuerzos y de que se buscó en prácticamente toda la región, todo fue completamente inútil.
Algún tiempo después, cuando el suceso ya se había olvidado, sucedió que a la casa de un humilde campesino que vivía solo y en la peor de las miserias, llego un hombre que a simple vista se notaba que gozaba de una muy buena posición económica, preguntando al ocupante de la pequeña casita si estaría dispuesto a realizar un sencillo trabajo; a lo que aquel campesino respondió inmediatamente que sí.
Así que se dirigieron juntos rumbo a una de las orillas de la ciudad. Llegaron a una pequeña tiendita, donde sólo compraron una reata muy gruesa y prosiguieron su camino hasta llegar a las faldas del Cerro del Meco, a donde treparon hasta un gran peñasco, mismo que –pidió el hombre-, tendría que ser movido entre ellos dos. Así ataron la reata y empezaron a jalar, fracasando hasta el tercer intento, que la gran mole terminó por moverse, dejando al descubierto un pozo.
En aquel instante, el misterioso hombre pidió al campesino atarse a un extremo de la soga, al mismo tiempo que él ataba la otra punta a un árbol cercano. El terror y miedo invadieron al humilde hombre, más la sola idea de ganar algunos centavos, le daban valor. Así fue que recibió las últimas instrucciones: “allá abajo encontrarás un cadáver que deberá ser ya un esqueleto, por ahí mismo habrá varios fajos de dinero, los cuales puedes tomar todo lo que te quepa en tus bolsas. Tómalo como justo pago a tus servicios; a mí me interesa que me traigas un cofre de madera que ahí mismo se encuentra”.
Armándose de valor pero con las piernas temblorosas, se introdujo en el pozo hasta llegar al fondo; tal y como se lo había dicho aquel hombre; entre las penumbras, encontró un esqueleto, entre unos pedazos de tela. Ahí también estaban efectivamente el dinero y el cofre. Como pudo, rápidamente, lleno sus bolsillos, tomo el cofre y con un gran esfuerzo llego de nuevo a la superficie; sin decir una sola palabra, ahí impaciente le aguardaba aquel extraño hombre, quien no sólo desconcertó, sino que además atemorizó más al humilde campesino: “por fin descansaré en paz” dijo y además le ordenó: “lleva este cofre a la Basílica de Nuestra señora de Guanajuato y entrégaselo en propia mano al sacerdote en turno”. En ese mismo instante, como fulminado por un rayo y cayó al suelo lanzando un largo grito quedando finalmente sin vida, desapareciéndose en el acto.
Era el famoso y temerario bandido, que años atrás, con su gavilla de maleantes había cometido el peor de los sacrilegios, y que al fin podía descansar en paz.
Con nombres tan peculiares como sus formas y colores, de diferente anchura y longitud, con nombres muy peculiares. Aunque no todos tienen su historia o leyenda, hay un motivo por el cual se les ha nominado. En el portal de Funicular MX se hace un recorrido de los callejones “de la A a la Z”, iniciando por “Alameda”, una de las arterias que comunica con la plaza del Baratillo, para seguir con el del Beso (muy conocido) y continuar con el de Corazones, subiendo al Pípila por el callejón del Potrero, donde cabe mencionar se filmó la exitosa película “El Estudiante”.
A propósito, en pleno centro se encuentra el callejón antes llamado “el Zapatero”, refiriéndose a las personas dedicadas al oficio; pero cuando terminó la edificación de la Universidad de Guanajuato, por el ir y venir de los jóvenes que habitaban las aulas se decidió cambiarle el nombre por el de “el Estudiante”.
Está también el de “los Gallitos” un homenaje a las aves alectrurus tricolor; el del “Hinojo” el cual si bajas te lleva a Cantarranas y de lo contrario (si subes) te lleva a Mexiamora. Apunten “Juego de pelota” “La Luz”, “Mezquitito”, “Olleros” (actualmente Miguel de Cervantes Saveedra) por donde se sube y baja a la plazuela de San Roque, donde Enrique Ruelas inició los Entremeses Cervantinos. Falta mencionar “El Potrero”, “El Ramillete”, “San José”, “Tecolote” y el de “Zaragoza”, cuya peculiaridad es que cuenta con más de 250 escalones, más de los que tiene las escalinatas de la Universidad de Guanajuato.
Y aunque no están en la lista anterior, entre tantas denominaciones están también “Perros Muertos”, “Mulas”, “Cabecita”, “Juego de pelota”, “El Resbalón (ya nos imaginamos a qué debe su nombre), de “Las Animas”, “Cuatro vientos”, “El Chilito, “La Boca negra o caño” y “Sepultura”.
Y finalmente una recomendación: en su próxima visita a Guanajuato emprendan su propia callejoneada, sin rumbo, dejándose sorprender por los recovecos, las subidas y bajadas, las plazoletas y sobre todo los insólitos nombres de los callejones… con todo y sus fantasmas.
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