Libre en el Sur

Caminar, caminar y caminar…

Que las palabras sean, también, un abierto homenaje a uno de los meditadores budistas que más he querido: Gerardo Gally. Sin duda, en algún momento seguiremos sus pasos.

POR PATRICIA VEGA

A Gerardo Gally. In memoriam.

La invitación a convertirme en una colaboradora permanente de la columna de opinión Dar la vuelta surgió como una provocación de Ana Cecilia Terrazas y con el visto bueno de Francisco Ortiz Pardo: caminar sin rumbo, al azar, a la manera del flâneur del filósofo y crítico literario Walter Benjamin, por las calles de la Alcaldía Benito Juárez hasta llegar a lugares que, si bien son inesperados, tienen un corazón oculto que nos hemos propuesto revelar a quienes se interesen en leernos.

Este punto de partida me llevó a explorar sitios de la memoria colectiva que he revisitado de diversas maneras, como una invitación a resignificar nuestras caminatas cotidianas por estos rumbos de una ciudad de México en permanente disolución, como uno de los inevitables destinos de su evolución urbana.

Sin embargo, esas caminatas sin rumbo, muchas veces también se han convertido en metáforas de mis propios espacios interiores, principalmente cuando paseo por los todavía hermosos parques y otras zonas arboladas de la colonia Del Valle.

Es entonces cuando el sonido de mis propios pasos y el bullicio de las aves me transportan a estados contemplativos, ensoñaciones que descubro son contados privilegios en una de las ciudades más saturadas y caóticas del planeta, como lo recuerdan, en otros momentos, los claxonazos y ruidos que a veces hieren los oídos.

De manera paradójica también he dado a estas caminatas una intención utilitaria particular que la ciencia apoya: oxigenar, activar, las redes neuronales con el propósito de sanar la pena –¡ay pena, penita, pena!– provocada por la conciencia de que la memoria y la atención se desvanecen poco a poco como resultado de un deterioro cognitivo cuyo origen resulta inexplicable, aunque a veces se pretenda ligarlo al estrés con el que vivimos en urbes tipo la ciudad de México.

En este contexto, yo agradezco el simple cambio de adoquines en el Parque de Tlacoquemécatl que muchos vecinos consideraron como un gasto inútil porque todavía se “veían bastante bien”, y que para mí se convirtió en la secreta celebración y certeza de que había desaparecido de mi horizonte caminero la amenaza de una torcedura de tobillos que me llevaría a aterrizar en la calle de cuerpo entero, como ya me había sucedido la ocasión en que requerí de asistencia médica en la sala de urgencias de un hospital porque por poco me rompo la crisma. Honor a quien honor merece: debo aclarar que el dichoso banquetazo ocurrió en territorios de la Alcaldía Cuauhtémoc en los que caminar se ha convertido en una actividad de alto riesgo.

En esta ocasión me propongo que estas líneas sean un vehículo para llamar la atención sobre los muchos dones que nos rodean y que pocas veces apreciamos: nuestros parques. Que sirvan también para ver lo grande y lo pequeño. Para invitarnos a disfrutar de los árboles interiores y exteriores. Que las palabras sean, también, un abierto homenaje a uno de los meditadores budistas que más he querido: Gerardo Gally. Sin duda, en algún momento seguiremos sus pasos. Pareciera algo sencillo, pero hay que entrenar todos los días y estar preparados para dar, con alegría y ligereza, ese pequeño y, a la vez, gran salto.

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