“Me manifiesto porque tengamos la humildad y el carácter como seres humanos y sociedad de reconocer a los árboles en su verdadera dimensión trascendente de celebración de la vida, que también es un poco de la nuestra”.
“Si hay días que vuelvo cansado sucio de tiempo, sin para amor, es que regreso del mundo no del bosque no del sol, en esos días compañera ponte alma nueva para mi más bella flor” “. (Fragmento Días y Flores, canción de Silvio Rodríguez)
POR CATALINA VILLARRAGA PICO
Quizá sea casualidad la conexión con la columna anterior o quizá un complot buscado en el universo. Pero, como decía el poeta, “verde que te quiero verde”, sí lo quiero, como muchas personas más lo quieren y aprecian, y lo expreso así porque prefiero anhelar y soñar que no estoy sola en esto. Por tanto, a manera de breve manifiesto, hoy levanto la voz en defensa y reivindicación de los árboles y la naturaleza, sí de los árboles y la naturaleza que se resisten a dejar de existir a pesar de nosotras(os) mismos, los seres humanos que parece andamos a su paso, pero no para su acompañamiento, crecimiento y defensa, sino muchas veces acechando o peor cortando su vida como si nada, sin mayores reflexiones previas y menos aún sin mayores consecuencias posteriores que afrontar.
Por eso, cuando leo noticias como el derribo de 86 árboles este fin de semana en la colonia Irrigación, de la Alcaldía Miguel Hidalgo en la Ciudad de México, que se suman a otros ya talados antes en el mismo lugar, por autorización previa de una autoridad que se dedica a la política y gestión del medio ambiente, como la Secretaría del Medio Ambiente. No sólo me genera total rechazo, sino que me pregunto, cuál es el fundamento que justifica tal decisión para autorizar a un tercero -independientemente de quién sea ese tercero- el derribo de gran cantidad de árboles que tardan más de una década en crecer a mediana altura -alrededor de 4 metros-.
Sobre todo, cuando la misma Secretaría recientemente obtuvo el premio “Desafío de ciudades 2021-2022” entregado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, por sus acciones contra el cambio climático; y, desde hace varios años se ha insistido en posesionar en los medios de comunicación un discurso sobre el desarrollo sustentable, citando tanto en ámbitos de gobierno local como federal a los Objetivos de Desarrollo Sostenible u ODS 2030 a manera de brújula o como su marco de orientación y herramienta imprescindible que ayudará a evitar el caer en escenarios no sostenibles. Paradójicamente, ¿será por eso mismo?, porque lo sostenible no es igual a lo sustentable. Llama la atención que, la traducción del inglés “sustainable” la hicieron como “sostenible” que hace alusión a una única dimensión, la económica, cuando debería hacerse referencia a la sustentabilidad, término que supone por lo menos tres dimensiones más que esa: la dimensión ambiental, la sociocultural y la política.
Ante la práctica autorizada de talar árboles, algunos de ellos por compensación económica a la ciudad, es evidente que ese marco de orientación y acción por más de que suene atractivo o poderoso repetirlo una y otra vez, ha quedado corto y rebasado por la realidad y práctica contraria a la sustentabilidad publicitada desde la administración pública.
Por si al caso queda alguien todavía en plena época de cambio climático que no esté enterado(a) de cómo la presencia de los árboles enriquece la vida, resalto, más la nuestra que la suya propia. Le comparto que, de modo maravilloso y generoso los árboles convierten el carbono en oxígeno, brindan sombra, reducen la temperatura de la tierra e incrementan la humedad; resguardan fauna endémica, brindan frutos para el consumo humano. Por si fuera poco, estos personajes tienen la asombrosa capacidad de inspirar y sobrecoger al obsequiarnos su exuberante belleza en el paisaje. Si de repente no les ha sucedido que la belleza del paisaje los deje sin palabras y contemplativos, les invito a darse una vuelta por algún parque o paraje con los sentidos bien despiertos y su mente y su corazón ahí inmerso en ese momento, porque no hay que ser “hippie”, “yuppie”, “eco-friendly” o cualquier otra palabra vintage o de moda para experimentarlo. Sólo hace falta estar más atentos(as) a los espacios que recorremos.
Llama la atención que, la traducción del inglés “sustainable” la hicieron como “sostenible” que hace alusión a una única dimensión, la económica, cuando debería hacerse referencia a la sustentabilidad.
Entonces, porque no logro comprender la indiferencia de los seres humanos, ni las inercias de las instituciones creadas por éstos, opuestas a cuidar la vida y de paso proclives al auto-saboteo por la ausencia de respeto a otros seres y hacia sí mismos, levanto la voz por el asumir desde nuestros propios ámbitos de vida un trato considerado, respetuoso y ético hacia los árboles y la naturaleza que ciertamente está ahí casi como obsequio, que no fue construida por nosotros los seres humanos, pero que sí padece nuestros egoísmos, a veces, estrechez mental y de corazón.
Quiero ver a los árboles dignificados socialmente en todo su valor y esplendor estando presentes en altos volúmenes en los distintos espacios de ciudades cosmopolitas, intermedias y en pequeños centros de población; quiero ver a los árboles en espacios rurales montañosos; quiero ver tanto a los árboles y la naturaleza -valga la redundancia natural no construida por mano de ser humano- presentes en cualquier paraje y espacio por desconocido, pequeño o residual que sea de esta tierra. Me manifiesto porque tengamos la humildad y el carácter como seres humanos y sociedad de reconocerles en su verdadera dimensión trascendente de celebración de la vida, que también es un poco de la nuestra.
Entonces, ¿a quién le importan 86 árboles?
Aunque la presente Administración ya indicó públicamente que revisará el tema, los 86 árboles ya están derribados.
Politóloga y maestra en urbanismo.
linasarmito@gmail.com
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