Chiclayo, la ciudad peruana que conquistó el corazón del Papa León XIV

Chiclayo. Foto: Especial
Con unos 600 mil habitantes, Chiclayo es hoy un centro económico y cultural vital del Perú
Es conocida como ‘la Ciudad de la Amistad’ por el carácter cálido de su gente
Muy cerca de la ciudad se encuentran las célebres Tumbas Reales del Señor de Sipán, y su museo —uno de los más modernos de Sudamérica— atrae a investigadores y turistas de todo el mundo.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
En Chiclayo, Perú, las campanas repicaron sin pausa cuando se anunció el nombre de Robert Francis Prevost como nuevo pontífice de la Iglesia católica. No era para menos. Durante casi una década, el hoy Papa León XIV caminó sus calles, celebró misas en sus barrios más humildes y dejó una huella pastoral que los chiclayanos hicieron propia. Desde su catedral neoclásica hasta los comedores populares, todo en Chiclayo se sintió parte de esa elección.
El medio español elDiario.es, en un reportaje firmado por la periodista Stefania G. Arias, documenta esa conexión singular. No solo reseña los años en que Prevost fue obispo de la Diócesis de Chiclayo —entre 2015 y 2023—, sino que da cuenta de cómo su figura se convirtió en símbolo viviente: su retrato adorna la entrada de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo, de la cual fue Gran Canciller Emérito; un restaurante frente a la catedral ofrece “el desayuno preferido del Papa”, y vecinos lo recuerdan como alguien que “nunca se fue del todo”. Para muchos chiclayanos, Prevost sigue siendo “su obispo”, aunque ahora se vista de blanco.
Chiclayo no es una ciudad cualquiera. Ubicada en la región Lambayeque, en la costa norte de Perú, es conocida como “la Ciudad de la Amistad” por el carácter cálido de su gente. Fundada como aldea indígena en el siglo XVI, fue elevada a ciudad en 1835. Su historia se entrelaza con la de las culturas Mochica y Lambayeque, célebres por su cerámica, arquitectura y tesoros funerarios. Muy cerca de la ciudad se encuentran las célebres Tumbas Reales del Señor de Sipán, y su museo —uno de los más modernos de Sudamérica— atrae a investigadores y turistas de todo el mundo.
Durante su episcopado, Prevost no solo mostró cercanía espiritual. Como recuerda Reuters, lo vieron manejar una camioneta blanca para distribuir ayuda en tiempos de inundaciones, jugar tenis en el monasterio local y compartir comidas sencillas con la comunidad. Su liderazgo se construyó en los gestos cotidianos: en las visitas a las 48 parroquias, en el acompañamiento a los enfermos, en la escucha atenta a los jóvenes.
Con más de 600 mil habitantes, Chiclayo es hoy un centro económico y cultural vital del Perú. Su aeropuerto internacional conecta la ciudad con Lima y otras capitales regionales. Sus mercados bullen con productos de la costa y la sierra, mientras que su gastronomía —que incluye platos como el arroz con pato, el chinguirito y la causa ferreñafana— ha sido reconocida en todo el país.
Cuando desde el balcón de la Basílica de San Pedro, el Papa León XIV mencionó con emoción a su querida diócesis de Chiclayo, no solo hizo un guiño afectivo. Dio fe de una historia compartida. Una historia que ahora también es patrimonio del mundo católico.
Las calles de Chiclayo —con sus plazas arboladas, sus iglesias coloniales y su fervor cotidiano— seguirán recordando al obispo que fue Papa. Y acaso también al Papa que, en el fondo, nunca dejó de ser obispo de Chiclayo.
Ubicada a solo 13 kilómetros del mar, Chiclayo tiene una ubicación estratégica que la convirtió desde el siglo XIX en un punto clave de comercio entre la sierra, la selva y el litoral. El ferrocarril y la actividad azucarera dinamizaron su economía en el siglo XX. Hoy, sus avenidas anchas y su crecimiento urbano reflejan tanto su pujanza como los desafíos de una ciudad intermedia que se moderniza sin perder raíces.
En su entorno, yacen algunos de los tesoros arqueológicos más asombrosos de América. La tumba del Señor de Sipán, descubierta en 1987 en el complejo Huaca Rajada, ha sido comparada por su riqueza con la de Tutankamón. Los orfebres mochicas dejaron collares de oro, orejeras de cobre, vasijas modeladas con rostros y escenas rituales. Todo eso puede verse en el imponente Museo Tumbas Reales, una joya museográfica concebida como una pirámide truncada que guarda en su interior no solo objetos, sino la memoria de una civilización.
No muy lejos se encuentra el Santuario Histórico Bosque de Pómac, con sus algarrobos centenarios y las pirámides de barro que revelan la cosmovisión de la cultura Sicán. El desierto, el río La Leche y la fertilidad de la tierra crean un paisaje dual donde conviven lo árido y lo fértil, lo ceremonial y lo cotidiano.
Y si la historia precolombina asombra, la gastronomía enamora. Chiclayo ha convertido su cocina en estandarte cultural. El arroz con pato, cocinado a fuego lento con cerveza negra y culantro, resume la herencia árabe-española fusionada con ingredientes locales. El chinguirito, hecho con pescado seco y rehidratado en limón, evoca los tiempos en que los mochicas secaban pescado al sol. Y los postres como el king kong —una suerte de alfajor descomunal con manjar blanco y piña— muestran la generosidad de sus mesas.
En los mercados, los puestos de hierbas curativas conviven con los de ceviche, jugos de lúcuma y ají mochero. En la calle, el bullicio es constante, pero entre las plazas y las iglesias se abre paso una ciudad con espiritualidad y memoria. Chiclayo vive entre la historia y la modernidad, entre la fe y la vida.
Quizá por eso, cuando en Roma se pronunció el nombre de León XIV, en Chiclayo no hubo solo sorpresa. Hubo lágrimas, orgullo y celebración. El Papa era uno de ellos. Y ellos —los chiclayanos— sabían que su historia también subiría al balcón de San Pedro.
Durante su episcopado en Chiclayo, Robert Francis Prevost —hoy Papa León XIV— se destacó por una labor pastoral profundamente comprometida con los más necesitados. Sus homilías, impregnadas de sencillez y esperanza, resonaban con fuerza en la comunidad. En su última homilía en la catedral de Chiclayo, en agosto de 2024, reflexionó sobre el pasaje de Elías en el desierto, destacando cómo, en los momentos de cansancio, el Señor brinda alimento y fortaleza para continuar el camino .
Más allá de las palabras, Prevost llevó su mensaje a la acción. Estableció comedores sociales en diversas zonas de la diócesis, asegurando que los más pobres tuvieran acceso a alimentos. Voluntarios como Daría Chávarry y Rosa Victoria Ruiz recuerdan cómo su liderazgo transformó la atención a los más vulnerables, promoviendo la caridad como una virtud esencial .
Su enfoque pastoral también incluyó la promoción de la participación activa de los laicos en la vida de la Iglesia, fomentando una estructura más inclusiva y sinodal. Durante la pandemia de COVID-19, lideró iniciativas como la creación de plantas de oxígeno medicinal, demostrando un compromiso tangible con la salud y el bienestar de la comunidad .