El proyecto del gobierno de CDMX para contar con 600 kilómetros de ciclovías en 2024 parece plausible, pero sería desastroso si no se acompaña de un plan de seguridad integral. Ámsterdam es un ejemplo… no fácil de seguir.
STAFF/LIBRE EN EL SUR.
Si bien puede parecer absolutamente plausible el interés de las autoridades capitalinas por fomentar el uso de la bicicleta como medio de transporte e incrementar de manera importante el kilometraje de ciclovías o ciclopistas en la ciudad, resulta francamente incongruente la falta de apoyo a las medidas que eleven la seguridad de los ciclistas.
Por razón lógica, a medida que aumentan el número y la longitud de las pistas exclusivas para bicicletas se incrementa en mayor proporción el índice de accidentes para ese tipo de vehículos y, por más grave y doloroso, el número de defunciones resultado de ellos.
Y no es una mera cuestión aritmética la que explicaría que a más kilómetros de rodamiento lógicamente aumentar las posibilidades o los riesgos de que ocurran accidentes, lo que parece lógico. En el fondo, la verdadera causa de ese desequilibro fatal es la ausencia de una política pública de protección al ciclista, lo que implica campañas de educación tanto para ellos como para los automovilistas, principales causantes de los accidentes viales.
El dato es elocuente: mientras que en 2019 ocurrieron 11 decesos de ciclistas, en 2020, durante la pandemia de COVID-19, se incrementaron en 81.8 por ciento al llegar a 20 muertes, de acuerdo con los Reportes Trimestrales de Hechos de Tránsito de la Secretaría de Movilidad de la CDMX (Semovi) .
Considerar sin embargo a los usuarios de las ciclivías y en general de bicicletas en vía pública son meras víctimas de las torpezas e infracciones de otros y eximirlos en cambio de toda responsabilidad es un error que a menudo acentúa la indolencia de queienes sufren directamente los daños. Hay que reconocer, para evitarlo, que a menudo es la inconciencia y falta de precaución de los pedalentes lo que provoca muchas de esas tragedias.
Y si a ello se suma la absurda reducción de recursos públicos destinados a la protección de los ciclistas –lo que incluye una adecuada señalización, educación vial, infraestructura segura, entre otras acciones– el panorama resulta francamente sombrío, sobre todo ante el pomposo anuncio del gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo de alcanzar los 600 kilómetros de ciclovías para 2024, cuando concluya la actual administración. actualmente existen unos 200 kilómetros de carriles exclusivos para ciclistas, es decir, una tercera parte de la meta recién cacareada.
Un proyecto como el que se anuncia implicaría acciones previas y medidas paralelas, como campañas de educación vial y una infraestructura verdaderamente eficaz y confiable, que incluya la adecuada señalización de las rutas, los cruces peatonales, las confluencias vehiculares y una adecuada y rigurosa vigilancia. Todo esto implica una inversión cuantiosa que debe ser considerada. De lo contrario, es plan se queda en un nuevo ardid demagógico que podría ser muy peligroso para los capitalinos.
Un ejemplo a seguir es la ciudad de Ámsterdam, capital de los Países Bajos, donde hay literalmente más bicicletas que residentes, lo que no es de extrañar en una ciudad donde andar en dos ruedas es, a todas luces, la forma más lógica de transporte. Es algo tan común para los ciudadanos, que se puede ver a elegantes ciclistas, mujeres en taco alto y hombres vestidos con terno.
En la capital holandesa hay unos 400 kilómetros de ciclovías. Para equiparar el tamaño de esa red con la que se pretende hacer en la CDMX, hay que considerar que Ámsterdam tiene 780 mil habitantes, mientras la capital mexicana supera los nueve millones. Es decir, más de diez veces más.
Millones de turistas llegan todos los años a la capital holandesa atraídos por el fervor liberal de sus “coffee shops” y su reconocido barrio rojo. Pero cuando se llega a Ámsterdam, hay algo que llama incluso más la atención: las bicicletas.
Están en todas partes y todos las usan. Carteros, policías, guaguas, perros, oficinistas, niños, elegantes mujeres e incluso abuelitas. Todos andan en dos ruedas. En las calles, y a diferencia de otras grandes ciudades, las bicicletas de verdad dominan el tráfico. Además de ciclovías, tienen sus propios semáforos y cuentan con un importante espacio junto a los autos. Incluso hay muchísimas calles que son exclusivas para bicicletas. Unas 780 mil personas residen en la ciudad y se estima que hay alrededor de 881 mil bicicletas, es decir, más bicicletas que residentes.
En Ámsterdam es muy difícil encontrar taxis. Se pueden ver fuera de clásicos hoteles esperando llevar a los turistas al aeropuerto. Pero en las calles regulares es casi imposible toparse con ellos y pareciera que sólo les interesa hacer tramos largos. Por otro lado, tener un auto propio resulta prohibitivamente caro. Por ejemplo, obtener una licencia de conducir en Holanda cuesta más de mil dólares y estacionar en toda la ciudad durante un horario de 9 am a 7 pm tiene un valor de 26,40 euros, aproximadamente unos 6105 pesos mexicanos, mientras que el ticket nocturno, que va desde las 7 pm hasta la medianoche, dependiendo del lugar en que se estacione, puede tener un costo de entre 4,40 a 17,60 euros, es decir, desde 102 a más de 404 pesos. Un ticket de estacionamiento semanal cuesta 158,40 euros, alrededor de tres mil 640 pesos.
Al menos para los holandeses, los turistas aún pueden verse un poco torpes a la hora de esquivar a los omnibuses que cruzan por toda la ciudad. Aquí las bicicletas mandan, desde que en los años 70 el gobierno holandés comenzara a invertir en estas medidas. Sin embargo, en aquel tiempo la proliferación de ciclistas en las calles se convirtió en un riego mortal, que cobró millares de vidas. Esto hizo que las autoridades enfocaran sus esfuerzos al tema de seguridad,
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