Cuando se decide mover o cambiar algún hito que nos significa individual y colectivamente, sobre todo, en la ciudad que habitamos y vivimos nuestra vida cotidiana, por uno nuevo o por espacios vacíos sin mayor propósito, las reacciones no se hacen esperar, ya sean de apoyo, rechazo, indiferencia o resignificación.
POR CATALINA VILLARRAGA PICO
Árbol. Si como hago ahora, empiezo escribiendo la palabra árbol, quienes me leen en este momento y yo misma, muy seguramente nos imaginamos algo más o menos similar, según la estructura básica o signo gráfico conocido de éste y su función. Así, nos aparece en segundos dibujado en la mente un tronco, ramas y hojas verdes que producen oxígeno. Después y únicamente si estamos más interesados, iremos a otros detalles. Por ejemplo, entraríamos a buscar en nuestra mente registros de formas, tamaños, colores y frutos, seleccionando de ese inventario algo cercano a lo que nos gusta. Así, ya no sería la imagen de cualquier árbol, sino una acorde a nuestras preferencias, mediadas éstas, quizá por cierta idea de lo que conocemos de la naturaleza, de sus ecosistemas, de lo que catalogamos como bello y del lugar en donde lo hemos visto antes o nos imaginamos que puede estar ese árbol.
Cuando hablamos de la ciudad y de nuestra vida cotidiana en ella, sucede algo muchísimo más trascendente, en el sentido de que no es únicamente un signo gráfico y función, sino que, al enunciarla, como decir: Ciudad de México, Veracruz, Bogotá, Medellín, Buenos Aires u otra del mundo que se les ocurra, cada una de ellas nos transmite y nos comunica algo, que, a su vez, nos será más o menos significativo. Esto, de acuerdo con nuestra identidad, historia, experiencia relacional y vívida en sus calles, sus parques, sus bosques, sus colores, sus colonias, sus barrios, sus aromas, su gente, su pasado y su presente, que, de paso, también puede ser parte del nuestro. Será también por eso que creo cada ciudad tiene su banda sonora por generación, para algunos en Ciudad de México podría ser “Metro balderas” del Tri o “la carencia” de Panteón Rococó; en Buenos Aires, “la ciudad de la furia” de Soda Stereo; en Bogotá, “Mi generación” de Poligamia o “La calle” de Compañía Ilimitada, entre otras.
Sólo, de no existir conocimiento o vivencia alguna en esas ciudades enunciadas, éstas podrían tratarse como espacios ajenos sin resonancia alguna con respecto a lo que eran en cierto tiempo, a lo que son ahora o a lo que serán como espacios de vida. En otras palabras, es la relación con, vivencia y apropiación de la ciudad la que posibilita que sus espacios se conviertan en lugares significativos para nosotras(os) en el plano cognitivo, de derechos, relacional y emocional. Por supuesto, el que signifique algo no implica sinónimo de inmutable o determinista, sino por el contrario, que camina con o sin nosotros(as), es parte de la construcción de sí misma y de nuestra propia historia de vida en ella; que también tiene capacidad de transformación y de renovación con el tiempo. Y, ¡qué alivio que sea así, de lo contrario creo que no habría experiencia, crecimiento ni aprendizaje alguno!.
De allí que los cambios en la imagen del paisaje urbano -para nada estático a través del tiempo- nos signifiquen algo y ante eso reaccionemos de diversas maneras, según como se perciban o evalúen dichos cambios por la ciudadanía de a pie o por quienes no desempeñan roles técnicos o de toma de decisiones en la construcción de las ciudades. Por supuesto, al personal técnico/especialista productor de ciudad también le significa algo, pero su conceptualización del cambio radica en un origen distinto derivado del análisis y competencia de autoridad, por tanto, su consideración al respecto se hace desde una óptica diferente de poder, frente a quienes experimentan el resultado de su implementación. No sobra resaltar que, siempre será ideal que esa óptica sea de derechos y del derecho a la ciudad.
Las ciudades y sus lugares nos significan a todas(os) de distinta manera, eso explica que desde el mismo día de la siembra del Ahuehuete se ha realizado un ejercicio de apropiación de la glorieta y de resignificación del hito por parte de colectivos de familiares de personas desaparecidas.
Desde los clásicos del urbanismo como Lynch, entre los elementos que componen la imagen de la ciudad se encuentran los hitos, es decir, aquellos elementos físicos fácilmente identificables que se convierten paulatinamente en puntos de referencia colectiva, no sólo por su volumen, sino por la singularidad que representan en el contexto en donde se ubican. El hito al destacar en el paisaje urbano posee un factor memorable para la colectividad, lo cual le confiere así mismo un sentido simbólico, de identidad y de pertenencia especial. Por eso, cuando se decide mover o cambiar algún hito que nos significa individual y colectivamente, sobre todo, en la ciudad que habitamos y vivimos nuestra vida cotidiana, por uno nuevo o por espacios vacíos sin mayor propósito, las reacciones no se hacen esperar, ya sean de apoyo, rechazo, indiferencia o resignificación.
Un poco muestra de todo esto, ha sido lo sucedido con la Palma que fue retirada de la Avenida Paseo de la Reforma en Ciudad de México a finales del mes de abril por la Secretaría del Medio Ambiente del gobierno de la ciudad, a causa de un hongo que la invadió y por no contar con opciones para sanarla, según se informó públicamente en varios medios. Tras un siglo de ser hito, a inicios del mes de junio se cambió la presencia imponente de la Palma de más de veinte metros por una nueva especie nativa de México, conocida como Ahuehuete, Sauce Llorón o Sabino, árbol en la actualidad de veinte años, que fue trasladado desde su lugar de origen en Nuevo León hasta la capital del país. Cabe anotar que, si bien esta especie fue elegida entre otras por medio de un ejercicio de participación ciudadana, su representatividad frente al total de la población de la ciudad es muy baja, pues votaron menos de doscientas cinco mil personas (todavía es posible ver la distribución de la votación en https://lapalmadereforma.cdmx.gob.mx/ ).
Las ciudades y sus lugares nos significan a todas(os) de distinta manera, eso explica que desde el mismo día de la siembra del Ahuehuete se ha realizado un ejercicio de apropiación de la glorieta y de resignificación del hito por parte de colectivos de familiares de personas desaparecidas, quienes fueron a recibir el nuevo árbol, rebautizando de su parte a la glorieta como “Glorieta de las y los desaparecidos” e instalando fotos de las víctimas alrededor del árbol, las cuales permanecen allí día y noche. Hasta hoy ese colectivo sigue haciendo incidencia por redes sociales y recogiendo firmas con el objetivo de que la glorieta sea reconocida por parte del gobierno de la Ciudad de México como un espacio urbano de memoria. Ejercicio similar de incidencia y de resignificación simbólica de espacios se ha realizado en Guadalajara en la Glorieta de los niños héroes.
Ahora bien, mientras se hace presente la exigencia de resignificar la glorieta de en Reforma a causa de las personas desaparecidas y víctimas de desaparición forzada, empeño de visibilización incuestionable y comprensible dada la tragedia familiar y social que implica en un país con estadísticas oficiales recientes de más de cien mil desaparecidos, según la Oficina del Alto Comisionado de los Derechos Humanos de la ONU; aún permanece la incredulidad sobre el estado real de la Palma y el descontento social en varios sectores por el cambio del hito que le daba identidad a ese punto de la ciudad, y a ellos mismos, con relación a su situarse espacialmente. Poniendo en duda, la capacidad de gestión del gobierno capitalino en el tema ambiental sumado a otros temas que causan inconformidad.
Paradójica e innegablemente esto se ve reforzado por el actual estado del Ahuehuete, que pareciera actuar en consonancia y solidaridad con el deseo de conversión del espacio en un lugar distinto, dedicado a no olvidar y a la memoria colectiva del país, pues el árbol hace algunas semanas evidencia clara pérdida de su follaje, tiene más ramas secas predominando colores cobres, no el verde sinónimo de vida. De hecho, hoy día cuesta percibir su silueta y resultan siendo más hito los rostros en las fotos de las personas que son buscadas por sus seres queridos con los edificios del fondo. Curiosamente también, la Secretaría de Medio Ambiente de Ciudad de México explicó recientemente que la pérdida de hojas y el cambio de color del Sabino se debe a que está experimentando estrés por el cambio de lugar y de clima, ¿nos estará diciendo algo la naturaleza?…en honor a la vida, ojalá este nuevo árbol se adapte al cambio y viva a plenitud para acompañarnos mutuamente en los cambios del paisaje y sus nuevas bandas sonoras.
Politóloga y Maestra en Urbanismo.
linasarmito@gmail.com
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