Para mitigar los efectos de la industria y de la llamada fast fashion, se debe fomentar la educación ambiental y concientizar sobre las implicaciones de adquirir una prenda.
Dejar de consumir marcas de fast fashion, o que no sea tan seguido, ayudará un poco, así como comprar cosas que de verdad se usen.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
Al pensar en industrias dañinas al ambiente es fácil remitirse a la manufacturera, energética, de transporte y alimentaria. Pero, de acuerdo con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, la de la moda es la segunda más contaminante del mundo.
Según esa entidad, el rubro del vestido utiliza 93 mil millones de metros cúbicos de agua cada año, volumen suficiente para satisfacer las necesidades de cinco millones de personas, y cada 12 meses vierte medio millón de toneladas de microfibras al mar, que equivalen a tres millones de barriles de petróleo. Produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos, lo cual acelera el calentamiento global.
“Todo el proceso de la producción textil —desde la siembra y obtención del algodón u otra materia prima hasta la producción de las prendas, el transporte, el almacenaje y el uso de la plancha en casa— tiene un costo ambiental muy alto”, señaló el académico de la Facultad de Ciencias de la UNAM, Rogelio Omar Corona Núñez.
A decir del especialista, el consumo hídrico de la industria es tan agresivo que ha llevado a la desecación de cuerpos de agua como el Mar Aral, en Asia Central, considerado en algún momento el cuarto lago más grande del mundo. La demanda cada vez más alta lleva a la sobreexplotación de recursos y a que las distribuidoras y maquiladoras incrementen su producción.
De acuerdo con cálculos de consumo mensual realizados por Corona Núñez, en Latinoamérica cerca de 70 por ciento de los regalos de Navidad son prendas de vestir. En noviembre y diciembre aumenta de 30 a 40 por ciento su adquisición con respecto a lo que se consume todo el año, según la Cámara Nacional de Comercio y la Cámara Nacional de la Industria del Vestido.
De hecho, la mercadotecnia y el “bombardeo comercial” de la época invitan a comprar algo nuevo, pero todo se relaciona con la moda rápida, la cual es efímera, ya que 50 por ciento de lo que se obsequia no se ocupa.
Para mitigar los efectos de la industria y de la llamada fast fashion, se debe fomentar la educación ambiental y concientizar sobre las implicaciones de adquirir una prenda. “Debemos cuestionarnos de dónde viene y ponderar los impactos derivados de lo que estamos consumiendo. Hay que llegar al comprador porque él es quien marcará las pautas”.
El trabajo más complejo será crear consumidores responsables que sepan la procedencia. “Si la etiqueta dice Bangladesh, debemos reflexionar sobre cómo fue tratada la gente en ese lugar, pues ahí se dan prácticas que pueden ser consideradas como esclavitud, se imponen jornadas laborales de 12 a 14 horas y se obliga a trabajar a los niños”.
En esos lugares se producen niveles exagerados de contaminación debido a que las economías más potentes mueven sus industrias a países con legislaciones más laxas (como México) y traen consigo formas de producción poco sostenibles que demandan gran cantidad de agua y tienen considerable impacto ambiental, comentó el académico.
Sin embargo, hay interés por parte de marcas de moda llamadas “prime” en llevar a cabo medidas para mitigar el daño, consistente en desarrollar nuevos textiles que, en vez de algodón, utilicen la corona de la piña, caña o mezclas con madera para obtener la celulosa y combinarla con algunos componentes biodegradables que aseguren que las piezas se descompongan más rápido.
También intentan reutilizar retacería y todos los elementos que les quedaban, que antes eran desecho. Ahora lo integran en su diseño y marcan una nueva pauta para hacer más consciente al comprador. No es suficiente tener una prenda exótica o nueva, ahora debe ser sostenible, explicó Corona Núñez.
De segunda mano
Dar otra oportunidad a la ropa y prolongar su vida útil es una alternativa para frenar el daño ambiental; sin embargo, debe ser de calidad para cumplir ese objetivo, añadió el experto.
“Hay marcas preocupadas por usar materiales óptimos: sus telas son duraderas, no se deslavan ni pierden color. Podemos aprovechar lo ya hecho, evitar la cadena de producción y aminorar daños ambientales en un 80 o 90 por ciento. Es una alternativa ya adoptada en Europa”, indicó.
Pese a ser una buena opción, el uso de ropa de segunda mano trae consigo una carga cultural, social y de poder económico importante. “Se busca aparentar algo a partir de cómo me veo y de lo que compro”, afirmó Rogelio Corona. Pero es una alternativa en aumento. Hoy no sólo hay tianguis con este tipo de prendas, también hay sitios publicitados en redes con buena calidad, los cuales evitan comprar vestimentas nuevas.
“Ya hay mucha ropa en el planeta sin ser utilizada, hacer uso de este tipo de tiendas e incentivar a que las personas adquieran usado, lo normalicen y se eliminen mitos, nos ayuda a tener un consumo más sustentable”, apuntó Cristina Ayala-Azcárraga, maestra en Ciencias Biológicas y doctora en Ciencias de la Sostenibilidad por la UNAM.
Para la especialista, esta alternativa de estilo de vida circular da un descanso a los recursos naturales, pues evita el uso de materia prima virgen y que cada vez sea menor el estigma sobre quien adquiere prendas usadas. “Hay estudios sobre la ropa nueva en las tiendas y se ha visto que es muy sucia porque se la prueban muchas personas. Sea de segunda mano o de alguna tienda siempre debe de lavarse antes de usarse”.
Lagunilla
Alejandro de la Cruz Rodríguez tiene 24 años, estudia Ingeniería Textil y desde pequeño le gusta la industria de la moda. Siendo adolescente se interesó en los materiales de la ropa que compraba y su origen. Su padre vive en Toluca y su familia materna en la Ciudad de México, así que creció entre visitas al tianguis de la Pulga y la Lagunilla.
Se dio cuenta que no había nada malo en usar “ropa de paca”. “Reutilizar, cortar, darle otra vida para que una prenda se convierta en otra. Le damos valor, siempre es mejor elegir algo de calidad que te va a durar mucho frente a algo que desecharás rápido. Ése es el espíritu de la segunda mano, pero también tiene que ver con cultura y educación”.
Bajo esa premisa, decidió poner un puesto en la Lagunilla y desde hace dos años vende prendas usadas y, a la par, abrió una página en redes sociales bajo el nombre de Old Youth Market, donde busca crear una comunidad para comprar, vender, consignar o rentar ropa.
A través de internet y de su página busca crear una cultura de compra en donde se priorice calidad antes que cantidad. “Dejar de consumir marcas de fast fashion, o que no sea tan seguido, ayudará un poco, así como comprar cosas que de verdad se usen. No necesitas cinco jeans, sólo requieres tres o a lo mejor hasta uno, pero que te dure mucho, que te gusta el corte y que tenga una manufactura increíble”.
Alejandro dijo que puede conseguir cualquier tipo de ropa: Army, Vintage, Gore-tex, Techwear, así como cualquier tipo de tenis, pero se especializa en prendas “viejitas” y raras. Para mitigar los efectos de la industria y de la llamada fast fashion, se debe fomentar la educación ambiental y concientizar sobre las implicaciones de adquirir una prenda.—como él las llama—. “Las opciones de segunda mano son viables. Si tienen algo que ya no usan, regálenlo, véndanlo, experimenten. No compren nuevo”.
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