La paradoja es brutal: en una metrópoli que se inunda con cada tormenta, millones de personas viven bajo un racionamiento constante: la gestión del agua, lejos de ser un tema técnico, se ha convertido en un campo de batalla político.
POR NANCY CASTRO
Agua que anega el Zócalo, que se acumula en charcos grasientos, que colapsa un drenaje rebasado desde hace décadas. Litros y litros que se pierden entre basura y asfalto mientras miles, en la misma ciudad abren la llave y no sale una gota.
Las lluvias, cada vez más intensas, exponen la fragilidad de una infraestructura que nunca se modernizó y que, año tras año, repite la misma postal: calles convertidas en canales improvisados, coches varados como barcos sin timón y peatones navegando entre aguas negras. Lo que debería ser un recurso vital se convierte en un enemigo silencioso que ahoga, contamina, y, al final, se esfuma.
La paradoja es brutal: en una metrópoli que se inunda con cada tormenta, millones de personas viven bajo un racionamiento constante: la gestión del agua, lejos de ser un tema técnico, se ha convertido en un campo de batalla político donde promesas de modernización se diluyen con la misma rapidez que la tormenta arrastra la basura a las coladeras.
La crisis no es nueva, pero se profundiza. Los mantos acuíferos están sobreexplotados, las fugas de la red superan 40% del suministro y la infraestructura hidráulica responde más al siglo pasado que a las necesidades del presente. Mientras tanto, los barrios populares aprenden a vivir con la escasez como un destino impuesto, las zonas privilegiadas gozan de una continuidad que revela las jerarquías invisibles del acceso al agua.
La ciudad de México vive una contradicción estructural: inundaciones devastadoras conviven con escasez y pérdidas constantes..”
En 1952 en el Zócalo la inundación comenzó luego de varias jornadas con precipitaciones continuas que saturaron el sistema de drenaje. El agua se acumuló en la plancha central y calles aledañas, alcanzando niveles superiores a los 80 centímetros. 74 años después, el domingo 10 de agosto, las tormenta colapsó el drenaje del centro histórico, en 20 minutos cayó más agua de lo cae en un mes: el Zócalo de la Ciudad de Méxicofue el punto en donde más lluvia se acumuló el con 84.50 milímetros (mm) u 84.50 litros por metro cuadrado.
La tormenta afectó las salidas de los vuelos programados en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez retrasando 104 vuelos y afectando a 14 mil 892 pasajeros.
Luego de que a las 19:45 horas del domingo el AICM cerró las operaciones de aterrizaje y despegue debido a las fuertes lluvias, a las 00:05 horas reanudaron los vuelos en la pista 05 izquierda-23 derecha y a las 06:00 horas en la pista 05 derecha-23 izquierda.
Sin embargo, durante el día se pudo observar que las afectaciones continuaron con cientos de pasajeros tratando de conseguir llegar a sus destinos dentro y fuera de México.
La ciudad desperdicia entre 30 y el 40 por ciento del agua por fugas en tuberías obsoletas, sectorización deficiente. En 2024 se reportaron más de 19,000 fugas, pero sólo se atendió el 54 por ciento de los casos.
Más del 60 por ciento del agua consumida en la capital proviene del subsuelo, duplicando la recarga natural, lo que provoca hundimiento de 10 a 40 centímetros al año. Esto tensiona y rompe las tuberías. En junio de este año, una tormenta arrojó el equivalente a tres meses de lluvia 10.2 millones de metros cúbicos y generó 143 encharcamientos; la ciudad destinó 1570 millones de pesos para mitigar daños. En julio se vivió un récord histórico: 298 mm de lluvia en el mes y solo el 31 de julio cayó más de 38 millones de m3, con inundaciones graves en Tláhuac, Xochimilco, Tlalpan e Iztapalapa.
La ciudad de México vive una contradicción estructural: inundaciones devastadoras conviven con escasez y pérdidas constantes. El sistema de drenaje, pensado para otra época, colapsa ante lluvias que intensifica el cambio climático y el crecimiento urbano. Mientras tanto, la red de distribución de agua potable se ve comprometida por fugas, vandalismo y falta de mantenimiento. Lo esencial ya no es invertir, sino transformar: renovar tuberías, construir infraestructura verde, fortalecer la resiliencia urbana, captar lluvia, detener la subsidencia y reconfigurar el modelo hidráulico para que deje de ser una amenaza silenciosa y vuelva a ser un recurso vital para la ciudad.
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