Libre en el Sur

SALDOS Y NOVEDADES / La cuesta de enero

La “cuesta de enero” significa también cargar con las penas que produjo el año viejo, que nadie sabe cuando dejó de ser nuevo

POR GERARDO GALARZA

Los humanos somos incomprensibles, contradictorios hasta para celebrar: la noche del 31 de diciembre y la madrugada del 1º de enero cenamos y bebemos fiesta, nos abrazamos y nos deseamos dinero, salud, amor, éxitos, alegrías, satisfacciones, lo mejor, pues, para el año que comienza y, apenas recuperados de la cruda, el día 2 del nuevo año debemos comenzar a enfrentar la “cuesta de enero”.

Por su origen, al escuchar la expresión “cuesta de enero” al escribidor siempre le viene a la mente el concepto de “cuesta china”, la salida o entrada, según se le quiera ver, o donde esté ubicado el que la transitará en las goteras (una antigualla ya de palabra) de la ciudad de Querétaro.

La referencia de la “cuesta china” que tiene el escribidor data de principios de los años sesenta del siglo pasado y de las historias que escuchaba, como se escuchaban antes las historias: en la banqueta, frente a la casa, a la luz de la luna o de los focos, antes de retirarse a cenar o a dormir, a unos 50 kilómetros de ese accidente geográfico.

De alguna forma la “cuesta china” es, a ojo de buen cubero (con “b”) del escribidor: el inicio de El Bajío. Para que usted se ubique la anteriormente famosísima “cuesta china” inicia o termina (otra vez según el sentido de carretera por el que el lector vaya) en donde se encuentra la monumental estatua de Conín, el último defensor de los chichimecas, quienes nunca fueron derrotados por los súbditos de los reyes de Castilla (España no existía; México tampoco), por lo que fue necesario firmar un tratado de paz para continuar con la conquista. Para mayores señas, Conín se convirtió en don (este tratamiento es muy importante) Fernando de Tapia, cuando fue cristianizado.

Bien, de acuerdo con los cronistas queretanos y también con Wikipedia, la “cuesta china” es el nombre común de zona en donde coinciden los cerros conocidos como el de Carretas, el de El Ermitaño o de El Tángano y el de Miranda, hoy prácticamente zona urbana, suburbana o suburbio de la ciudad de Querétaro.

En los años sesenta del siglo pasado “dominar” de subida o de bajada la “cuesta china” era una hazaña para los operadores de camiones de carga que ahí transitaban, era como el examen de doctorado para ser considerado un real chofer, profesión entonces muy reconocida: “no cualquiera”, se decía.

Las leyendas cuentan que si no se sabía manejar, pues el camión retrocedía contra la voluntad de su conductor o se desbocaba en la bajada.  Controlar el vehículo, en ambos casos, era una proeza y quien lo hacía ya la había hecho como operador de vehículos, sin importar su tamaño y capacidad de carga.

Las complicaciones de la “cuesta china” disminuyeron (que no se acabaron) a mediados y fines de los años sesenta con la construcción de la autopista México-Querétaro-México, que redujo al mínimo sus problemáticas subida y bajada mediante curvas, que hoy siguen siendo un reto para muchos de quienes ahí transitan.

Pero la “cuesta de enero” es mucho más complicada que controlar un vehículo en una subida o una bajada.

Esencialmente “la cuesta de enero” es un fenómeno inflacionario, no exclusivo de México según se sabe, provocado principalmente por la “actualización”, eufemismo de incremento, en los precios de los derechos y servicios públicos y el aumento de los impuestos y en los salarios mínimos, lo que es “justificación” para que el sector privado “actualice” el precio de sus productos, ya “actualizados” apenas un mes antes para las ventas de Navidad, sin contrar la inflación acumulada a lo largo del año viejo.

En los años sesenta del siglo pasado “dominar” de subida o de bajada la “cuesta china” era una hazaña para los operadores de camiones de carga que ahí transitaban, era como el examen de doctorado para ser considerado un real chofer, profesión entonces muy reconocida: “no cualquiera”, se decía.

Además, la “cuesta de enero” significa también cargar con las penas que produjo el año viejo, que nadie sabe cuando dejó de ser nuevo.

Por más tarjetas de crédito que se tengan, enero no comienza nada bien, menos si se tienen hijos pequeños o, hay que decirlo, familiares que esperan a los Reyes Magos, que deben ser imprescindibles, y su rosca.

Luego, sin contar los gastos normales, viene el pago anual o bimestral del predial, el mensual de agua y el bimestral de la luz, la renta, el pago de los saldos o cuando menos el mínimo de la tarjetas de crédito que se usaron para solventar los gastos de la Navidad; la quinta parte de los automovilistas de la Ciudad de México deberán pagar la verificación de su vehículo, las multas acumuladas y el servicio automotriz antes de llevarlos a esa revisión, y muchos otros egresos, según el lenguaje de los contadores.

Hace algunos años, -el escribidor ignora si la práctica se mantiene en ese nivel-, el Nacional Monte de Piedad era la salvación de muchos jefes (concepto hoy políticamente incorrecto) de familia al menos en la Ciudad de México, quienes empeñaban hasta la palangana de acuerdo con Chava Flores -el cronista musical chilango para quienes no lo conocen- para solventar los gastos y pagos más urgentes. Y las “colas” que se formaban en las diferentes sucursales del montepío eran inevitablemente “nota” con fotografía en los periódicos. Al parecer hoy el endeudamiento creciente en las trajetas de crédito y sus casi infinitos intereses hacen las veces de sustituto del empeño, quizás porque en casa queda poco para empeñar.

Como fuera, los mexicanos solventábamos y solventamos la “cuesta de enero”, tanto que hoy como ayer gastamos y gastaremos en vestir al Niño Dios y, por supuesto, en los tamales y atole para celebrar su “levantamiento”, el mero Día de la Candelaria, apenas el dos de febrero… ya vendrá el Día del Amor y la Amistad y, si lo hay, el “puente” del Día de Bandera, porque ni modo de no celebrar al principal símbolo patrio.

Y así el próximo año nuevo, que también comenzará con “la cuesta de enero”.

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