Libre en el Sur

¿Cuestión de género o de gusto?

Como si no tuviese otra cosa que hacer, me dispuse a comprobar la teoría y romper con el esquema.  Comencé a estudiar las reacciones de Regina frente a los juguetes que le presentaba.

POR MARIANA LEÑERO

En el año en que nació mi hija  Regina, Ricardo trabajaba en Mattel: el hogar de las Barbies, las princesas, los Hot Wheels y los muñecos coloridos y esponjosos de Fisher Price.   Pese a que teníamos acceso a comprar juguetes con descuento de empleado,   mi formación profesional o más bien mi inmadura pedantería, no me lo permitía. Justificaba que ese tipo de juguetes,  para la edad de mi hija,  restringían su creatividad y estimulación sensorial.

En mi casa se jugaba con cubitos  y rompecabezas de madera, pinceles, hojas de colores,  materiales reciclables  y  muchos cuentos. 

Tamaño reto el que me aventaron mis supuestos principios. Mientras los demás niños despertaban sus sentidos con  esos juguetes de colores atractivos y sorpresitas por aquí y por allá, mi pobre Regina se consolaba con muñequitas pinchurrientas hechas de calcetín,  pinturas dactilares generalmente secas, libros de cuentos y canciones desentonadas de su mamá. 

Y lo malo de la pedantería de la juventud es que se va extendiendo si nadie te para. Pasado unos meses me consumió la idea que los juguetes que elegían los niños y las niñas eran manipulados por la visión limitada y sexista de nuestra sociedad. Las muñeca pa´ las niñas, los carritos pa´ los niños.

Como si no tuviese otra cosa que hacer, me dispuse a comprobar la teoría y romper con el esquema.  Comencé a estudiar las reacciones de Regina frente a los juguetes que le presentaba.  Como conejillo de indias, Regina resultó un fracaso. No solo escogía lo que se le diera la gana  y aleatoriamente, sino que tenía una preferente elección por las pinturas y los cuentos.  Eso no me ayudaba a comprobar nada.  Las manualidades eran insoportablemente neutrales. Había que alterar la muestra y decidí hacer trampa. 

Quería constatar que la elección de juguetes era cuestión de gusto y no de género. Tenía que exponer a Regina a juguetes que conocía poco e integrarlos con los que ya tenía.   Comenzaron a circular por mi casa figuras de acción, dinosaurios, espadas  y carritos.  

Pero los acontecimientos no fluían como yo esperaba. Regina se mostraba indiferente a todas las opciones. Entre pinceles y carritos de carreras o muñecas  de cachete inflado, ganaban los pinceles.

Enferma de ambición con ojo rojo echando fuego, pasaba las noches pensando qué hacer.  Y fue así como organicé la misión “La ciudad de Regina y Mamá”. Había que quitar variables y abocarme al juego de los carritos. Haríamos una hermosa ciudad creada con cajas de cartón que se convertirían  en  hospitales, escuelas y edificios color arcoíris.  Los habitantes, por supuesto serían los carritos que circulaban por hermosas pistas de carrera.  Regina aplaudía con alegría mientras le contaba el plan.

Por una semana la tuve muy interesada entre los  ¡burrun! ¡burrun! de los carros, los ¡uuuuh! ¡uuuh! de la ambulancias y las decoraciones que necesitaba la ciudad.  El experimento prometía ser un éxito.

Llegó el día y estaba todo listo para inaugurar  la ciudad y comenzar a jugar. Antes de iniciar la aventura salí corriendo por la videocámara para filmar el evento.

Regina se quedó a cargo del escenario.  Al regresar me la encontré de espaldas. Cuando me acerqué emocionada me sorprendí encontrar a todos los carritos bien alineados.  Regina los arropaba con su mantita rosa y pretendía alimentarlos uno por uno con su mamila imaginaria.  Los llama cariñosamente por un nombre inventado por ella.   En silencio me quedé observando el espectáculo y suspiré: Regina había elegido jugar a ser mamá.

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