DINORAH PIZANO OSORIO
De acuerdo con cifras de la ONU, en México únicamente el dos por ciento de los habitantes son considerados lectores frecuentes. Además, el número de libros en circulación por la vía comercial es de 98 millones, es decir, menos de uno por habitante.
Si bien todos los indicadores a disposición en términos de acceso a la cultura reflejan el grado de abandono desde el Estado que guarda el sector, éste se puede convertir en uno de los principales factores de cambio a nivel nacional.
Articular los esfuerzos culturales requiere de una visión amplia, profunda, transexenal, participativa y ciudadana. Si bien un gran paso lo constituye el contar con una Secretaría de Cultura a nivel federal, es preciso remarcar que las instituciones o las leyes por sí solas no modifican aspecto alguno de la realidad. Para verdaderamente eslabonar las expresiones tiene que existir conciencia y voluntad por parte de quienes componen esas instituciones así como de aquellos que redactan o modifican las leyes.
Es decir, actuar de manera local para en primera instancia identificar y posteriormente establecer una política de colaboración, acompañamiento, desarrollo, inversión, e innovación para quienes dedican la vida y disponen la capacidad creadora en pos de incrementar la cultura nacional. Asimismo, aumentar su capacidad de impacto en la arena global.
Las palabras cultura y nacional, son dinámicas, flexibles, en constante transformación, se construyen todos los días. Sin soslayar la importancia que guarda para el desarrollo de la economía el rubro turístico, la producción cultural va mucho más allá del ornamento o la contemplación.
Dispersos en el territorio nacional encontramos esfuerzos que enfatizan la voluntad de vida que existe y genera acciones concretas en búsqueda de construir sociedades armónicas, con mayores grados de sociabilidad. Un ejemplo es la red “Tijuana Innovadora”. Definida como “una plataforma ciudadana que integra propuestas creativas para la innovación social y elevan la calidad de vida en dicha ciudad”, cubre diversos rubros como arte, música y libertad de expresión.
Por ubicación geográfica, dinámica económica y políticas migratorias, Tijuana es un punto de referencia obligado cuando se habla de “actuar local, pensar global”. Arquetipo del surgimiento de nuevas industrias culturales a partir de la confluencia étnica, mismas conforman nuevas comunidades con mayores índices de inclusión y visión amplificada respecto a procesos sociales.
Al igual que en la referida ciudad, existen tantas otras redes en el resto de las urbes mexicanas. Es por ello que me permito recuperar un fragmento del apartado La cultura como palanca de desarrollo económico y social, escrito por Eduardo Caccia dentro de la compilación “¡Es la reforma cultural, Presidente!”:
“El nuevo mandatario nacional [no podemos obviar el clima electoral que priva en nuestro país y los tiempos de la democracia] deberá concebir la política cultural desde un punto de vista sistémico, y estructurar muchas de sus estrategias clave por la vía del sector cultural. De lograrlo generará más empleo y mejorará los indicadores de seguridad y desarrollo económico, los del turismo y, por si fuera poco, incrementará el orgullo nacional, al fortalecer nuestra identidad. En general dotará al país de enorme cantidad de materia prima de exportación para el mundo. Nada mal para venir del hoy menospreciado ‘sector cultural’”.
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