A este santuario de la Virgen de Guadalupe se le da la vuelta para regresar con más fe y mucha más fuerza, o se va también para darnos un baño de nostalgia…
POR ANA CECILIA TERRAZAS
Para millones y millones de personas, literalmente, sin exageración alguna, la vuelta mejor dada en un domingo cualquiera es, desde luego, ir a la Basílica de Guadalupe, llegar a la Villa.
Pasar a saludar a la Virgen, sea por razones de fe, de falta de fe, de emergencia médica o espiritual, por turismo, por manda, porque toca, por gusto o por guadalupanismo duro y puro, es de las visitas más tradicionales en la Ciudad de México.
En la Basílica de Guadalupe casi siempre hay misa sea a la hora que fuere cuando llegue el peregrino o la peregrinación. Un domingo 14 de mayo, a las cuatro de la tarde, por ejemplo –hasta con una lectura en náhuatl– hay misa en honor a San Isidro Labrador, a los pueblos originarios, a las comunidades campesinas. Y hasta se celebra con música de fondo tanto de algunas caracolas como de las tradicionales y no tan afortunadas tonadas postvaticano II.
Dar la vuelta a la Basílica es un periplo imperdible para tomar aire o esperanza, para recibir agua bendita, para ver a la Virgen (a la tilma) más de cerca. Un domingo cualquiera, a la hora de la comida, la Basílica en la Villa está habitada por turistas; peregrinaciones y concheros que practican los honores a la virgen; ancianos cansados que dormitan profundos; gente en silla de ruedas; familias que vienen de lejos y algunas personas que aún llegan de rodilla llagada. Se ven pequeños con algunas discapacidades motrices; bebés en brazos; novios tomándose selfies; abuelos; cantidad indefinible de monjitas y ministros de la eucaristía.
Si caben entre 8 y 12 mil feligreses adentro de la Basílica, este domingo cualquiera por la tarde había unas 4 mil almas. Ya en la explanada y en las otras capillas, habría unas mil personas yendo y viniendo.
No es secreto que en muchas listas mundiales está como destino sagrado titular, como la más visitada del mundo, la Basílica de Guadalupe al norte de la Ciudad de México. Parece que a la patrona morenita la visitan, al año, más de 20 millones de personas.
A este santuario se le da la vuelta para regresar con más fe y mucha más fuerza, o se va también para darnos un baño de nostalgia, hacer un repaso sociológico, tener un encuentro más personal, más humano y aterrizado sobre cómo somos.
Somos sincretismo, incongruencia postcolonial, deuda postrevolucionaria, añoranza precolombina, amor por nuestras madres. Por eso es tan socorrido ir a esa cálida y engentada morada guadalupana que nos recibe con la frase: ¿no estoy yo aquí, que soy tu madre?
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