Entre esos vestigios rurales, me conmueve, en particular, la tradición de que cada 17 de enero, el día dedicado a celebrar a San Antonio Abad, los feligreses católicos llevan se lleva a la Iglesia de Tlacoquemécatl, a bendecir a mascotas como perros, gatos, conejos, canarios, pericos y hasta ratas blancas,
POR PATRICIA VEGA
Con frecuencia atravieso el parque de Tlacoquemécatl, ubicado en el antiguo barrio del mismo nombre, y siempre que lo hago se activan en mi memoria recuerdos que me trasladan a momentos luminosos; instantes del ser (instants of being) los llamaría la querida escritora Esther Seligson (Ciudad de México, 1941-2010).
Descubrir que la Parroquia de El Señor del Buen Despacho, ubicada en el mencionado parque, es una de las más antiguas de la Ciudad de México me resulta fascinante, aunque se desconoce su fechamiento original. A lo largo de los siglos y de los años, el antiguo pueblo de Tlacoquemécatl –aparece registrado en varios códices— fue transformando su perfil rural al ser sometido a un agresivo proceso de urbanización al que sobreviven nombres de calles que denotan las antiguas huertas que aquí existieron: Capulines, Fresas, Manzanas por mencionar solo algunos ejemplos del barrio.
Entre esos vestigios rurales, me conmueve, en particular, la tradición de que cada 17 de enero, el día dedicado a celebrar a San Antonio Abad, los feligreses católicos llevan se lleva a la Iglesia de Tlaco, a bendecir a mascotas como perros, gatos, conejos, canarios, pericos y hasta ratas blancas, entre los más comunes. Antiguamente, los campesinos llevaban a sus animales de granja (pollos, guajolotes, cabras, burros, etc.) y semillas a bendecir para pedir por la obtención de buenas cosechas.
En nuestro continente, la costumbre fue impulsada por los frailes franciscanos desde la época colonial y fue fácilmente asimilada por los antiguos pobladores de México, quienes desde la época prehispánica tenían un profundo respeto por el medio ambiente y acostumbraban a hacer ofrendas a las deidades relacionadas con la tierra y el agua.
Así que no es raro que los días 17 de enero, después de la celebración de la misa solemne de las 11 o 12 de la mañana, los párrocos de la iglesia de Tlacoquemécatl tengan que salir al atrio de la iglesia a rociar con agua bendita a las diferentes mascotas que son llevadas por sus propietarios con el propósito de que San Antonio Abad interceda ante Dios, para alejar a los animalitos de todo peligro o desgracia posible y les libre de cualquier enfermedad.
Durante por lo menos 15 años, yo gocé de la aventura de llevar a Rock y Puck –así se llamaban mis perritos— a que anualmente les expulsaran el “chamuco” con agua bendita. Para mi fueron, de manera definitiva, de esos instantes de gozo que uno guarda en la memoria.
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