Alguien que dé la vuelta o pase frecuentemente por esas calles sabe que esa grande esquina con piedras falsas de colores degradados y castillo simulado significaba tal afrenta a la vista que, ahora que no existe, se percibe un descanso y alivio en el entorno visual.
POR ANA CECILIA TERRAZAS
Después de por lo menos dos décadas de apostarse como el centro bodriopsicodélico de la zona de Acacias, en la Colonia del Valle, el descolorido salón de fiestas infantiles, palacio KidiClub, se fue.
Flanqueado al frente por una jacaranda hermosísima y aparentemente bien plantada, el salón era fachada y eje óptico –en verdad antiestético al grado de imposibilitar siquiera el juego fantástico de erigirse un castillito lúdico– de tres calles: José María Olloqui, Rodríguez Saro y Moras.
No tuve el gusto o desagrado de llevar a ningún infante ahí; acaso entré en alguna ocasión durante varios minutos, pocos, invitada generosamente por la mamá de algún chiquitín. Me pareció, medio recuerdo, algo sofocante, pero nada paralelo a la fachada, al exterior. Quizá había una alberca de pelotas de hule y juegos y, a diferencia del paisaje por fuera, por dentro pudo haber sido un lugar hasta agradable y divertido a pesar de carecer de aire libre.
El KidiClub, que yo supiera, solo daba servicio como salón de eventos infantiles, como espacio de fiestecitas los fines de semana, de viernes a sábado. El resto de los días se apostaba solamente feo, falso, inservible y sin vida interior.
Alguien que dé la vuelta o pase frecuentemente por esas calles sabe que esa grande esquina con piedras falsas de colores degradados y castillo simulado significaba tal afrenta a la vista que, ahora que no existe, se percibe un descanso y alivio en el entorno visual; como si esa ubicación, siempre de algo enferma, hubiese de repente mejorado.
Vendrá en un futuro no lejano, seguramente, un proyecto inmobiliario con sólo diez condos tipo lofts de lujo, aproveche preventa y sus respectivas terrazas comunes viendo al cielo. En esta alcaldía (supongo que en otras también), cada casa es un terreno potencial para construir varios departamentos, aunque ya no quepamos más.
La demolición del castillito es un relato irónicamente optimista por partida doble, por ahora. Primero, porque el inmueble ha desaparecido ya casi del todo (será cuestión de días cuando se borre el último murito que lo recuerda). Segundo, la jacaranda del castillo se yergue bonitísima aún, sin aparentes mermas. Esperemos siga ahí, para el próximo abril.
comentarios