He sido testigo de cambios y transformaciones del que puedo llamar “mi barrio”: grandes casas devinieron edificios de departamentos; donde antes hubo jardines, se construyeron condominios y estacionamientos; y la aparición, como si fuese por generación espontánea, de locales comerciales conocidos como “tiendas de conveniencia”, una en casi cada esquina.
POR ERNESTO LEE
Llegué a vivir al barrio de Mixcoac hace algunos años por una razón fortuita; muy pronto descubrí que me ligaban a este lugar muchas personas que fueron, son y serán parte importante en mi vida.
Poco a poco fui descubriendo mi entorno cercano: la entrañable plaza Gómez Farías y su parroquia de San Juan Evangelista y Nuestra Señora de Guadalupe; muy cerca, la Universidad Panamericana, albergada en un antiguo obraje del siglo XVIII donde se tejían telas, especialmente de seda, “para personas de calidad”, reza una placa; la casa de Don José Joaquín Fernández de Lizardi, autor de “El Periquillo Sarniento”, considerada la primera novela mexicana; el inmueble que fue sede del Gobierno de la República durante la ocupación norteamericana en 1848, con el tres veces Presidente de la República Don José Joaquín de Herrera; y, por supuesto, la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, construida en 1595, y su amplio atrio ajardinado y arbolado, que nos remontan a la época en que este vecindario era el refugio de los habitantes privilegiados de la Ciudad de México, que iban a refrescarse a la sombra de las huertas y jardines de las fincas del pueblo de Mixcoac para escapar del calor de la gran ciudad. Hoy en día, por las mañanas y por las tardes, puedo escuchar el tañer de las campanas de Santo Domingo de Guzmán llamando a misa, tan puntuales como hace siglos.
Al paso de los años, he sido testigo de cambios y transformaciones del que puedo llamar “mi barrio”: grandes casas devinieron edificios de departamentos; donde antes hubo jardines, se construyeron condominios y estacionamientos; y la aparición, como si fuese por generación espontánea, de locales comerciales conocidos como “tiendas de conveniencia”, una en casi cada esquina.
Afortunadamente no todo está perdido, también se han preservado algunas cosas, como la casona que hoy ocupa la Biblioteca BS IBBY México, con su magnífica araucaria que se yergue orgullosa a las alturas desde donde contempla el devenir de un barrio que, pese a modificaciones y remodelaciones, conserva construcciones que nos hablan de un pasado más armónico -en términos arquitectónicos- y de una cotidianeidad que seguramente transcurría mucho más pausada.
Entre las personas que me ligan a Mixcoac están, sin duda, los originarios del lugar, quienes me narraron cómo era vivir en esta zona de la ciudad a mediados del siglo XX, cuando aún llegaba el tranvía, la mayoría de las construcciones eran casas particulares y los vecinos se conocían y saludaban, algo que parece lejano; aunque ahora, después de más de 20 años, por fin me saludan, sin palabras, solamente asintiendo… la señora de la tienda y el sastre de la esquina…
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