Libre en el Sur

DAR LA VUELTA / Mil metros en 42 kilómetros

Del maratón (porque puede una referirse a éste en femenino o en masculino) también se disfrutan mucho los gritos de la gente tras las vallas. Durante media hora, un perro porrista no dejó de aullar-ladrar en sintonía con los esfuerzos.

POR ANA CECILIA TERRAZAS

Quienes año con año verdaderamente dan la vuelta a la Ciudad de México (y lo hacen corriendo durante más de dos horas) son las personas que corren la maratón. El pasado 28 de agosto se celebró esta competencia, como sucede desde 1983, comenzando desde el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria para terminar en el Zócalo.

Las estrellas maratonistas van a una velocidad promedio de 20 kilómetros por hora. Para lograr verlas pasar a 7.7 kilómetros del inicio, es decir, frente a la Torre Manacar, habría que estar apostado ahí desde las 7:15 ya que salen a las 7 de la mañana.

Hay quien solamente caminó mil metros yendo y viniendo hacia Barranca del Muerto, desde el punto ya mencionado, en lo que aplaudió y sonrió rotundamente con esa inmensa emoción, con esa gratitud e ilusión contagiada por los animadores y el pelotón.

No fue el caso de quien esto escribe cuyo arribo justo al cruce de Insurgentes y Río Churubusco ocurrió al filo de las 7 con 50 minutos. Lo que sí me tocó en pleno fue el pelotón. En éste, sin cesar, iban centenares de personas encamisetadas de rojo, con su gafete bien puesto, quienes quizá jamás lleguen a los primeros lugares, pero van con el entusiasmo desbordado. Por ahí pasó alguien con carriola y se vio a cantidad de gente corriendo sin uniforme.

Las y los corredores que pueden tardar casi una hora para llegar de Ciudad Universitaria hasta ese cruce son quienes están en la contienda por el gusto, por el entrenamiento, por hacer ejercicio, porque la adrenalina se los exige, por superarse, por disciplina, por estar en una ruta más sana, porque siempre lo hacen y porque es más amable la vida corriendo que correr hacia otras rutas tras otra satisfacción.

Del maratón (porque puede una referirse a éste en femenino o en masculino) también se disfrutan mucho los gritos de la gente tras las vallas. Durante media hora, un perro porrista no dejó de aullar-ladrar en sintonía con los esfuerzos. Una señora trajo su magnavoz y coreaba ¡ánimo! ¡power! ¡no nos rendimos! ¡échenle ganas! ¡van bien! ¡ya falta menos!

Otros, los más, gritaban ¡vaaaaaaamos! ¡adelante! ¡sí se puede! ¡uuuuuuuuh! ¡viva México! ¡vamos México! Hay quien solamente caminó mil metros yendo y viniendo hacia Barranca del Muerto, desde el punto ya mencionado, en lo que aplaudió y sonrió rotundamente con esa inmensa emoción, con esa gratitud e ilusión contagiada por los animadores y el pelotón.

Los más preparados llevaban carteles, pompones, banderas que volverán a ondear posiblemente el 15 de septiembre y matracas u otros utensilios de aclamación futbolera.

Ver pasar a las y los maratonistas, débiles visuales, competidores en sillas de ruedas, mujeres, hombres, jóvenes o no tanto, quien sea que pase por enfrente, es algo único para lo cual vale la pena despertar en domingo temprano.

El ánimo de tanto empeño y ahínco, ese ritmo de paso tras paso con miras a una meta lejana, construido por 30 mil almas, es una coreografía totalmente singular.

Los gritos, la solidaridad de las porras, el tenaz y cadencioso correr atravesando la ciudad entera pone chinita la piel, empuja las ganas de llorar, es lucha ajena que renueva el ánimo propio.

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