LETICIA CALDERÓN CHELIUS
Esta imagen no tiene desperdicio: Mikel Arreola, candidato del P.R.I al gobierno de la Ciudad de México viaja en un pesero como parte de su campaña. Habla de violencia e inseguridad pero no menciona ni media palabra de las condiciones de esos vehículos que son los que utiliza el 80% de los que viajan en transporte público en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. La verdad es que el citado candidato, no habla del tema porque parece que era la primera vez que se subía a un pesero y a lo mejor solo lo hizo para grabar su spot publicitario.
El asunto es que aunque suene horroroso la realidad es que la inmensa mayoría de la población de la alguna vez “región más transparente”, depende de los peseros.
Esos camiones más pequeños que el camión estándar viajan en rutas que ni imaginamos y que llegan a sinnúmero de lugares donde los otros medios de transporte como el metro y el metro bus simplemente acercan al usuario. Los peseros se caracterizan por mostrar un deterioro físico en algunos casos de manera extrema, por estar muchas veces sucios –por dentro y por fuera- y lo peor, que los conductores manejan excesivamente rápido y de manera violenta –salvo excepciones-, a lo que si alguien se atreve a reclamar puede acabar muy mal.
Subirse a un pesero no es un gusto, es una necesidad para quien no tiene opción y esa es la inmensa mayoría de la población de esta urbe.
Pese a lo extendido de su uso y presencia en nuestra ciudad los peseros tienen muy mala fama y generan gran antipatía. Tanto que el ahora, afortunadamente ex jefe de gobierno, anunció el 8 de junio del 2016 que se sustituirían e incluso, que “para el fin de su gestión ese modelo de transporte sería completamente reemplazado”. Obviamente fue otra más de las ocurrencia de Miguel Ángel Mancera que solo buscaba dar la nota del día que muy pronto se dejó en el tintero a nombre de otra ocurrencia sin pies ni cabeza.
Desafortunadamente el asunto de los peseros no es sencillo de resolver porque al final del día, como he mencionado, son quienes ofrecen la mayor movilidad en la ciudad. Esto no quiere decir que no se puede y debe hacer un plan de reemplazo de unidades, ordenamiento de sus rutas y sobre todo, lo más obvio y francamente imperdonable no hacerlo: aplicarles el reglamento de tránsito. ¿Por qué tanta consideración de parte de la autoridad con semejantes depredadores viales? ¿Por qué se les permite manejar como se les da la gana, imponer su ley y sobre todo, apropiarse impunemente de las rutas que controlan? ¿Porqué tenemos que soportar, peatones, ciclistas, automovilistas, que nos “avienten lámina” para imponerse a punta de intimidación y fuerza bruta como si estuviéramos en la época de las cavernas?
La verdad es que quien fue cabeza del proyecto de movilidad de esta ciudad, Laura Ballesteros, Secretaria de planeación de la Secretaría de Movilidad, no merece el más mínimo reconocimiento, porque el caos y malestar que provocan los peseros es obvio para la mayoría, pero lo es aún más el hecho de que su forma de manejar y condiciones de dichos vehículos no cambiaron en lo más mínimo los últimos años, vaya, ni lo intentaron. No haberlo resuelto provocó que el plan de movilidad que tanto se presume y que hasta quesque fue premiado en el extranjero, simplemente no funcionara integralmente como debería haber ocurrido. ¿Con que cara pedirle a la gente que use bicicletas cuando un pesero se puede pasar le semáforo en rojo sin la menor preocupación? ¿Cómo se atreven a sancionar a quienes exceden limites de velocidad cuando los conductores de dichas combis hasta se retan para jugar carreritas y ni quien los detenga? ¿Quién no ha visto gente correr porque un pesero lejos de bajar la velocidad en un cruce peatonal la aumenta?
Quiero dejar claro que la lista de depredadores viales empieza por los peseros pero en realidad la lista es muy larga y eso nos hace, tal vez, parte del circulo que tolera los abusos a nombre de imponer el propio.
Por eso, depredadores viales son también los automóviles particulares que manejan agresivamente y no respetan el reglamento de tránsito por principio. Los ciclistas que se las dan de rebeldes si causa y se pasan de audaces, y hasta los peatones que caminan con audífonos sin medir el peligro que provocan y que “les vale”. Depredadores son también quienes insisten en hablar por teléfono mientras manejan, quienes mandan mensajes de texto o revisan su “face” con el auto en movimiento. Pero de los depredadores que más odio en lo personal, son esos conductores cuyo automóvil se pone atrás de otro y que, aunque esté el semáforo en rojo insiste, agresivamente, en que el de enfrente se pase el alto. ¿Así o más impune?
Dado que vivimos en una ciudad donde el tonto es el que respeta y el listillo es el que se impone, lo que aquí falta es que alguien llegue y diga, “se acabo” y simplemente se aplique la ley.
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