Pleito familiar por herencias se lleva hasta los menús del restaurante firmados por famosos
STAFF / LIBRE EN EL SUR
Una tradición que alcanzaba las cinco décadas fue abruptamente cancelada por el desalojo de la Fonda 99.99, el icónico restaurante de comida yucateca en la calle de Moras 347, en la colonia Tlacoquemécatl Del Valle de la Alcaldía Benito Juárez.
A lo largo de todo ese tiempo se sentaron en sus mesas famosos que firmaban los menús que luego eran enmarcados para ser expuestos en las paredes del negocio. Esos cuadros también se fueron con el mobiliario todo, la mañana de este viernes en que fue sacado a la calle por una orden judicial.
Hoy el lugar desluce como un enorme salón rectangular que contrasta con el agitado ambiente de los bullicios de los clientes que solían retacarlo a diario. Ni siquiera está el vitral colorido con un Chac Mool con que se delimitaba la cocina, arriba de una barra donde los meseros recogían –siempre apresuradamente– los pedidos.
Versiones recogidas por Libre en el Sur dan cuenta de que el desalojo fue resultado de un litigio familiar por herencias, después de que hace algunos meses falleció el dueño del restaurante, Humberto López.
La fórmula de negocio que inventó el propio López era curiosa. Ofrecía una amplia variedad de platillos yucatecos pero servidos en pequeñas porciones, a bajo costo, retomando la vieja tradición peninsular de las botanas. Quienes acudían al lugar aceptaban reglas extrañas a cambio del disfrute culinario: No se podía hacer sobremesa ni se permitía sentarse si no habían llegado todos los comensales previstos.
Entre los platos más solicitados estaban por supuesto la sopa de lima y la cochinita pibil, por orden o en tacos o panuchos, que también tenía su versión con pollo. Pero también servían el queso relleno, el relleno negro, los codzitos, el pavo en escabeche y los papadzules, que son unos taquitos rellenos de huevo bañados en suculenta salsa de pepita.
El éxito fue tal, que con el tiempo el restaurante, que operó durante 47 años, se fue ampliando hacia un pasillo exterior en el que se disfrutaba el sonido del agua cayendo en una fuente de pared con relieves mayas.
Originalmente, los precios estipulados en el menú terminaban siempre en 99 centavos, en alusión al nombre de la fonda, que sarcásticamente jugaba con que no era perfecta, pero casi. Sin embargo, ni eso la pudo defender de su desaparición.
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