Libre en el Sur

EN AMORES CON LA MORENA / Desleales y arrepentidos

Una concentración histórica en el Zócalo motiva a reflexionar sobre la condición humana de los desleales.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

… Navego en el mar de las cosas exactas
Y muy clavado en momentos de semánticas gastadas
Cual si fuera una nube, esculpida sobre el cielo
Dibujo insatisfecho mis huellas en el invierno.

Rodrigo González

He caminado de frente al sol de la mañana última de febrero en que aparece una primavera precoz. Me acompaña una jacaranda cuyas flores se vuelven preguntas al contraluz provocado. Así es esto que se llama vida, suelo decir. Pero ahora me cuestiono acerca de una parte del ser que encuentra la fortuna del universo cuando nos responde lo inexplicable por más que la ciencia edulcorada y su soberbia se empeñen en desmentirlo.

El domingo en el Zócalo, los sueños de demócratas, sus batallas, sus congruencias, se entremezclan con los arrepentidos y los desleales. Aunque no son lo mismo, a veces se toman de la mano en medio de un calor que ya aprieta antes del mediodía y miran de reojo, como para transferir culpas tras bambalinas, a quienes a pesar de tanto dolor inmerecido han conseguido sonreír porque caminan sobre sus propias emociones, sometidos al yugo del amor, que es junto a la verdad socrática lo que los hace libres.  

La lealtad se consigue desde el amor propio para luego ser una cualidad que te caracteriza como persona.

Ahí están las familias con niños y ancianos hasta en sillas de ruedas; portan muchos de ellos cartulinas que aluden al autoritarismo presidencial y su llamado “Plan B” electoral; de hecho una regresión hasta 1988. En las calles aledañas se forman nuevas concentraciones porque en la plaza no cabe más gente. He estado ahí muchas veces como para que me engañen los detractores y sus voceros. Mi ingenuidad ha estado en otra parte, casi siempre en mis fragilidades amorosas. Pero aquí la muchedumbre es aplastante. La victoria es simbólica pero contundente.

La masa es irracional, según algunas de las teorías de la piscología social. ¿Pero qué es lo que mueve a la gente a participar de manera individual, a diferencia de las concentraciones de acarreados y las marchas gremiales, con contingentes organizados? ¿Dónde confluye la política con el ser humano, con su propia vida? ¿Qué significa ir a defender al INE con rostros desencajados que contrastan con el buen semblante de quienes acuden a una fiesta cívica?

Nos han pedido sentarnos en la plancha ya caliente porque el niño Tadeo no aparece. Faltan 35 minutos para el inicio del acto, en el que solo habrá dos oradores: La periodista Beatriz Pagés Llergo y el ministro de la Corte en retiro José Ramón Cossío. La escena nos recuerda a mi padre y a mí la resistencia civil y pacífica que se dio en las protestas electorales de Chihuahua 1986 y en Guanajuato, con Fox como candidato a gobernador, en 1994. Sentar a la gente en la plaza era un entrenamiento con base en un manual de resistencia civil basado en modelos de Gandhi y de Luther King que iba por fases. Involuntariamente, y gracias a Tadeo, los organizadores nos llevaron a un momento de nostalgia por aquellas luchas con las que se ganó lo que ahora estamos a punto de perder. ¿Por qué la gente quiere perder cosas hermosas?

Contra todo pronóstico, en medio del gentío y sus consignas, de una pareja que está a tres metros de distancia lo extraño se vuelve inverosímil cuando la mujer, que ha perdido el brillo de su hermosura, se levanta intempestivamente y se acerca a nosotros para ser vista. Roza nuestras manos en un intento de saludo. Unos cuatro segundos: más efímero que una publicación de Twitter. Como cuando un “espontáneo” se lanza al ruedo en medio de los capotazos al toro o un espectador interrumpe la sinfonía con el aplauso fuera de lugar.

Inspirado en las escenas que parecen teatrales, según la expresión de mi padre –yo las pienso casi como la escena de Bardo de Iñarritu y su surrealismo en ese mismo lugar–, la misma tarde del domingo 26, que es para no olvidarse, escribo una canción, antes de la crónica de un acontecimiento histórico. Comparto solo un fragmento:

Te daré hoy el doble de la fecha de febrero. Tu explicación faltante en una jacaranda sin flores. 

Por la dicha del universo que me envuelve, con toda una plazoleta repleta de arrepentidos. 

Te dedicaré las mismas palabras con que tantas veces dibujé tu sonrisa. Este día en que te descubriste a pesar de todo cuanto.

Con gorra, sin cubrebocas, negando la parte esencial de lo que fuiste, con el poder de no poder decir nada más que un hecho. 

Sí que hubiera sido más fácil para ti decirte algo… en lugar de respetar mi silencio.

Cobra más cara la deslealtad que la agonía, ¿hace cuánto?

Ya empiezan ahora sí a florear las jacarandas.  Las canciones negadas que nadie evitará que escriba.  Con el viento el polen se entromete en las entrañas por más que resistas.  Nunca y para siempre.

El universo te lo ha recordado en el doble de la fecha.  Que te di lo que a nadie más ni la mitad. Que en el suelo quemado ha retumbado la verdad.

La lealtad (que en estos tiempos es vilipendiada por políticos y chapulines que antes defendieron la democracia, y otros que hoy la defienden cuando antes no) es, en la analogía del amor, la defensa de las cosas maravillosas que a una persona le han cambiado la vida. Dicen los expertos psicólogos que saben de esto que la lealtad se consigue desde el amor propio para luego ser una cualidad que te caracteriza como persona. Así que cada uno de nosotros puede elegir la danza que se baila o la marcha que se marcha. Siempre que sea transparente… y no de sombras.

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