“Las cúpulas de la oligarquía encontraron en López Obrador al político audaz que necesitaban para evitar el colapso generalizado que era inminente”.
POR GUILLERMO FABELA QUIÑONES
El diagnóstico de la realidad política nacional parte de una base absolutamente equivocada: considerar al régimen en el poder como un movimiento que surgió para impulsar la democracia, el desarrollo social, y el crecimiento económico, objetivos que se agravaron al llegar la tecnocracia al poder para impulsar el neoliberalismo. Su dirigente supo aprovechar exitosamente el distanciamiento entre la tecnocracia y las masas descontentas por la estrategia donde éstas eran olvidadas en los discursos oficiales. Hoy, siete años de haber llegado al poder como partido, con la promesa de una transformación total del sistema bajo el disfraz de ser de “izquierda”, ha quedado claro que su proyecto es la continuación, con enfoque populista, de las propuestas del PRI y del PAN, radicalizadas hacia la derecha.
Los dos partidos tradicionales, uno de corte nacionalista y en sus inicios de una izquierda que hoy se consideraría “socialista”; y el otro construido para ser un firme contrapeso con el fin de frenar el radicalismo, el año 2018 estaban desbordados por una realidad donde las prácticas añejas de negociación con las organizaciones tradicionales de trabajadores y campesinos sin liderazgos fuertes, eran inviables. Las cúpulas de la oligarquía encontraron en López Obrador al político audaz que necesitaban para evitar el colapso generalizado que era inminente. Les cayó “como anillo al dedo” su capital político fortalecido en una fructífera carrera en la que delineó su imagen de líder social de “izquierda”, la cual fortaleció, quizás involuntariamente, el presidente Donald Trump en su primera incursión en la política estadunidense, cuando dijo que “el único socialista que le caía bien”, era el mexicano.
Sin embargo, la realidad objetiva nos muestra que el régimen de la Cuarta Transformación camina en reversa; y no sólo eso, sino que sus metas son coincidentes con las que en su momento pusieron en práctica Benito Mussolini, el constructor del fascismo, y con mucho más éxito Adolfo Hitler, el fundador del Partido Nacional de los Trabajadores, en Alemania después de la dolorosa derrota que sufrió en la Primera Guerra Mundial. Ambos líderes con una capacidad extraordinaria para convencer a las masas de que con sus partidos se superarían las dramáticas consecuencias dejadas por la guerra y por el cambio de paradigmas económicos y sociales en un mundo polarizado. Durante dos décadas ambos fueron líderes exitosos, no sólo por su genial capacidad para comunicarse con las masas, sino por su habilidad para mantener firmes alianzas con las élites del poder económico y financiero. Pero sus ambiciones desmedidas, los cambios geopolíticos en el mundo, sus abusos y la subestimación de las organizaciones democráticas que tomaron conciencia de la verdadera dimensión de los criminales propósitos de ambos líderes, los llevaron a un desgaste irreversible que se complicó durante la Segunda Guerra Mundial.
En siete años del régimen presidido por el fundador del Movimiento de Regeneración Nacional, sus resultados son objetivamente demostrativos de que en vez de mejorar, el país siguió una ruta equivocada, insostenible a menos que se pretenda darle oxígeno como se hace en un hospital a un enfermo en etapa terminal. Los 900 mil millones de pesos que se gastarán en el sostenimiento de la política asistencialista, no serán suficientes para “curar” a un paciente desahuciado. No hay argumentos que invaliden este diagnóstico, por más propaganda que se haga para convencer de lo contrario. Es absurdo pretender que dinero tirado a un pozo se pueda salvar echando redes para sacarlo, si el agua ya lo deshizo.
Nadie puede demostrar objetivamente que los problemas nacionales, los que supuestamente iban a ser atendidos por la camarilla neoliberal, y los que estos crearon dizque para corregir los desmanes económicos del populismo de López Portillo y Echeverría, se hayan atendido racionalmente por el régimen actual. Su mayor logro, los 13 millones de personas que se logró sacar de la pobreza extrema, no alcanzarán el nivel de clases medias; en cambio, las de más bajo rango de éstas se sumarán al de los pobres sin posibilidad de ahorrar ni mucho menos continuar sus hábitos anteriores, tales como vacaciones, consumo de artículos antes accesibles, viajes ya impensables, escuelas de mejor calidad, etcétera.
Para el 2026 la situación del país podría complicarse aún más, no porque la sucesora de López Obrador así lo quiera, sino por la incuestionable voluntad de éste de salvaguardar su imagen pública, al costo que la nación deba pagar. Este es uno de los rasgos que más lo identifican con los dos líderes europeos, cuya egolatría estaba por encima de cualquier circunstancia. Con todo, la ceguera de las masas adoctrinadas por una propaganda hábilmente utilizada, y apuntalada por sumas ilimitadas de dinero público, seguirá siendo un obstáculo muy serio para un cambio como el que se anhelaba en el 2018.
Será cuesta arriba poder derribar intereses reaccionarios, principalmente dentro de las filas del partido hegemónico; pero no hay otra salida, ahora sí “por el bien de todos”, inclusive del propio López Obrador, a quien la realidad lo ubicará en una dimensión razonable, como lo hicieron sus antecesores del viejo régimen que pretendieron mantener su poder transexenalmente, empezando por el más importante: Plutarco Elías Calles. Es oportuno recordar ese episodio histórico. Dejemos la palabra al estadista que cumplió su compromiso de impulsar la Revolución al siglo veinte, el presidente Lázaro Cárdenas del Río. El 11 de abril de 1936, en sus Apuntes escribió:
“El día de ayer se dieron a la prensa de México las siguientes declaraciones: ´El Ejecutivo a mi cargo ha venido observando con toda atención las incesantes maniobras que algunos elementos políticos han desarrollado en el país, en los últimos meses, encaminadas a provocar un estado permanente de alarma y desasosiego social… En esa virtud, consciente de sus responsabilidades el gobierno que presido y deseoso de apartarse de lamentables precedentes que existen en la historia de nuestras cruentas luchas políticas, en las que frecuentemente se ha menospreciado el principio de respeto a la vida humana, estimo que las circunstancias reclamaban, por imperativo de salud pública, la inmediata salida del territorio nacional de los señores general Plutarco Elías Calles, Luis N. Morones, Luis L. León y Melchor Ortega´”.
Sin embargo, aún hoy no se vislumbran condiciones propicias para que se dé un sano rompimiento en el grupo en el poder. Así lo demuestra el afán de mostrar una unidad inexistente, pues los jaloneos son muy claros, sobre todo en el Congreso, no obstante que se consolidó con las reformas reaccionarias promovidas por la fracción Lópezobradorista. Pero su desasosiego es cada vez más evidente, como también lo es su insostenibilidad, por una razón de lógica elemental: su desgaste será más acelerado a medida que la realidad tan dramática que se vive en el país se imponga, a pesar de la demagogia, la propaganda, el uso de la fuerza cuando no hay otro recurso.
De ahí el imperativo de tomar acciones que contribuyan a paliar el descontento social, como el Acuerdo Nacional contra la Extorsión, la semana pasada, con el fin de lograr (como si esto fuera posible en las actuales circunstancias) un trabajo conjunto con todos los gobernadores del país. Tal flagelo es una consecuencia de la impunidad que se impuso como norma en el sexenio pasado, no será fácil erradicarlo si el gobierno federal no asume su responsabilidad sin compartirla con fines tortuosos, a pesar de todos los esfuerzos que despliegue un funcionario probo como Omar García Harfuch.
Tampoco tendrá ningún efecto positivo el rol que está desempeñando el partido como eje del poder Lopezobradorista, como quiere hacer creer la dirigente formal de Morena, Luisa María Alcalde. Informó que antes de lo previsto “se alcanzó la meta de afiliar diez millones”, y anunció que Morena “va por el carro completo” en las elecciones del 2027. Estas declaraciones son una confesión (¿involuntaria?) del despropósito de mantener el poder al precio que haya que pagar. Es oportuno recordar que otro tabasqueño, éste sí un político serio, Carlos Madrazo, quiso adelantarse a su tiempo y pretendió hacer del PRI un partido democrático, que se ganara el apoyo real del pueblo. Señaló claramente que de nada sirve un partido que sólo en las elites tiene presencia, sin contar con el apoyo real de la sociedad. Eso le costó la vida. El presidente era Gustavo Díaz Ordaz.
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