Divagaciones otoñales

"Final de paraísos". Obra de Martha Chapa
“En el otoño que nos convoca, prefiero retomar las hermosas pinturas de mi gran compañera de vida, Martha Chapa, quien con sus trazos magistrales de manzanas y peras, en la franja de los rojos, anaranjados y marrones, esboza frutas excelsas de la temporada“.
POR ALEJANDRO ORDORICA SAAVEDRA
La vida, es tan ancha y generosa, que lo mismo da cabida a la realidad que a la ficción. En su devenir, va hilando sucesos y episodios que conllevan el signo de la risa y la felicidad, sin que falten las angustias, el miedo o el sufrimiento. Momentos de gozo o de penurias y desgracias, que incluso sobreviven en la intersección de los sueños, las leyendas, profecías, supersticiones… y hasta en vivencias sobrenaturales que suelen ser difíciles de creer o explicarnos.
En esa dimensión, que llamamos desconocida, así abunden los casos de quienes las han experimentado, en lo personal me mantengo escéptico, aunque no del todo, pues en mi niñez tuve un par de experiencias personales que bien podrían inscribirse en el bagaje de las premoniciones: Una, cuando soñé que entraba un ladrón por la ventana que daba a la calle, en la recámara de mis padres, y que al despertar de pronto traté de alertarlos, a cambio de que sólo intentaran tranquilizarme y apenas dictaminar entre bostezos que se trataba de una pesadilla. Horas después, un grito espantoso hizo que yo abriera los ojos, a la vez que provocó que el intruso que había sustraído la cartera, los relojes y algún collar, anillos, aretes y otros objetos de mis padres, depositados en el tocador, huyera despavorido. En la otra, de nueva cuenta durante el sueño, se me coló tres días seguidos la imagen de un salón enorme y desierto con un ataúd en el centro, que yo recorría a paso lento hasta acercarme y ver a través de la mirilla del cajón el rostro de mi abuelo materno, encapsulado y ya sin vida. Llegué a comentarlo con desenfado en casa y me recomendaron no cenar en demasía, además de voltearme de lado en caso de que la pesadilla me despertara y esfumarla de inmediato. Una semana después, lamentablemente fallecería mi abuelo, causada por una embolia fulminante.
A fin de cuentas, bloquearon de paso mi incipiente facultad extrasensorial, que con los años traté de explicármela y desentrañar esos acontecimientos por vía de la razón, empeñándome en encontrar algunas señales que los desmitificaran, ya fueran ciertos ruidos que previamente llegué a detectar en el exterior de mi hogar y quizá asocié a la incursión nocturna del hampón; e igual, en el caso de mi abuelo, donde pude ir acumulando en el subconsciente, signos de su progresivo deterioro físico e inevitable desenlace.
Pero situado ahora, en el otoño que nos convoca, prefiero retomar las hermosas pinturas de mi gran compañera de vida, Martha Chapa, quien con sus trazos magistrales de manzanas y peras, en la franja de los rojos, anaranjados y marrones, esboza frutas excelsas de la temporada, o bien en esas hojas secas de tono carmesí, desprendidas de los árboles tan recurrentes en el calendario natural, simbolizando el transcurso del tiempo y la finitud.

Cierto es, que hoy nos resulta más difícil distinguirlo de otras estaciones a causa de las calamidades ambientales, pero aún así permanece imborrable gracias a la música —no sólo en las composiciones del virtuoso Vivaldi, homenajeando al otoño, sino en el canto de Diana Krall y su Autumn in New York con reminiscencias de Central Park, también a ritmo de jazz en el Autumn Serenade que brota del lánguido saxofón de John Coltrane, o en las nostálgica canción francesa de Las hojas muertas, en múltiples versiones cantadas y tocadas—. Y también a la poesía —baste evocar extractos de refinada belleza literaria, ya sea de Benedetti: Aprovechemos el otoño, antes de que el invierno nos escombre, entremos a codazos en la franja del sol y admiremos a los pájaros que emigran; o, como dice, John Keats : Estación de las nieblas y fecundas sazones, colaboradora íntima de un sol que ya madura…; y de Juan Ramón Jiménez, que se detiene a mediados del otoño, para decirnos: Esparce octubre, al blando movimiento del sur, las hojas áureas y las rojas, y, que en la caída clara de sus hojas, se lleva al infinito el pensamiento; y desde luego las provenientes de la genialidad femenina, se trate de Alfonsina Storni, que nos dejó constancia de que: …he sentido el otoño; sus achaques de viejo me han llenado de miedo; me ha contado el espejo que nieva en mis cabellos, mientras caen las hojas; y de Emily Bronté, quien definió el otoño así: caed, hojas, caed, morir, flores, marchaos; que se alargue la noche y se acorte el día; cada hoja es felicidad para mí, mientras se agita en su árbol otoñal. Y el agregado inspirador de Gabriela Mistral con sus sentenciosas palabras: En mis sienes la hojarasca exhala un perfume manso.

Tal vez morir sólo sea ir con asombro marchando entre un rumor de hojas secas… —E igual, en la dimensión de esas tradiciones populares que nos pertenecen, sobre todo en los rituales de la vida con miras a la muerte, y tanto valoré cuando tuve el privilegio de atestiguarlos en Mixquic, en tiempos de que era el Delegado Político en Tláhuac.
Todo ello y mucho más, cabe en la dimensión otoñal.
Tres meses, de septiembre a noviembre, que conforman un ciclo emergido del vivaz renacimiento de la primavera, luego enardecido por el verano, para reubicarse en esa transición serena y madura del otoño, que quiere aproximarse al invierno conclusivo y culminante de todo año, de toda vida.