POR MARIANA LEÑERO
-Paco, esta vez no supe que escribir. Te prometo que tengo algo para la próxima.
Así comenzó el texto que mandé el miércoles después de varios días tratando de escribir mi colaboración de los martes. La respuesta de Paquito no se sintió compasiva. Apagué el teléfono, él se quedó encerrado con su emoji triste y con lagrimita mientras yo me fui cargando a mis espaldas el malestar del incumplimiento.
Pero ayer, viendo la película de Disney, Soul, encontré de qué hablar. Gracias a su mensaje pude detenerme a reconocer el valor de las pequeñas cosas en nuestra vida: las sábanas calientes, el cafecito de las mañanas, el aire fresco de las noches, el color de las nubes, las raíces de los árboles, la energía que siento después de hacer ejercicio…
De ahí siguió el reconocimiento de la salud y de personas trascendentales en mi vida. Las llamadas de mis hijas, sus abrazos, su olor, sus risas, sus convicciones. El amor de Ricardo en la cotidianidad que nos ha acompañado en estos meses. La vida de mi madre pese a todas las vicisitudes sufridas, la cercanía con mis hermanas. Luna, mi Serial Killer quien no deja de llenarme de ternura y profunda felicidad. Las madres quienes enseño sobre discapacidad y me enseñan sobre resiliencia, mi clínica, mi familia, los amigos…. En ese momento mi mente se detuvo y comenzaron a aparecer, desordenadas imágenes de amigos, épocas y recuerdos. “De chile, mole y pozole”, como decía mi madre cuando se refería que “había variedad de todo”.
¿Cómo no reconocer la presencia de mis amigos en mi camino? Cada uno se ha convertido en la chispa que llevo colocada en mi corazón como lo sugiere la película de Disney. Ellos representan el valor de las cosas que trae la vida.
Amigos en diferentes etapas: el presente, en el pasado. Amigos para siempre y amigos temporales. Con los que vas de pasadita, con los que te detienes y con los que te quedas. Ahí cerquita, bien cerquita, también los alejados pero fáciles de encontrar y los que parecen olvidados pero están enlazados en tu historia.
La chispa de la vida va acompañada de los amigos. Sus intervenciones en nuestro caminar y nuestra intervención en su camino alimentan la chispa que llevamos en el corazón. De todo un poco: Amigos “de chile, mole y pozole”.
Si uno pudiera llevar consigo y a la mano el momento y las cosas que pasaron durante la amistad con un amigo, sería más fácil acceder a soluciones que se van haciendo complicadas al madurar. Me gustaría escuchar la voz de Titi, Víctor, Alejandra, Pedro, Luis, Miguel, Mónica Carlos, Gaby, Erika… cuando dudo, cuando me estoy ahogando en un vaso con agua o cuando lo que hace falta es reír a carcajadas.
Si no se escuchan de forma evidente a los amigos hay que recordar que sus palabras se encuentran guardadas. Hay que estar atentos a escucharlas bien. Escuchar para actuar con la sabiduría de la infancia, la pasión de la adolescencia, el atrevimiento de la juventud, la claridad y las dudas de la madurez. Los amigos “de chile, mole y pozole” son las raíces arraigadas a nuestra vida haciéndonos árboles en abundancia.
No ha de importar el repertorio y la cantidad de amigos que uno tiene sino la posibilidad de reconocerlos y traerlos al presente. Hay que agradecerles y agradecernos haberlos tenido en la vida y de seguirlos teniendo. No hay que dudar en acercarse de nuevo. Tenemos FB, si es que lo usas, WhatsApp o Google para traerlos a tu vida de nuevo. Agrandar la chispa que se lleva dentro recordándoles nuestra existencia y el recuerdo de su existencia en nosotros. No hay que olvidar a los fallecidos; ellos también hablan de otra forma y hay que permitir que lo hagan.
Hay que brindar por los amigos en estos momentos difíciles y recibiendo el Año Nuevo. Llenar el corazón “de chile, mole y pozole” y llenar el de ellos. Cada uno, sí, cada uno, forman parte de lo que somos hoy.
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