Ciudad de México, diciembre 24, 2025 10:27
Religión Tradiciones

El Nacimiento: entre la devoción poética y la resistencia cultural

El legado de Carlos Pellicer y la maestría artesanal luchan por preservar el pesebre frente a la modernidad urbana y la falta de espacio.

Los nacimientos o belenes, de las instalaciones monumentales que atraían a miles en las Lomas de Chapultepec, a la custodia de museos y barrios históricos de la capital.

STAFF/LIBRE EN EL SUR

La Ciudad de México, una metrópoli que devora sus propias costumbres bajo el ritmo del asfalto, guarda en el rincón de sus tradiciones decembrinas una de las expresiones más profundas del sincretismo cultural: el nacimiento.

Sin embargo, lo que antes era un rito doméstico que ocupaba habitaciones enteras y unía a las familias en una labor de días, hoy se ha convertido en una pieza de resistencia artística y museística. En el centro de esta historia brilla, con luz propia, la figura de Carlos Pellicer Cámara, el “Poeta de América”, quien transformó el belenismo en una de las cumbres estéticas y literarias del siglo XX mexicano, elevando el montaje de un pesebre a la categoría de una obra de arte total que integraba la fe con la vanguardia museográfica.

Para Pellicer, el nacimiento no era una simple decoración estacional, sino un ejercicio de amor, una instalación artística y una forma de oración pública. Desde 1941 hasta su fallecimiento en 1977, el poeta abrió las puertas de su residencia en la calle de Sierra Nevada, en las Lomas de Chapultepec, para recibir a miles de visitantes.

Riqueza cultural. Foto: especial.

No se trataba de un pesebre común; era una puesta en escena que integraba geografía, literatura, música y una técnica depurada en sus viajes por Europa. Pellicer, quien también diseñó espacios emblemáticos como el Museo de La Venta o el Anahuacalli de Diego Rivera, utilizaba fondos pictóricos monumentales. En ocasiones, pedía la colaboración de amigos artistas o empleaba reproducciones de paisajes de José María Velasco para dar a la escena una profundidad de valle mexicano, integrando volcanes y cielos dramáticos que envolvían las figuras de barro.

El poeta dominaba la técnica del perspectivismo, colocando las figuras más grandes al frente, muchas de ellas obras maestras de los artesanos de Tlaquepaque como los famosos Panduro, y las más pequeñas en los cerros lejanos, fabricados con cartón piedra, ixtle y tierras de distintos tonos. Lo más sorprendente era su sistema de iluminación y sonido.

Mediante un complejo tablero de control manual, recreaba el ciclo del día: el alba con tonos rosados, el mediodía radiante, el atardecer dorado y una noche profunda donde se encendían constelaciones precisas que el poeta estudiaba con rigor astronómico. Mientras el público observaba el movimiento de la luz, se escuchaba música sacra o la voz del propio Pellicer recitando sus “Cosillas para el nacimiento”, poemas que escribía cada año para celebrar el misterio. Su legado demostró que lo sagrado podía ser, ante todo, un acto de belleza absoluta.

A falta de los grandes nacimientos familiares que antes se anunciaban con carteles en las puertas de las casas, la Ciudad de México mantiene focos de esplendor en sus recintos históricos. El Museo del Carmen, en San Ángel, es el guardián de la estética barroca y virreinal, presentando piezas de cera policromada y madera estofada de los siglos XVIII y XIX que destacan por la delicadeza de sus rasgos.

Por otro lado, el Museo Casa del Risco exalta el arte popular contemporáneo, mostrando belenes donde el paisaje de Belén es sustituido por mercados mexicanos, con figuras de barro que venden tortillas, ollas de cobre y animales propios de nuestra fauna, como el xoloitzcuintle o el guajolote. En barrios como Xochimilco e Iztapalapa, el nacimiento sigue ligado a la mayordomía, donde las figuras son vestidas con ajuares tejidos a mano que representan meses de trabajo comunitario.

La paulatina disminución de los nacimientos en la capital responde a una transformación estructural de la vida urbana. La crisis del espacio es el factor principal; la transición de las casonas con cuartos dedicados exclusivamente al pesebre hacia departamentos compactos ha favorecido al árbol de Navidad, cuya verticalidad se adapta mejor a los metros cuadrados actuales.

Además, el ritmo de vida acelerado ha erosionado el tiempo necesario para el montaje, que tradicionalmente comenzaba desde finales de noviembre. A esto se suma la conciencia ambiental, pues la extracción de musgo y heno está hoy protegida por leyes federales para evitar el daño a los ecosistemas forestales. Al perder el aroma del musgo fresco y la textura de la tierra real, muchos capitalinos sienten que la experiencia sensorial se ha roto.

Finalmente, la globalización ha impuesto una estética más rápida y comercial, donde figuras como Santa Claus ofrecen una gratificación inmediata. Sin embargo, la tradición persiste en la resistencia de los mercados tradicionales como Jamaica o la Merced. Allí, familias de artesanos siguen ofreciendo figuras que son verdaderos retratos sociales: el panadero, la vendedora de tamales y los pastores en plena algarabía.

La tradición de los nacimientos en la Ciudad de México no se ha extinguido, simplemente se ha vuelto íntima o se ha refugiado en el museo como objeto de estudio. Pero como bien enseñó Pellicer, mientras haya alguien capaz de detenerse frente a la fragilidad de una figura de barro y ver en ella el reflejo de un cosmos entero, el espíritu del belén seguirá encontrando un lugar donde habitar en esta selva de asfalto.

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