Libre en el Sur

El organillero, un oficio que resiste

“Durante  la Revolución Mexicana, Pancho Villa contaba con un organillero al cual le incorporaron corridos para levantar el ánimo de las tropas…”

POR NANCY CASTRO

MADRID. Cuando caminas por la calle Madero en el centro histórico de Ciudad de México,  se escucha el eco de uno de los sonidos más emblemáticos, el sonido que sale de quien hace tocar el organillo con temas como Cielito lindo, Por un amor, Dios nunca muere, Perfume de Gardenia, por mencionar algunas canciones que retratan un tiempo, una historia, la vida de una ciudad. Esa caja trashumante que data ya de algunos años, siglos quizá, de origen alemán introducido en México por la familia Wagner en tiempos en los que aún no llegaba el fonógrafo, representó uno de los principales instrumentos que  popularizó la música, cuando vieron la  utilidad  es que nace el oficio del “organillero” que era quien  rentaba el organillo a la familia Wagner por unas horas y a su vez este pedía dinero a los transeúntes por hacerlo sonar.

Los temas de moda en su momento fueron el deleite  de la clase media baja que no tenía recursos para escuchar música en vivo,  pues a los eventos de música sólo las familias adineradas podían darse el lujo de asistir, de esta manera  se fue extendiendo el oficio en los espacios públicos de las ciudades, de los pueblos. Durante  la Revolución Mexicana, Pancho Villa contaba con un organillero al cual le incorporaron corridos para levantar el ánimo de las tropas. Es por ello que también a los organilleros se les conoce como los “Dorados de Villa”.

Se dice que los organillos dejaron de fabricarse en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. En México, en 1975 se formó la Unión de Organilleros la República. 

Los organilleros, hombres y mujeres con uniforme y gorra que a primera vista parecieran carteros, pero que se distinguen por llevar una caja de música que pesa cerca de 30 kilos, siguen perpetuando el oficio de generación en generación…”

En la calle Fray Bartolomé de las casas en el número 13, en el barrio bravo de Tepito se encuentra la vecindad más antigua, antigua porque sobrevivió al sismo del 85, y porque aún conserva arquitectura de principios del siglo XIX con  sus lavaderos en el patio central. Allí es donde  Marcela Silvia Hernández Cortés vive y  tiene su taller de reparación de organillos, con más de 37 años en el oficio es la única mujer en la ciudad que continúa reparando organillos, “lo que se repara son las notas, reparo y afino de oído, el sonido que genera este instrumento se debe a que, en la caja del organillo hay un cilindro de madera que lleva púas de varios tamaños, por medio de un brazo mecánico se detecta la posición de la púa y en función de ello, se abre la válvula que deja pasar el aire a la lengüeta. Las notas yo misma las hago, esas pequeñas púas las introduzco y genero la réplica del sonido de la nota, la música se graba en los cilindros, pero eso lo hace un maestro de música. De la caja se reparan silbatos, cornetas, bajos, teclados” aduce con gran sonrisa. Cuando su marido cayó enfermó le señalaba cómo tenía que reparar, a su vez su marido lo aprendió de su padre, quien fue la persona que cambió las notas alemanas por mexicanas.

Hoy en día a través del tiempo el oficio del organillero resiste.

Según la Unión de Organilleros hoy día existen 500 mujeres y hombres organilleros en la Ciudad de México, de los cuales se estima, trabajan cerca de 166 organillos, ya que cada aparato, es trabajado por tres personas. 

Estos aparatos pertenecen a 10 familias que habitan en Tepito, Garibaldi, Centro Histórico en la alcaldía Cuauhtémoc, así como Gustavo A. Madero e Iztapalapa, y el municipio de Ecatepec, Estado de México.

Los organilleros, hombres y mujeres con uniforme y gorra que a primera vista parecieran carteros, pero que se distinguen por llevar una caja de música que pesa cerca de 30 kilos, siguen perpetuando el oficio de generación en generación. El organillero tiene una jornada laboral de 8 horas como cualquier otro trabajador, sólo que estos no cuentan con ningún tipo de prestación ni un salario base. Su sueldo depende de la bondad y generosidad de quienes se ven envueltos con las melodías que suelta la caja de madera con púas y puentes de bronce.

La época de lluvias y de calor son tiempos complicados para los organilleros, pese a que adaptaron la caja musical con un carrito para recorrer las calles, dichas temporadas alejan a las personas de parques y plazas, lo que hace que sus ingresos bajen notablemente.

Este oficio no es nada sencillo, requiere de esfuerzo, ganas y voluntad, por lo que si un día le toca ver a una persona girando la manivela de una caja de madera que emite típicas melodías mexicanas, no dude en cooperar para mantener este oficio y que muchas generaciones más puedan disfrutar de estos sonidos.

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