¿Por qué hay vecinos que, aunque ellos mismos salen afectados, conocen las consecuencias, siguen utilizando el elevador para hacer sus mudanzas, transportar sus cajas, sacar sus cascajos?
POR DIEGO A. LAGUNILLA
“¿Quieres cambiar al universo? ¡empieza por ti!?”, la primera vez que afronté dichas e insondables palabras fue por la lectura, la segunda me lo indicaron suavemente, cuasi con cachetada incluida, y la tercera, que han sido muchas, terceras, porque se me agolpan una detrás de la otra, se presenta cada vez que ocurre algo que me hace tomar consciencia de lo lejos que estoy de discernirlas e incorporarlas tanto en mí como en la circunstancia, por retomar a Ortega y Gasset, que valga el espacio fue una persona, y no dos, como alguna vez escuché en los corros universitarios.
Años de entrenamiento neurótico me llevaron a constatar fehacientemente que lo de afuera era (o es) justamente eso, lo de afuera, y que lo de adentro es precisamente eso, lo de adentro, si además le sumamos que el recurso, más que discurso, general, lo alimenta cada vez que se puede, es cuasi imposible lograr abrirse a pensar lo contrario o por lo menos en poner en duda tal aseveración, que podría darse con las siguientes preguntas ¿dónde empiezan y dónde terminan cada una? ¿Qué es adentro y qué es afuera? ¿la persona con la que hablo es otra en sí o una combinación de ambos? ¿entre uno y otro?
Dilucidaba esto cuando asistí nuevamente a una de las “célebres” juntas de condóminos, qué si nos detenemos un poco, son un reflejo cuasi microscópico de la sociedad en la que vivimos -más no comunidad, la cual en mi opinión cada vez está más lejos de lograrse-, donde por regla siempre uno estará antes e incluso después de los otros, porque lo que rige son nuestros deseos, perennemente, sin importar las aspiraciones de los demás, porque esos no importan, salvo que estas empaten, aunque sea de cierta manera, con las nuestras, por ejemplo, en términos de seguridad, limpieza, funcionamiento de los enseres, suministros -gas, agua, luz-, por señalar algunas.
Tengo mi casa, que no es la de ustedes, en uno de dichos, valga la expresión, centros de vivencia, -sin la con-, que en términos porcentuales equivaldría, y disculparán la obviedad, al cien por ciento de los que habitamos el sitio, lugar, espacio; de ese conjunto, asisten regularmente “los mismos” a las convocatorias vecinales, esto es, más o menos un 25 por ciento del total, que me dicen algunos que saben de estos temas, es un número ¡superior! frente a la media citadina, y el 75 por ciento restante, es decir “los demás”, evitan por todos los medios presentarse, no vaya a hacer que tengan que tomar una decisión o, calle usted la boca, ¡una responsabilidad!, con todo y que su ausencia será sentida, y registrada, para bien o para mal.
Entiendo, mediante datos duros, que en general caminamos sin mayores sobresaltos en la “vecindad”, lo cual me alegra y tranquiliza, pero de ese 75 por ciento, un 3 por ciento no paga sus contribuciones (gastos comunes), bajo el estúpido auto-engaño de que nos ven las caras y ellos salen triunfantes -ojo y no es por falta de dinero- porque los subvencionamos; me suena, me suena a muchas políticas públicas, incluso privadas también.
Otro 15 por ciento, incluyendo al 3 señalado, rompen el sano convivir, ya sea ensuciando sin limpiar, normalmente las necesidades de sus mascotas, transgrediendo horarios, niveles de ruido y días establecidos para los festejos, ¡los demás son unos amargados!, con todo y bebes de por medio, y, de ahí el título del texto, haciendo un mal uso de los elevadores, eso sí, siempre “a escondidas”.
Sabemos que, por cosas de las inmobiliarias, muchas de ellas amparadas bajo el cártel que nos gobierna, nos vendieron gato por liebre, hubieran dicho las abuelas, y nos pusieron ascensores de baja calidad que solo aguantan, a veces, la transportación de las personas, no muchas, y sencillamente no están armados para soportar carga. Así de simple.
Pero ¿por qué hay vecinos que, aunque ellos mismos salen afectados, conocen las consecuencias, siguen utilizando los elevadores para hacer sus mudanzas, transportar sus cajas, sacar sus cascajos? valiéndoles madre todo lo demás, particularmente los residentes de la tercera edad que bajar y subir escaleras son razón suficiente para no salir, ¡¿qué pasa?!
Como vaca, rumiando, en la idea que la realidad es una proyección personal, trataré, no lo prometo en cumplirlo, siempre, que cada vez que vea algo así, guardaré silencio, mentaré calladamente, y sobre todo sin que nadie me observe, pese a este mundo hipervigilado, actuaré en el beneficio del colectivo. Veremos si cambia la cosa circundante en ese 15 por ciento, ¡oj-Alá!
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