La YWCA en México fue fundada en 1923 por un grupo de mujeres encabezadas por Antonieta Rivas Mercado, escritora, promotora cultural, defensora de los derechos de la mujer y activista política, pareja de José Vasconcelos, y la cual con apenas 30 años de edad tuvo una trágica muerte al suicidarse en la Catedral de Notre Dame, en Paris.
POR REBECA CASTRO VILLALOBOS
Recientemente, mi querida amiga Sonia me hizo llegar fotografías de hace ya algunos ayeres -más de 35 años-, cuando ambas de estudiantes compartíamos departamento en la calle de Enrico Martínez, entre Balderas y Bucareli, en el entonces Distrito Federal.
El piso se encontraba justo en frente de la residencia jesuita, en la cual vivía el tío de Sonia: Raúl Durana Valerio, quien en ese tiempo era Rector del Centro de Humanidades del Claustro de Sor Juana, lugar donde ella estudiaba y trabajaba por las tardes. He de confesar que de él recuerdo sus “sorpresivas” visitas al departamento para constatar que su sobrina y demás acompañantes, como era mi caso, estuvieran “bien portadas”.
Sonia, oriunda de Puebla, junto con otras tres compañeras también de provincia (Julia, de Perote, Veracruz; Edna, de mi terruño, y Zoila, de Tuxtla) decidimos rentar esa vivienda después de albergarnos en la afamada Asociación Cristiana Femenina (YWCA, por sus siglas en inglés), a la cual llegué en 1981 con la encomienda de cursar mis estudios de periodismo en la Escuela Carlos Septién García.
Investigando un poco, me enteró ahora que la YWCA en México fue fundada en 1923 por un grupo de mujeres encabezadas por Antonieta Rivas Mercado, escritora, promotora cultural, defensora de los derechos de la mujer y activista política; pareja de José Vasconcelo, y la cual con apenas 30 años tuvo una trágica muerte al suicidarse en la Catedral de Notre Dame, en Paris.
Parte de los objetivos de la institución, para entonces ya reconocida a nivel mundial, estaba el promover la igualdad de participación a todos los niveles en la sociedad a través de liderazgo y capacitación de la mujer.
La YWCA cambio varias veces de sede, hasta que gracias a un generoso donativo de extranjeros, se adquirió un edificio para dar albergue a mujeres de escasos recursos que estudiaban o trabajaban. Dicho inmueble fue inaugurado en 1963 por Eva Sámano de López Mateos, por haber sido residente de dicha Casa Hogar.
Aunque se proclama que la Asociación era una organización no gubernamental y sin fines de lucro, esto último, por lo menos en nuestra estancia de aquellos años, no se cumplía.
La primera vez que arribe al edificio, ubicado todavía hoy en la calle de Humboldt en el número 62, me encontré con algo más parecido a un hotel, cuyas habitaciones tenían un costo dependiendo si eran sencillas o dobles, si tenían vista a la calle con balcón o sólo ventana.
En este caso la gran diferencia a un hotel, es que sólo era permitido la entrada y por consiguiente el alojamiento de mujeres, en su mayoría provenientes del interior del país y trabajadoras. Aunque también había alguna que otra extranjera.
Entre el que llamaré el “lobby” y los cinco pisos del inmueble, sólo se podía acceder por un viejo elevador, y por unas escaleras exclusivas para usarse en caso de emergencia. Así pues, no era necesario contar con cámaras de seguridad, con sólo echar un ojo al ascensor por parte del vigilante en turno, se estaba cierto que sólo féminas que se hospedaban ahí, subían y bajaban del mismo.
He de decir que la vigilancia era más recia al caer la noche. Incluso teníamos la restricción de que no nos permitían la entrada después de las 23:00 horas, término por el que en muchas ocasiones, principalmente los viernes que acostumbrábamos cenar en un restaurante de chinos por la calle de Morelos, Sonia y yo tuvimos que pasar la noche cafeteando en algún Samborn´s cercano hasta que amaneciera.
Los últimos tres pisos del inmueble, era el área designada para “pensionadas”, en donde además de los dormitorios se encontraba la zona común de baños y regaderas. Y en el tercero, si mal no recuerdo, un espacio amplio para cocinar.
Las habitaciones sencillas eran reducidas en su espacio, no así para dos personas. A diferencia de los hoteles, cada una se decoraba al parecer o gusto de las “internas”. Pese a que se contaba con un espacio abierto para televisión, en su mayoría cada quien tenía sus propios aparatos, de acuerdo con su presupuesto. Si mi memoria no falla, había una joven, también estudiante, que tenía un refrigerador, parecido al servibar; era extraño verla en lugares de convivencia.
Cuando contrataron el hospedaje, sabedores de mis temores nocturnos, mis padres decidieron que la mejor opción era un cuarto compartido, siendo mi rommie en primera instancia una zacatecana con la que finalmente no logré coincidir.
Al momento no recuerdo cómo o en qué momento Sonia y yo nos conocimos e nos hicimos grandes amigas, quizás en la cocina, repartiendo cigarrillos o por la nostalgia que nos inspiraba el árbol de navidad que colocaban. El caso fue que decidimos compartir el pago de una habitación doble, iniciando así una historia de grandes y felices vivencias a las que se sumó la fortuna de trabajar con ella en el Claustro de Sor Juana durante las tardes, yo como asistente de profesor.
Salvo las mañanas entre semana, en que ambas acudíamos a nuestros centros de estudio, o los fines de semana que visitábamos a nuestras familias y/o novios, nos volvimos inseparables. Aquí me trae un gran gesto de su parte, al optar por juntar las dos camas individuales, a efecto de minimizar mis miedos nocturnos, de los que todavía no me había desechado. Ahora pienso que esos temores eran normales en ese lugar; tan sólo el tener que recorrer en solitario los pasillos casi a oscuras para ir al baño a medianoche. Más cuando del área de regaderas se contaban macabras historias de mujeres ahorcadas.
Muy a propósito, fue el corte de los servicios de luz y agua caliente, y la limitación del uso de la cocina, tácticas que empleó la Directiva para obligarnos a pagar un intempestivo aumento de la renta de las habitaciones, que al igual que otras pensionadas nos hizo mudarnos… Posteriormente sólo tuvimos referencia que debido a dicho incremento, la gran mayoría de las huéspedes hicieron lo propio abandonando el edificio.
Como yo, muchas mujeres han de agradecer primero la estancia, pero más la salida de dicho edificio, haciéndonos fuertes y valerosas por emprender una vida totalmente diferente, sin restricciones y discriminaciones.
Para recrear un poco más este texto, esta tarde llamé a la YWCA y me informan que después de permanecer cerrado por 14 años (desde 1990 a 2004), la nueva directiva de la Asociación determinó que los tres últimos pisos del inmueble funcionaran como Hostal, con un costo por habitación de $212.00 por noche. Vale decir que ya no hay discriminación de hombres, aunque sí procurando que un piso sea exclusivo para mujeres.
Asimismo me hicieron saber que el condicionamiento de la hora de entrada nocturna ya no estaba vigente. “Sería como un secuestro”, me dijo la informante.
No obstante, a mi intención de reconocer las instalaciones, me encontré con la triste noticia que la YWCA no está exenta de padecer los estragos de la pandemia por lo que su ingreso está prohibido; “sólo se permite a personas que conocemos muy bien”, concluyó.
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