Libre en el Sur

EN AMORES CON LA MORENA / Caifanes y los reporteros muertos

Caifanes Periodistas

El artefacto en cuestión debía ser cargado con las dos manos, por su dimensión y por su peso, así que cuando conseguimos que Saúl Hernández, el compositor y vocalista de Caifanes, nos concediera la entrevista, me aseguré de levantar ambos brazos para pegar la grabadora a su barbilla.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Cuando me inicié en “el oficio más hermoso del mundo” utilicé muy poco mi grabadora “de reportero”, no solo por lo engorrosas e inoperantes que resultaban las transcripciones, contra la urgencia de publicar, sino por atender desde el principio el consejo de Vicente Leñero de no volverse esclavo del aparatito y llevar al papel el sinuoso y errado lenguaje verbal del entrevistado, indescifrable y chillante a los ojos del lector y un estorbo en la gestación del estilo periodístico. 

Pero lo que voy a contar ahora ocurrió incluso antes, allá por 1992, tal vez. Un grupo de amigos con los que fundamos la Iniciativa Joven por la Democracia –sí, éramos jóvenes… y sí, luchábamos por la democracia que ahora se pone en riesgo– pretendíamos hacer un programa piloto para Radio Alicia, una filial de Rock 101, la estación de Grupo Radio Mil que había roto con las formas radiofónicas tradicionales ante la irrupción de un movimiento musical en nuestro país, una analogía de la rebeldía ochentera de “La movida” madrileña posfranquista, que se conoció como “Rock en tu idioma” y que se convirtió en una industria musical exitosa. Entonces acudimos al célebre Foro LUCC, en la calle de Perpetua, en la colonia San José Insurgentes, donde se daría el festejo de algo que no recuerdo qué era y al que acudirían líderes de diferentes bandas que en aquel momento estaban pegando con tubo.

Y como todavía no tenía ni oficio ni beneficio económico y no contaba con grabadora “de reportero”, tomé de mi cuarto un artefacto llamado “casetera” donde reproducía las cintas que solían grabarse de acetatos originales difíciles de conseguir o que obtenía del intercambio con los cuates de las “joyas” propias, celosamente resguardadas en su “pasta” de cartón envuelta en celofán. El aparato en cuestión debía ser cargado con las dos manos, por su dimensión y por su peso, así que cuando ante nuestro asombro conseguimos que Saúl Hernández, el compositor y vocalista de Caifanes, la banda más grande que ha dado el rock mexicano, nos concediera la entrevista, me aseguré de levantar ambos brazos (él es más alto que yo) para pegar la grabadora a su barbilla y no arriesgarme a que la cosa no registrara el valioso testimonio.

La conversación habrá durado cuatro o cinco minutos, no más, y al finalizar, el ya famoso músico me reclamó: “Casi me como la grabadora, ¿eh?”. Yo me justifiqué con eso, que no me podía arriesgar a que no grabara. Él remató con un “pero” como alegato en una mueca, al que no recuerdo que siguió, pero aunque de la grabación el tiempo no dejó rastro alguno, yo me quedé con la convicción de que el cantante era un pedante, lo que en la medida de los años y mi admiración por él fui justificando con la máxima de que solo un rockstar se puede dar ciertos lujos.

Tan solo unos meses después, para la tesina de licenciatura en Sociología de la UAM, referida a “las expresiones de la subcultura en el rock”, mi amiga Marlene Romo y yo intentamos encontrar a quien con el tiempo se volvió casi imposible de entrevistar, envuelto lo mismo en la fama que en el culto. La leyenda acredita el dique al poder de Marusa Reyes, su manager hasta estos días, de quien aún conservo en una agenda vieja y aporreada el inútil número telefónico. Hace poco tiempo Picky Talarico, el director de Rompan todo, un documental sobre “la historia del rock en América Latina” se vio obligado a justificar la imperdonable ausencia de Saúl Hernández y de Caifanes en su cinta: “Nos pasaron varias cosas, primero estuvimos un año tratando de que nos dieran la entrevista y Caifanes como todo el mundo lo sabe o por lo menos México lo sabe, Caifanes son muy complicados, pero muy complicados, es muy difícil, bueno todo es complicado con Caifanes (sic)”.

Talarico dijo que luego consiguió la promesa del bajista Sabo Romo, a quien fue ya imposible entrevistar por la pandemia. Cuando en 1993 se nos frustró a Marlene y a mí la entrevista con Saúl para nuestra tesis, fue justamente Sabo Ramo quien salió al quite y nos recibió después de un concierto en el Teatro Ferrocarrilero. Entristece por cierto la reciente salida del bajista fundador de la agrupación, no suficientemente explicada a los fans. Después de varios años y varias escombradas, di de nuevo con sus palabras. “Nosotros hablamos de los desgarres de adentro”, nos dijo. “Somos interioristas pero así es la música mexicana. Los Caifanes escuchamos rock, pero igual escuchamos a Toña La Negra  y a la Sonora Santanera. No hay nadie más dark que Agustín Lara, ni The Cure se le acerca al desgarramiento interno”.

El sábado 19 de febrero, ante miles de seguidores reunidos en el Palacio de los Deportes, quienes majaderamente retamos al virus, Caifanes salió de su interiorismo para expresar de otra forma el desgarramiento social que sufre nuestro país por la pretensión de acallar a los periodistas, seis de ellos ultimados en lo que va de este joven año. Saúl volvió a colocar por un momento el movimiento de rock mexicano en el lugar que perdió tras el desdibujamiento de los sueños de juventud de la generación “equis” y la predominancia en los gustos de los chavos de ahora de la música electrónica, el hip-hop, el reguetón…

Aunque fugazmente, el recuerdo de la fuerza colectiva y movilizadora del rock se apersonó allí, en medio de un mundo egoísta, individualista. Los puños en alto de los fans, esa expresión tan subcultural, el inmaculado sonido de los requintos y los tarolazos de fino calado de Alfonso André, que reafirmaron la identidad rocanrolera de la banda… y un silencio dedicado a los reporteros en desgracia (dijo bien Saúl “reporteros”, no “periodistas”): “Hay gente que por hacer su trabajo en este país ha sido asesinada, quienes están dando su vida para que nosotros sepamos lo que está pasando en este país están siendo asesinados. Esta canción va para todos nuestros reporteros que brutalmente y estúpidamente han sido asesinados por su libertad de expresión”. Arantxa me sobó cariñosante las vértebras mientras escuchamos electrizados, conmovidos y desgarrados frente a enormes pantallas donde se proyectaban las fotos de los malogrados comunicadores:

Vamos a hacer un silencio;
vamos a vernos la piel.
Vamos a hacer sangrar el cielo.
Vamos a hacer lo nuestro en serio.
Vamos a hacerlo una vez.

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