Libre en el Sur

EN AMORES CON LA MORENA / El muro

Hubo una vez hace no mucho tiempo en que en una elección los de uno y otro lado del muro obtuvieron algo. Y el único derrotado fue AMLO porque la polarización comenzó a desdibujarse y el muro a quebrarse.

STAFF / LIBRE EN EL SUR

Hay un muro imaginario entre los seguidores y detractores de Andrés Manuel López Obrador. Como en El Ángel Exterminador, de Buñuel, a unos y a otros les es imposible cruzarlo. Los primeros se colocan en “el lado correcto de la historia”; los segundos gritan que los de enfrente están ciegos. Solo se escuchan los ecos ensordecedores que retumban contra el muro. Nunca nadie entiende nada.

En ambos lados han quedado aquellos mexicanos que atienden la sobrevivencia cotidiana y prescinden del debate político, que no toman con importancia la vida pública en la vida personal. Muchos de ellos, unos 30 millones que a pesar de tener credencial de elector no fueron a votar en el 2018, siempre estuvieron allí, donde les tocó vivir, y quedaron atrapados en esta vorágine. Hoy se quitan el cubrebocas, exhalan fuerte la esperanza y liberan la pasión reprimida en los antros y en los parques. Juegan al azar para no sentir que no juegan.

En su propio seno quedan los “decepcionados” y “arrepentidos”, que forman parte de ese conglomerado más amplio y más diverso de los 15 millones que votaron para que AMLO fuera presidente pero que en la consulta de “revocación de mandato” (es un decir), se abstuvieron. A ellos no se les permite reacomodarse. Frustrados una y otra vez sus intentos por llegar al otro lado, se quedan en silencio. Allá no saben cómo recibirlos, así sean sus familiares, si con visa, con dicatmen de purgatorio o simplemente tendiéndoles la mano. Algo lo impide, algo de las entrañas, qué se yo.

De los otros 15 millones que refrendaron su apoyo al Presidente en domingo de ramos hay quienes caminaron a las urnas a través del chantaje de los programas sociales. Los demás construyeron por años su pequeño muro de Berlín, de menor tamaño que el gran muro imaginario, para sustentar una convicción de “izquierdas”. Allí pintaron la silueta del político tabasqueño acompañada de la expresión “primero los pobres”. Ellos, los imprescindibles en una analogía brechtiana, tienen la convicción de que esa tablaroca sostiene la gran muralla y por eso se amarran a ella para que nadie intente derribarla. ¡”No estás solo!”, exclaman. Unos pocos más, un puñado, han encontrado nuevas y cómodas formas de vida dentro del poder, a costa de la vida de otros, o ponen su experiencia al servicio de sus compañeros de gobierno, como Manuel Bartlett.

Hubo una vez hace no mucho tiempo en que en una elección los de uno y otro lado del muro obtuvieron algo. Y el único derrotado fue AMLO porque la polarización comenzó a desdibujarse y el muro a quebrarse. Entonces, iracundo, el Presidente encontró nuevos enemigos en las clases medias, incluso entre quienes antes fueron sus aliados. El resentimiento enmendó los daños del muro pero agravó los defectos en sus colindancias. Y ya nadie se atreve a derribarlo.

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