La ética aplicada a un trabajo periodístico se puede medir al preguntarnos si la gente tiene derecho a saber que el hijo de un presidente que pregona austeridad vive suntuosamente en Houston.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
La democracia pasa necesariamente por la libertad de expresión y el derecho a la información, que en el caso mexicano está claramente expresado en la Constitución. No es entonces un capricho alegar que un presidente, cualquiera que sea su signo político, no puede denostar, hostigar o amenazar a un periodista, sino al contrario: así se trate incluso de que el informador ha decidido seguir una línea editorial contraria al proyecto del gobierno en turno, siempre que su información sobre presuntos actos de corrupción esté sustentada en documentos, es obligación de tal mandatario defenderlo como representante de un Estado que debe ser garante de dichas libertades.
La ética aplicada a un trabajo periodístico se puede medir, por ejemplo, al preguntarnos si la gente tiene derecho a saber que el hijo de un presidente que pregona austeridad vive suntuosamente en Houston.
Así lo hemos sostenido desde hace dos, tres décadas, cuando eran otros los que gobernaban. No es nuevo ni implica una excepcionalidad según la “pureza” que de forma auto complaciente considera el poderoso. El periodismo no trata de política, así de simple, ni puede ser usado como su cova. En sentido estricto muchas veces nuestro oficio consiste en desvelar lo que en política se pretende ocultar.
En ese sentido, el trabajo del equipo que representa Carlos Loret de Mola en Latinus ha sido impecable, por ética y por rigor informativo. No hay ni media línea de un desmentido. Los ataques contra él desde un palacio virreinal que cada vez hace más honor a esa historia inquistorial, solo obedecen a la incomodidad y el enojo de un Presidente que demandaba ser la excepción de la regla; y por ello sus municiones están plagadas de adjetivos. El problema es que de veras Andrés Manuel López Obrador se cree el prócer de una “cuarta transformación” de la historia mexicana que los héroes de la Independencia, la Reforma y la Revolución nunca se propusieron ser.
Bajo ese estatuto de moralidad supuestamente inalienable, es que el Presidente advierte a sus detractores –incluidos los periodistas críticos— que se convertirá en enemigo perseguido por el gobierno aquel que se atreva a cuestionar o poner en duda esa “cuarta transformación”, apoyada permanentemente –según él— por los 30 millones que lo votaron en el 2018. Mesías, santón, iluminado, o simplemente líder impoluto, bajo este precepto suyo una parte importante de los mexicanos –como sea— lo sigue apoyando y con ello no solo legitima los ataques contra los periodistas, hoy más víctimas de asesinatos que nunca pero también de hostigamientos. Ese es el marco en que la publicación inglesa The Economist advierte que México ya no está en rango de una democracia, sino de un “híbrido” que lo acerca al autoritarismo.
Loret es solo la representación de un problema mayúsculo. Si no advertimos ahora de una persecución política contra los periodistas independientes, la condición indispensable de su existencia para una democracia— que se abrió paso bajo una sufrida lucha de millones de personas a lo largo de las décadas—, será mañana solo un recuerdo. Y todos, periodistas y no, sufriremos las funestas consecuencias.
De nuestra parte toca mantener nuestra naturaleza, no hay de otra. Si un político se detuviera a pensar qué nos hizo a los periodistas elegir este oficio, rápidamente se dará cuenta de que es una vocación, pues entre otras cosas, además del riesgo, es muy mal pagado. Quienes lo seguimos al pie de la ética sabemos que la central motivación es el deber cumplido con la sociedad y frente a las injusticias. No hay más ni menos: ni héroes ni villanos.
La solidaridad gremial es un pendiente, sin embargo. Hoy veo con pena que hay quien aún regatea el apoyo a Loret, sin entender que se trata del apoyo a sí mismo. Y es cuando realmente se desorbita la función de un periodista, que no es para servir al poder ni a la ideología. Noto incluso envidias, cuando en realidad el propio caso de Loret es un escudo para los más vulnerables. No se entiende que decir #TodosSomosLoret no es otra cosa que alertar sobre un peligro, para los periodistas en lo particular y para la sociedad en lo general.
Afortunadamente, son millones de personas a lo largo y ancho del país, de cualquier quehacer, de cualquier clase socio-económica, las que hoy despiertan a través de “las benditas” redes sociales para confrontar la regresión autoritaria de Híbrido López y animar la salvación.
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