La felicidad es un estado mental, no una emoción momentánea como la alegría. La satisfacción permanente solo se descubre desde el interior.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Había un pastor muy sabio que acostumbraba sentarse a descansar en una colina. Un día llegó un viajero que le preguntó si él era de allí. “Sí, mi pueblo está aquí abajo”, respondió el pastor. –¿Y cómo son las personas en ese pueblo suyo? —preguntó el viajero. El pastor sabio se mantuvo en silencio unos segundos antes de responder: “Pues cuénteme usted cómo es la gente en su pueblo”. –Bueno, en mi pueblo las personas son egoístas y se pelean mucho”, dijo el viajero. Pues así mismo, comentó el pastor. “En mi pueblo las personas también son peleoneras y egoístas”.
Unos minutos después llegó otro viajero y le preguntó lo mismo al pastor sabio. Tras el intercambio de preguntas y respuestas semejantes, confió el viajero que en su pueblo la gente era amable y bondadosa. “Pues así mismo –le dijo el pastor–. En mi pueblo la gente también es amable y bondadosa”.
¿Por qué será que el pastor dio respuestas distintas a los dos viajeros?, pregunta Ringu Tulku Rinpoche, uno de los grandes maestros del budismo, cada vez que cuenta este cuento a personas de diferentes partes del mundo. Porque realmente la experiencia de felicidad o infelicidad viene de uno mismo, responde. La forma en que las personas van a reaccionar ante nosotros tiene que ver con cómo somos, la manera en que vemos el mundo. El líder espiritual cuenta que tan solo con fijarse en el comportamiento de las personas que llegan a la India, él ya sabe qué tipo de experiencia van a tener en aquel país: si será algo lleno de problemas o lleno de alegrías. Lo que dice es que hay que vernos a nosotros mismos antes que a los demás. Y en eso se basará la experiencia que tendremos con el mundo exterior.
Gabina Villagrán, doctora en psicología por la UNAM y especialista en mindfulness (atención consciente), lo explica desde la academia: para encontrar la felicidad se requiere tomar conciencia de uno mismo y reflexionar sobre las creencias y los valores. Sus conceptos empatan con la filosofía del budismo pues, dice, la felicidad o el bienestar genuino –aquel que es más permanente– no depende de factores externos.
Según la profesora de la División de Estudios de Posgrado de la Universidad Nacional, que también imparte cursos y talleres para la autorregulación emocional, la felicidad suele confundirse con la alegría. Pero la alegría es una emoción y la felicidad un estado mental. La confusión se vuelve más relevante cuando en la sociedad prevalece una idea hedonista de la felicidad, vinculada a los placeres del mundo exterior. La alegría es momentánea –una emoción que dura 30 segundos, como cualquier otra emoción–. Y pensar que eso es felicidad lleva a una frustración o al sufrimiento, pues se busca una y otra vez en los mismos lugares de afuera; y para ello, bromea la especialista, “no hay terapia que alcance”.
Es una situación bien aprovechada por mercadólogos porque deja a las personas en una insatisfacción permanente. Y eso estimula el consumismo. “La cultura está diseñada para siempre tener individuos insatisfechos”, precisa. Y en eso está obsesionarse con tener algo, sea una determinada persona o sean bienes materiales.
Pero la felicidad, sostiene Villagrán, no es como una película de Walt Disney. Eso es solo temporal, insiste. “Se sufre porque no se tiene lo que se quiere y cuando ya se tiene se sufre también por tenerlo”. No tener una casa o el acceso a lujos y restaurantes caros no debe ser condicionante de infelicidad. Tampoco no tener una pareja bajo las ideas prevalecientes de belleza o de bienestar económico. Vamos: Ni estar solo.

En el descubrimiento interior siempre debe existir una ética, pues no se puede pensar en alcanzar la felicidad cuando por conseguir algo se hace daño al otro, se le usa, se le atropella.
Como la felicidad es un estado mental, construirla desde el interior de la persona la vuelve más real. Es la llamada felicidad eudaimonia (un estado de satisfacción que se deriva de la situación de una persona en la vida, según la RAE). Y aunque parece algo etéreo, Villagrán asegura que es posible; pero para ello hay que realizar un análisis de la realidad profunda para abstraerse de las presiones sociales. Comprometerse en el autoconocimiento, por ejemplo a través de la meditación, el método de vipassana (técnica que busca ver las cosas tal como son, una de las más antiguas de la India).
La vipassana se propone justamente desarrollar un entendimiento introspectivo, lograr un estado de ecuanimidad ante la imperfección de la existencia y experimentar las verdades universales de la impermanencia, el sufrimiento y la ausencia de ego.
La experta hace énfasis en que en ese descubrimiento interior siempre debe existir una ética, pues no se puede pensar en alcanzar la felicidad cuando por conseguir algo se hace daño al otro, se le usa, se le atropella.
–¿Es como el karma?
–¡Exacto! Pero el karma no solo ocurre en negativo; también si se piensa en el otro, en no provocarle daño, ocurren cosas positivas para uno.
La autora de Manual de Atención Consciente y Conciencia Corporal pone como ejemplo que alguien que roba o que mata para conseguir dinero no puede ser feliz. Pero es probable que vuelva a robar o a matar suponiendo que así se consigue ser feliz. Quien tala un árbol para hacer un edificio le está haciendo daño a todo el mundo, incluido él. Y eso no se puede llamar felicidad.
Las palabras de Ringu Tulku Rinpoche y de Gabina Villagrán hacen reflexionar también en el laberinto de las relaciones amorosas, donde es común encontrar que el daño es un elemento presente. ¿Qué sucede cuando el amor se convierte en una forma de explotación y manipulación? ¿Qué sucede cuando la otra persona se convierte en un objeto de uso y desecho? ¿Cuando quien daña no piensa en las consecuencias de sus actos?
La cultura del descarte, que nos rodea y nos penetra, ha llegado a las relaciones afectivas. Las personas se convierten en objetos desechables, utilizados para satisfacer necesidades y deseos personales, temporales, sin importar el daño que se les cause. Y es aquí donde el utilitarismo, esa teoría ética que sostiene que la acción correcta es aquella que maximiza la felicidad o el bienestar general, se convierte en una forma de justificar el daño y la explotación. Es afortunado el enfoque de la doctora Villagrán, que pone límites a posturas académicas que toleran el egoísmo (“primero yo y luego yo”), eso que nunca llevará a la felicidad.
La persona que daña, que explota y que manipula, cree que está encontrando la felicidad a través de estas acciones. En realidad está creando un vacío interior que no puede ser llenado por el daño a los demás”
Porque ahí está la paradoja: la persona que daña, que explota y que manipula, cree que está encontrando la felicidad y el bienestar a través de estas acciones. Pero, en realidad, está creando un vacío interior que no puede ser llenado por la explotación y el daño a los demás.
La felicidad y el bienestar se encuentran en la conexión genuina y respetuosa con los demás, en la empatía y la compasión, en la capacidad de amar y ser amado sin condiciones. Si queremos ser felices, nuestras relaciones no deben ser un campo de batalla.
comentarios