Para muchos motociclistas y automovilistas las señales de tránsito no existen o creen que no les aplican.
POR ERNESTO LEE
Vivir en la Ciudad de México nunca ha sido fácil en términos de movilidad y convivencia urbana. Pero lejos de mejorar con el tiempo, me parece que vamos de mal en peor. Hace algunos años, calculaba de 20 a 30 minutos de anticipación para llegar a alguna cita. En la actualidad, considero alrededor de una hora para llegar a la hora acordada. Confieso que soy de los que tienen la mala costumbre de ser puntual, claro.
En esta jungla de asfalto, lo que prevalece en estos tiempos que corren es la ley de la selva. Me atrevo a afirmar que la gran mayoría de los conductores -sin importar si son del transporte público, automóviles particulares, motocicletas, bicicletas, motonetas y hasta patinetas- sabe manejar, pero definitivamente no sabe conducir. Es decir, saben cómo operar sus medios de transporte, pero no tienen la más mínima idea (ni el sentido común), de lo que es la convivencia urbana, el respeto al otro y las reglas de tránsito. Todos quieren ser el primero, el más rápido y el más audaz.
Aquí, un breve recuento que ilustra mis aseveraciones: encender las luces intermitentes parece ser la justificación para dejar el automóvil estacionado en doble fila mientras pregunto por la persona, recojo el encargo, paso “rápido” al cajero, espero a mi hijo/hija o a que me traigan las tortas que en encargué.
¿Por qué voy a perder tiempo dando una vuelta a la manzana, si puedo darme la vuelta en U en la Avenida de los Insurgentes? No importa que sea una avenida donde eso está claramente prohibido, que la vuelta sea en una calle con el tránsito en sentido contrario y que, además, me atraviese el carril confinado al Metrobús.
¿Dónde está la autoridad de tránsito? Buena pregunta. Pero ¿cómo esperar que la ciudadanía respete la señalización, los límites de velocidad y el reglamento de tránsito, si la misma autoridad es la que se empeña en infringir las normas?
Para muchos motociclistas, porque -aunque usted no lo crea- existen excepciones, las señales de tránsito no existen o creen que no les aplican. Así, se pasan los altos de los semáforos, circulan por el carril confinado a los ciclistas y hasta sobre las aceras.
¡Ah, las banquetas! Como les decimos los mexicanos a las aceras. Supuestamente el territorio de los peatones, pero más de una vez los ciclistas las utilizan como “vía rápida”. Los ciclistas gozan del privilegio -no exclusivo- de circular en sentido contrario por banquetas y calles y ¿por qué han de tener un carril confinado, si circular en los carriles centrales de los automóviles no es un problema?
Del transporte público, ni qué decir. Ellos pueden impunemente dar vuelta en U desde el carril de extrema derecha en, por ejemplo, Avenida Revolución, en sentido contrario al flujo de los demás vehículos, a toda velocidad . . .y con todo y pasajeros.
Por supuesto, esto tiene, lamentablemente, consecuencias graves. De acuerdo con las estadísticas disponibles de la Secretaría de Movilidad del Gobierno de la CDMX, comparando el primer trimestre de 2020 con el primer trimestre de 2021, durante la cuarentena por la pandemia, hubo un aumento del 24%, en promedio, de personas fallecidas por hechos de tránsito, siendo mayor la proporción de motociclistas.
¿Dónde está la autoridad de tránsito? Buena pregunta. Pero ¿cómo esperar que la ciudadanía respete la señalización, los límites de velocidad y el reglamento de tránsito, si la misma autoridad es la que se empeña en infringir las normas? Son ellos los que, con alarde de sirenas, se pasan los altos, circulan en sentido contrario, arrancan intempestivamente a exceso de velocidad o, de plano, se estacionan inexplicablemente en “vías rápidas”, como el segundo piso del anillo periférico. Al parecer, también están facultados para circular a dos kilómetros por hora en horas pico por las principales calles y avenidas y para estacionarse en lugares prohibidos. Supongo que esos servidores públicos, al igual que los ciudadanos, están conscientes de que están infringiendo la ley, pero seguramente pensarán: ¿qué tanto es tantito?
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