“En mi patria no se acomodan los héroes a conveniencia ni se les revuelve en el mismo saco a los asesinos y a los asesinados”.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
A pesar de todo, yo festejo mi propia patria, con mis gritos y mis cantos, esos que no replican los de otros. En mi patria hay claroscuros entendidos como la vida misma, no el destino aciago impuesto por el voto a cambio de una dádiva.
En mi patria no hacen falta los disfraces ni el tequila o el mezcal bebido como estatus por los que en otros tiempos habrían despreciado el elíxir de agave con su fino paladar de vino tinto. Y aquellas bebidas de dolientes pobres habrían sido vistas como una impostura en canciones del mariachi que solo sirven estos días como cuota de mexicanidad, a coro de “compadres” desafinados, porque el resto del año es una exageración. En esta patria no suenan por folclor las estrofas de José Alfredo ni le cambian el nombre a las calles que forman parte de la identidad cultural en una compleja historia. En mis gritos no se acomodan los héroes a conveniencia ni se les revuelve en el mismo saco a los asesinos y a los asesinados. No se impone la censura a los desmadres de Hidalgo ni se oculta su agandalle del asiento que le correspondía a Allende, el verdadero gestor de la emancipación.
Allí se lee sobre un “padre de la patria” que refrendaba en sus arengas el amor por un rey de un país al que ahora se le exige perdón. En mi libro de texto no desaparece el Iturbide de los méritos en ese episodio que llamamos la Independencia Nacional y sí se menciona al Maximiliano que inventó la tradición de El Grito, que tanto desata el júbilo de los mexicanos en las llamadas Fiestas Patrias. De mi saliva surge un Juárez que no perdonó la vida del emperador austriaco ni porque se lo pidiera el mismísimo Víctor Hugo, un verdadero ideólogo de revoluciones. En mi patria no se derrumban estatuas de Colón solo por pretender ocultar al descubridor.
En mi patria Benito Juárez no se esconde. Aparece en lo alto con las leyes de reforma pero también renegando de la raza a la que perteneció. Se le ve más liberal que los liberales de hoy, amigo de los gringos y enemigo de los franceses. Y con muchas ganas de enquistarse en el poder. Los Miramón y los Mejía no son tan miramones ni tan mejías y Carlota aparece desnuda en esa tina donde los visitantes al Castillo de Chapultepec pretenden imaginarla, con morbo, más hermosa de lo que era. En mi patria se recuerda que Porfirio Díaz luchó al lado de los juaristas y por eso tiene su calle a un lado del Parque Hundido, como un “general”. Pero en esta patria mía se pregunta porqué sus restos deben permanecer en París, contra el deseo de sus descendientes, mientras los paseantes admiran fascinados en esta ciudad el Palacio de Bellas Artes, el Palacio de la Autonomía Universitaria o el Palacio Postal, reflejo de los gustos arquitectónicos afrancesados del oaxaqueño.
En mi sueño Madero no deja de ser burgués, aunque se ríe cuando alguien se quiere pasar de listo haciéndonos creer que no existen otras formas de perpetuarse en el poder que no sea la reelección formal; él no entiende muy bien porqué fue Pancho Villa, un resentido social, aunque valiente, quien cambió el nombre a la calle de Plateros y le puso la suya: “Francisco I. Madero”. Y Zapata, el gran Zapata, sigue exigiendo hasta ahora la propiedad privada para los campesinos y hoy mismo se enfrenta con modelos estatistas que pretenden engañarlo. Lo veo tan real, como en una vitrina, nadie lo puede negar por más que no lo quiera ver. Voy quitando en mi sueño uno a uno los bigotes de artificio y veo sus rostros, incluso los de quienes tanto pregonan que “no somos iguales” al tiempo que votan una reforma judicial.
En mi patria Lázaro Cárdenas fue el humanista que recibió a los republicanos españoles y también el que sometió a obreros y campesinos al nombre de un solo partido, él tan afecto a los fraudes electorales; y Luis Echeverría, el autócrata, el que salvó a cientos de exiliados sudamericanos de las dictaduras militares pero también el culpable de crímenes en el 68 y el 71 y en la Guerra Sucia contra los grupos guerrilleros. También del golpe al periódico Excélsior, contra la libertad de expresión; claro que sin los epítetos de ahora, ofensas contra periodistas que se escapan por los ventanales del Palacio Nacional.
Con esas conciencias echeverristas llegaron nuevas juventudes al partido oficial (el de entonces) personas que ahora nos gobiernan. En la historia de mi patria se cuenta que una escritora de origen polaco distorsionó los hechos de Tlatelolco, que no presenció, al revolver los testimonios en una novela de ficción que se volvió célebre como verdad y con la que se hizo famosa. Cuando describo mi patria aparecen personajes valientes de la izquierda, de la auténtica izquierda, que fueron opositores a los de la “dictablanda” priísta y hasta sufrieron cárcel y tortura… y que luego regalaron su historia a caudillos autoritarios de aquel régimen.
Mi patria no es trágica ni tampoco ideal. Pero en ella no se legitima la indiferencia. Se habla del que critica el consumismo derrochando dinero en las tiendas, del que condena la mala industria alimentaria y come chatarra en restaurantes caros, del que huye del aburrimiento y se imanta a él, llenándose del vacío. Que busca la sencillez para negársela, uno fácilmente seducido por el blof y los farsantes. Aquí se llama incongruente al incongruente y traidor al traidor. Y también a la traidora, aunque sea mujer, porque decir la verdad, o gritarla, no es de misóginos. En mi patria aparecen los que son desleales hasta con sus propios muertos y los que por su falta de responsabilidad afectiva provocan tanto daño y dolor. En esta patria mía se vale arrepentirse pero no hacer como que no ocurrió. En el espacio que queda entre cada una de mis palabras que la describen puede caber el perdón, pero no el silencio.
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