Libre en el Sur

EN AMORES CON LA MORENA / Intención periodística

“Luego supe que la expresión usada para el mismo concepto por Julio Scherer García era más llana y directa, que repetía sin pena: con jiribilla, con jiribilla”.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

Según les va conviniendo –dícese de cuando unos están abajo y otros arriba y luego al revés—, los políticos suelen juzgar el trabajo de los medios de información de acuerdo con sus banderas ideológicas, algunos con profunda ignorancia sobre nuestro oficio y otros con todo el cálculo que supone que nos vamos a poner a su servicio en el momento en que ellos suelten las estrategias que acostumbran ante sus pares. Una de las herramientas de la que echan mano es el señalamiento acerca de la “objetivad” o no de cierto medio, de cierto periodista, reportero, editor, columnista, no pocas veces confundiendo como una sola las diferentes partes, los géneros, que conforman nuestro quehacer.

No abundaré en el tan ya rebasado término de una “objetividad” imposible en los seres humanos. Pero es importante recordar que esa trampa ha sido exaltada en el actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador, con un añadido de gravedad: Solo es un periodista “objetivo” –y eso quiere decir comprometido y honesto– el que está a favor del pueblo; y el pueblo, claro, es el que digo yo porque yo decido quién queda fuera del espectro, es decir los que no son del pueblo. La distorsión presidencial consiste básicamente en ocultar que nuestro quehacer está simplemente ligado a un derecho constitucional que es de todos los mexicanos: el de la información. O sea que no se trata ni de héroes ni de villanos pero tampoco de ponerle el tapete a los gobernantes.

¿Pero cómo se construye en una sociedad la información libre y crítica? Por supuesto que el periodismo se refiere a las cosas de interés público, se ha dicho hasta el cansancio, y no a los intereses o chismes privados. Pero, obvio, no puede ningún medio hablar de todo lo que ocurre y por ello cada uno es libre de fijar su agenda editorial. Yo tengo la convicción que una de las condiciones del buen periodismo es mantenerse lo más posiblemente lejos del poder público y de su agenda. Por eso me parece muy lamentable que en el espectro de los medios en general se haya caído desde hace varios años en los que llamamos declaracionitis. Es daño colateral contra la relevancia de nuestro oficio, vicio que se ha vuelto viejo por influencia de los medios electrónicos que alguna vez transformaron el periodismo negativamente como ahora pasa con internet.     

En estos tiempos las consecuencias son notorias, y facilita la incursión de falsos periodistas: El Presidente hace conferencias diarias, a las que se ha dado en llamar “mañaneras”, donde muchas veces hay más rollo que datos, y ya no hablemos de que el mentado rollo está lleno de mentiras justo porque no está sustentado en datos. Se llega al colmo de decir “tengo otros datos” cuando en realidad nunca se dan esos otros datos. Y claro, hay denostaciones y hasta insultos, nunca desmentidos. Ya está, todo es resuelto así: Desde un lugar considerado impoluto se descalifica el rigor de los datos que publican los medios críticos; y eso es repetido por miles de seguidores –cuando no fanáticos– que repiten por todas las redes sociales posibles: “Conservadores, chayoteros”. Por las razones que se quiera, ellos estigmatizan sin conocer lo que significan históricamente ambos términos; y así, se ponen al servicio de la clase política, no de sus semejantes.  

Cuando yo era un reportero en ciernes, después de que había pasado toda mi niñez cerca de mi papá viendo la forma en que se entrevistaba, cómo se hallaba la “carnita”, se armaban las galeras de tipografía y al final se presentaba una información con rigor presentada en las portadas de Proceso con titulares tronantes, aprendí una forma peculiar de ejercer el periodismo.  

La primera chamba reporteril que tuve consistió en generar informaciones diarias para la agencia de Proceso, dirigida por mi maestro y amigo Gerardo Galarza, donde entregaba diariamente tres, cuatro o hasta cinco notas relativas a las fuentes que se me habían asignado, el Senado y el PAN. Tenía claro que la escuela schereriana apuntaba siempre a la crítica: “La única línea es que no hay línea”, solía decir nuestro director, que fue expulsado del periódico Excélsior en 1976 por una intromisión del tiránico gobierno de Luis Echeverría.

Pero no entendí la valía de lo que parecía tan solo un detalle hasta que me lo dijo Manuel Robles, Manolo, un editor de la agencia que ha sido amigo de mi familia desde cuando yo era un niño. “Están muy bien tus notas, Paquito. Sólo les falta intención periodística”. Seguramente el querido Manolo había tomado la expresión del gran Vicente Leñero, con quien tanto convivió y que ya la usaba años atrás. Reflexioné algunos días acerca del concepto y agradecí en silencio la libertad que me proponía, sin faltar nunca al rigor. Luego supe que la expresión usada para el mismo concepto por Julio Scherer era más llana y directa, que repetía sin pena alguna: “con jiribilla, con jiribilla”. Y ello incluía no solo los títulos, sino también la “entrada” de las informaciones. Así, el enfoque puede cambiar toda la perspectiva de un hecho sin faltar a la documentación del hecho. Y por supuesto me encanta lo provocador que el término tiene para quien no lo entiende.  

Desde un lugar considerado impoluto se descalifica el rigor de los datos que publican los medios críticos; y eso es repetido por miles de seguidores –cuando no fanáticos– que repiten por todas las redes sociales posibles: “Conservadores, chayoteros”

En el país de los mitos, de Julio Scherer García el personaje hay miles de admiradores en mi gremio y en las universidades donde se imparte Periodismo y Comunicación, y suele ser aún más exaltado por los que no trabajaron con él. Pero por lo mismo conocen poco de las formas que él practicó. Cierto día uno de ellos, querido colega a quien admiro por su calidad profesional, cuestionó en redes sociales una cabeza de Reforma por considerarla imprecisa. Yo –que solía pensar que Reforma “mataba” grandes notas con titulares lights—, defendí el enunciado. Le pedí que revisara las portadas de Proceso a lo largo de los años. A mis argumentos de que ese estilo era el mismo tan admirado por lectores y periodistas de afuera, mi colega terminó por responder: “Pues aunque lo diga Scherer”.

Pueden imaginarse lo que ocurre entre los seguidores del régimen cuando acusan que estos titulares son “tramposos”, como si nosotros tuviésemos la culpa de que se encaramaron en las redes sociales y no leen las informaciones completas. La cosa es tan simple como inútil repetirla (no hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el dicho): no estamos al servicio de la ideología. Y sin embargo la verdad al contrario es que jamás nadie nos ha desmentido una sola información. En el cuento hemos sido señalados de perredistas (de los de antes, de López Obrador), priístas y panistas. Siempre es más cómodo echarle a los periodistas la culpa de sus tropelías. No somos excepción, la estigmatización es generalizada.

Cuando en unos meses más Libre en el Sur cumplirá 20 años, puedo decir con orgullo que estoy muy agradecido con quienes me enseñaron sobre la “intención periodística”, esa que descubre desde la primera palabra las mentiras, la pretensión de ocultar algo, o que hace énfasis en las contradicciones, dislates o pillerías de los que cobran de los mismos recursos que dicen administrar y que están obligados a rendir cuentas, no solo por honestidad y legalidad estricta sino por designio de la Carta Magna bajo el derecho a la información de todos los mexicanos.   

Finalizo este inusual texto acerca de mi propio quehacer, efectivamente el más hermoso oficio del mundo a pesar de la estigmatización y el acoso desde el poder al que tampoco nos debemos acostumbrar y siempre hay que denunciar, con la referencia a una de nuestras cabezas de este lunes, significativa porque a la vez muestra que de lo que se trata es no hacerlo desde una sola voz: “Mientras en México alientan relajamiento, OMS mantiene máxima alerta por Covid-19”.

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