Las jóvenes feministas son las únicas que han tomado el gobierno por asalto. No representan ni a partidos políticos, ni a ideologías más que la del feminismo y el hartazgo de verse violadas, violentadas, desaparecidas y asesinadas. Se cuentan por miles a lo largo y ancho del país.
POR DINORAH PIZANO
Las jóvenes feministas han logrado agitar al gobierno de la Ciudad de México. Sus diversas protestas han crecido en fuerza y organización. En manifestaciones cada vez más enardecidas por el aumento de la violencia y la inacción de las autoridades.
Son jóvenes mujeres. Su generación no vivió la peor opresión. Tampoco lucharon como sus madres por la libertad que ahora disfrutan.
Han vivido en un régimen democrático, aunque no ajeno a desigualdad e injusticia. Han tenido acceso a educación media superior y/o superior. Muchas de las jóvenes de su generación, han sido las primeras en tener la oportunidad de obtener un título universitario.
Muchas también se han podido desarrollar sobretodo en manifestaciones de cultura y artes.
Salen por las noches. Beben, fuman, bailan y se divierten sin limitación alguna. Gozan además de su libertad sexual.
Precisamente ellas, son las que han logrado encabezar una revolución sin precedente y han sacudido conciencias sobre un terrible fenómeno que se agrava aún más que la brutalidad; la normalización de la violencia de género en nuestro país.
Porque ya no causa impacto que los medios den cuenta del promedio de 10 mujeres, entre niñas, jóvenes, adultas o adultas, que son asesinadas cada día.
Tampoco sorprenden ya las mujeres desaparecidas, las secuestradas, las que sufren violencia intrafamiliar.
De tanto escucharlo repetidamente, de tanto ver sus rostros en fotografías, por la diaria solicitud de apoyo para encontrar a alguna mujer en redes sociales, para muchos ya es un escenario común. Es algo que pasa y seguirá pasando.
Por ello las jóvenes feministas tocaron todas las puertas de la vía institucional, pero nadie les abrió. Por eso salieron a la calle a desafiar a un orden social que les ha excluido de su agenda, que no les concede importancia primaria. Que no les entiende, ni les reconoce. Que las tacha de feminazis y vándalas violentas.
Como claramente los apuntan Merarít Vega y Kenia Salas (latfem.org):
“El movimiento feminista se ha usado el espacio público. Nosotras nos desplegamos entre los símbolos masculinos, los invadimos y los hacemos nuestros. Desde el 16 de agosto de 2019 a la fecha las protestas se caracterizan por acciones que irónicamente son catalogadas como “violentas”. La lectura del gobierno, así como de la sociedad en general, ante estas prácticas, es la criminalización, es más, nuestra protesta es calificada por diversos medios de comunicación como vandalismo. Etimológicamente, vandalismo viene de la palabra vándalos, que fue una tribu germana que invadió Roma y destruyó tesoros religiosos, esto puede considerarse como la punta del iceberg del carácter colonial-patriarcal de los Estados Nación y la protección de sus tesoros..”
Por eso tomaron la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y otras sedes al interior del país, y las convirtiendo en okupas. Por ello hicieron pintas en monumentos que hacen clara alusión a hombres que enaltecieron la ley, la justicia y la equidad.
Ellas organizaron el 9M ( 9 de marzo día que conmemora a la mujer) y un paro general que aglutinó a millones de mujeres desde adolescentes, hasta adultas mayores para hacer sentir, su importancia, su fuerza de trabajo y su peso específico en la economía del país.
También han encabezado tomas de planteles de bachillerato y universidad, para exigir que los profesores y trabajadores acosadores, detengan el abuso y acoso sexual a las estudiantes.
Han irrumpido en Cámaras legislativas en todo el país para exigirles a diputadas y diputados que cumplan con su obligación de legislar a favor de la dignidad y el respeto a las mujeres, jóvenes y niñas.
Las jóvenes feministas son las únicas que han tomado el gobierno por asalto. No representan ni a partidos políticos, ni a ideologías más que la del feminismo y el hartazgo de verse violadas, violentadas, desaparecidas y asesinadas. Se cuentan por miles a lo largo y ancho del país.
Todas y cada una de estas acciones, denuncian la realidad de un país con una creciente inseguridad. Y su movimiento no ha pasado desapercibido al gobierno de la Ciudad de México; de hecho su presencia pública le resulta incómodo por irreverente y crítico.
Representan por sí mismas, una fuerza electoral muy importante pues la mayoría de ellas se encuentran entre los 18 y los 30 años. Llegado el momento, tampoco van a titubear en negar su apoyo a quienes las han ignorado.
Su sororidad como solidaridad femenina, se ha fortalecido desde la rabia y la indignación construyendo una gran fuerza de apoyo desde su familia, su comunidad y por todo el país.
El objetivo que enarbolan es tejer redes, con inclusión, donde sea y cómo sea; llevar al feminismo no sólo como bandera e ideología, sino como forma de vida.
Ellas son las jóvenes que ya están despertando a nuestro México.
“Yo las convoco a que seamos voz, sustento, apoyo, certeza, para estas jóvenes que nos han arrebatado la estafeta”. Marcela Lagarde, Antropóloga.
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