Yo no vivía en la Roma, pero el trozo de colonia que conocía me parecía de otro mundo.
POR LETICIA ROBLES DE LA ROSA
Tenía 12 años de edad cuando conocí la colonia Roma Sur. En la esquina de Manzanillo y Tepic hay un edificio que en los setenta estaba habitado por varios extranjeros, la mayoría franceses.
Ahí vivía una familia amiga de mi familia y que en esos años comenzamos a frecuentar más. Yo venía de una colonia popular y la Roma Sur era mi primer contacto con una clase social diferente. Tan diferente que me dejó impresionada la limpieza y el silencio de sus calles. No había el bullicio que era característico en mi colonia de origen, la Michoacana.
Las jardineras bien cuidadas, las casas con fachadas bien pintadas y poca actividad en sus calles, pero que contrastaba con lo que ocurría sólo un par de calles más adelante, en la famosa avenida Insurgentes, que fue para mí como una especie de Quinta Avenida o un Campos Elíseos: el Cine de Las Américas, el Sanborns de la esquina de Quintana Roo; el Woolworth en la esquina con Coahuila y donde me compraron el primer perfume que usé en mi vida: Charlie, que venía en una pequeña bolsa de tela y cuyo pequeño tamaño permitía llevarlo a todos lados.
Me pasaba mucho tiempo contemplando las tiendas de ropa y zapatos. Había casas de diseñadores de vestidos de novia, donde además del vestido elaboraban al gusto de la novia los ramos y los tocados, incluso los zapatos y los detalles que unieran en la vestimenta a la pareja que se casaba. Recuerdo también la panadería La Espiga; en ese tiempo hacía un pastel de fresas tan delicioso que nunca más he vuelto a probar uno similar.
Yo no vivía en la Roma, pero el trozo de colonia que conocía me parecía de otro mundo. Me encantaban sus tiendas de ropa de marca que sólo veía en la televisión o escuchaba en la radio.
Recuerdo también que en un edificio que estaba en la avenida Monterrey, a un costado del mercado Melchor Ocampo, conocido popularmente como el Mercado Medellín, vivía un grupo de haitianos que en su mayoría se dedicaban al mundo del espectáculo.
Esa era la Roma Sur que yo conocí y que en septiembre de 1985 vi cómo la destruyó el sismo del 19 de septiembre y, con él, los extranjeros salieron corriendo; abarataron sus propiedades y se fueron horrorizados con el temblor que no sólo cambió las fachadas de las casas o desapareció lugares completos, sino que también modificó la composición social de la colonia.
La salida de tanta gente permitió que otros pudieran comenzar a vivir en ella. Muchos de los predios en esa zona fueron ocupados por consultorios médicos y hasta se construyeron hospitales privados.
Aunque desde los 12 años parte de mis actividades las realicé en la Roma Sur, fue hasta 1994 cuando llegué a vivir en ella de manera formal, ya sin la presencia de extranjeros que conocí.
Lo hice en una zona que ya no se acercaba en nada a la imagen de la colonia que recordaba de niña. No sólo sus calles dejaron de ser silenciosas, sino que además dejaron de ser visiblemente limpias para mostrar en cada esquina montones de basura de vecinos que no esperaban el camión recogedor y preferían tirar sus desechos en la calle.
Hubo esfuerzos de varios vecinos, sobre todo quienes tenían más años de vivir en esa zona de la Roma Sur, para lograr que esos basureros desaparecieran poco a poco.
Uno estaba en la esquina de Linares y Baja California; otro en Baja California y Ures y uno más, quizá el más grande en Tonalá 312, justo al pie de un árbol; otro más en Huatabampo y Toluca. Por fortuna, comenzaron a desaparecer, aunque todavía se resiste el de Baja California y Ures. Se logró al hacer que el servicio de recolección de basura pasara tres veces sobre la avenida Baja California y dos veces en las entrecalles donde más se formaban los basureros.
Cada vez fue menos el número de personas que salían a barrer sus calles o incluso a lavar paredes, para eliminar el olor a orines que la creciente población de perros dejaba como sello de un nuevo tipo de familia. La esquina de Aguascalientes y Monterrey llegó a ser por momentos intransitable, por el olor que emanaba, pero que a partir de la pandemia y a la decisión de lavarla de vez en cuando aminoró considerablemente.
Conocí así una gentrificación de la Roma Sur, que pasó de ser una colonia habitada por personas de clase media alta y diferentes comunidades extranjeras, a otra en la que todos éramos mexicanos y de clase media con aspiraciones a mejorar cada día más.
Vi cómo morían personas viejas que no habían regularizado sus herencias y cómo eran invadidas por organizaciones sociales. Vi cómo pasaron años para que los pocos familiares de esas personas que murieron 25 años atrás, recuperaron las propiedades, lograron desalojos y las vendieron de inmediato a inmobiliarias que las convirtieron en modernos edificios.
Y entonces vi otra gentrificación de la Roma Sur. La casa donde viví fue vendida por los jóvenes herederos de una familia que fue de las fundadoras de la colonia, pero que ellos no tenían ni el tiempo ni la gana de mantener inquilinos con rentas que dejaron de ser congeladas, pero que no habían logrado resarcir su devaluación.
Y así dejé de vivir en la Roma Sur.
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