Libre en el Sur

La gran fiesta

En homenaje perenne al Cura de Dolores, iniciador de la Independencia, cada 8 de mayo en la sede primigenia de la hoy Universidad Michoacana, se realizaba un baile al que concurría la orquesta de moda.

POR CARLOS FERREYRA

Para los michoacanos, viejos tiempos, nada había más honroso que ser denominado Nicolaíta, calidad que se alcanzaba apenas al cursar el primer año de secundaria.

Los orgullos locales, el cura José María Morelos y Pavón, oriundo de la Hacienda de Tzindurio, hoy barrio capitalino, y el cura Miguel Hidalgo y Castilla, rector del Sacro Colegio de San Nicolás.

Los dos personajes merecedores de los más sentidos homenajes, especialmente en el aniversario del nacimiento de cada uno.

En homenaje perenne al Cura de Dolores, iniciador de la Independencia, cada 8 de mayo en la sede primigenia de la hoy Universidad Michoacana, se realizaba un baile al que concurría la orquesta de moda.

Sin duda era el máximo festejo estatal y de toda la entidad se compraban boletos para garantizar la asistencia. Las damas, condición absoluta, con vestido de noche.

Los caballeros ahorraban todo el año para estrenar traje. Problema de status no asistir al sarao era un desdoro social, en cierta forma se aceptaba pertenencia a sectores marginales.

Para evitar transas un comité en el que tenía un papel destacado un grupo preparatoriano controlaba la emisión de los accesos… hasta que llegó Mario Ruiz Aburto.

Creo no equivocarme en el nombre. Su familia era muy cercana amistad de mi lado materno. Hubo trinquete descubierto con anticipación. Mario pidió mi ayuda, yo tenía el control de los alumnos de primero de secundaria.

En una agitada asamblea en la que hubo huesos rotos, derribo del templete con sus ocupantes, Mario logró salirse con la suya y con los fondos.

El festejo se realizó. En los corredores del vetusto edificio instalaron mesas con bebidas alcohólicas y como suele suceder en México país, todo terminó en una sarracina. No era permitido el consumo de alcoholes.

A las autoridades universitarias no les agradó ni quisieron solapar el trinquete por lo que dieron las gracias a Ruiz, lo echaron y tiempo después lo encontré como funcionario de la UNAM. Me ofreció ayuda para inscribirme en la prepa pero ya saben, el que con leche se quema, hasta al jocoque le sopla.

Todo esto fue poco antes de la partida de la familia al Distrito Federal, pero entiendo que esa fiesta, la más rumbosa para las clases medias y populares, nunca fue recuperada.

Tampoco se recuperaron los dineros malhabidos.

El 8 de mayo y el baile en la Universidad era una fiesta que, nunca entendí la razón, molestaba mucho a las clases adineradas, destacadamente los Iturbide, Laris, Ibarrola y otros apellidos que igual que los mencionados, se sentían descendientes del emperador y consecuentemente de clase noble, privilegiada.

Crearon el Club Rebullones dentro del parque y allí comenzaron las fiestas, pero con reglas de asistencia prácticamente reservadas para las clases altas. Nombre, origen y fortuna.

Nunca lograron, cierto, igualar el interés general. No les importó, acudieron a celebrar esas pachangas con motivo o sin motivo.

El amontonamiento de coches contrastaba con las filas que con trajes de noche y esmóquines improvisados se organizaba en la Calle Real a pocos metros de la Catedral y el Palacio de Gobierno…

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